La tarde del 20 de septiembre de 1921 transcurrió en medio de intensas emociones. Tal día, que cayó en martes, sirvió como telón de fondo para celebrar, por adelantado, las fiestas del “Centenario de la consumación de la Independencia”. De hecho, ya se había dado otro festejo el 11 de septiembre anterior con el mismo propósito, aunque con sus variantes en la confección de cada cartel.
Toreaba Rodolfo Gaona. Sí. RODOLFO GAONA, junto a Gregorio Taravilla “Platerito” y Carlos Lombardini, quienes se las entendieron con un encierro de San Diego de los Padres.
Como era costumbre, por lo menos de parte del General Álvaro Obregón, este acudió a la plaza de “El Toreo”, lo cual dio un toque solemne. Las barreras y otras partes del tendido se encontraban rematadas con los símbolos patrios, gallardetes y demás adornos que afirmaban el significado de ese estado-nación que hasta entonces era México, mismo que apenas había pasado por la reciente y dura prueba de una revolución social de grandes magnitudes… y también de grandes pérdidas. Evidentemente no podemos omitir las enormes experiencias que ese doloroso proceso dejó a su paso.
Platerito y Lombardini cumplieron, sin más. Lo notable ocurrió con el “Indio Grande”.
Si en el primero de su lote apenas estuvo discreto, con el segundo llamado “El Moreno”, realizó la faena de la tarde. Y aún estaban por sumarse otras hazañas como las de “Sangre Azul” (14 de enero de 1923), “Revenido” y “Quitasol” (17 de febrero y 23 de marzo de 1924); “Azote” y “Azucarero” (15 de febrero y 12 de abril de 1925 respectivamente).
Heriberto Lanfranchi la califica como de ¡Superior faena!, misma que bordó desde sus comienzos con un pase sentado en el estribo “para agregar naturales, molinetes, etc., así como una gaonera con la muleta (pase que luego habría de ser bautizado como del Centenario), y mató de 2 pinchazos y media en buen sitio”, recibiendo el premio de dos orejas. (La fiesta brava en México y en España. 1519-1969, T. I., p. 305).
Gracias a que han llegado hasta nosotros los registros cinematográficos que se filmaron por entonces, debido a la labor de Salvador Toscano, es posible apreciar en apenas unos cuantos segundos, el prodigio de aquella faena, en la que se observa a Rodolfo en estado de gracia, realizando lo inimaginable y todo en un pequeño espacio que decidió para lo que parece una danza, un embrujo. Ahí, precisamente ahí surgió una más de sus creaciones: la gaonera, sólo que practicada con la muleta. El procedimiento es el mismo, salvo que la muleta debe tomarse de extremo a extremo del estaquillador, tal y como se puede apreciar en la imagen que acompaña las presentes notas.
Aquello fue un prodigio.
Eran los tiempos en que Gaona había alcanzado la cumbre de todas sus aspiraciones, y cuanto realizara o creara se convertía en elemento de relevancia que celebraba una afición absolutamente entregada y convencida gracias a aquel prodigio de torero.
La prensa probablemente era más cauta, pero también se entregaba en elogiosos comentarios que hacían crecer la fama de uno de los toreros que lograron una estatura que, por justa razón pervive hasta hoy. Rodolfo, tras su despedida el 12 de abril de 1925 se convirtió en referente, en modelo para toreros. O mejor aún: en torero para toreros.
Uno de los más activos integrantes de ese sector, el eminente escritor Armando de María y Campos anotó, precisamente en su libro Gaoneras el siguiente elogio:
…y en otros ruedos donde quedó su impronta, la de un torero que, a casi un siglo de distancia, hoy se recuerda nuevamente, tras haber conocido este pasaje, el que evoca no solo la conmemoración cívica para un país como el nuestro, sino el momento en que su inspiración, contribuyó a enriquecer el catálogo de expresiones por y para la tauromaquia, y donde como se podrá concluir, los diestros mexicanos han sido parte fundamental en este despliegue creativo.
►Los escritos del historiador José Francisco Coello Ugalde pueden consultarse a través de su blogs “Aportaciones histórico taurinas mexicanas”, en la dirección: http://ahtm.wordpress.com/
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