►Diario de Sevilla
Con el sello de la naturalidad
Manzanares engrandece su historia en la plaza de Sevilla y abre, por segunda vez en su carrera, la Puerta del Príncipe
LUIS NIETO
El protagonista de la tarde resultó Manzanares, quien bordó el toreo y abrió la Puerta del Príncipe, por segunda vez en su carrera, tras dos faenas marcadas por la naturalidad. Manzanares declaraba en una entrevista en este diario que su meta es la naturalidad. Yo no sé si como me contó un día Ángel Luis Bienvenida consiste en recibir y despedir al toro como quien saluda y dice adiós al amigo. Pero lo que sí entiendo –porque lo viví entre una decena de almas en la Maestranza– es que la naturalidad consiste en torear con elegancia, despaciosidad y gusto. Como lo hizo Manzanares. Nada de estridencias ni desplantes chabacanos. Nada de gritos ni aspavientos. Se trata de que el toro persiga el engaño y acabe la embestida como una templada ola alcanza la playa. Sucedió en el segundo, un toro manejable, aunque mansito. Manzanares brilló en el capote. Y Talavante le respondió con delantales exquisitos en su quite. Luego, llegó la emoción a raudales. En las afueras, el alicantino logró una serie brillante al natural. Se superó en el toreo en redondo, con un cambio de mano antológico. Con la zurda aguantó lo indecible en una colada. Firmeza que no vendió. Entonces, con esa naturalidad amistosa de la que hemos hablado, muleta en la diestra, se lio al toro en la cintura en un muletazo interminable; como interminable fue el pase de pecho. El público rugía. Una faena para la historia y una historia con un final feliz y nostálgico: el rescate de la suerte de recibir a la hora de matar, con media en la yema, tras la que rodó el toro.
Antes de la segunda faena de Manzanares, entretanto toreaba Talavante, observamos a Manzanares padre que le susurraba a su hijo al oído ¿Le recordaría que sólo hacía falta otro apéndice para la Puerta del Príncipe? ¿Le alababa como padre emocionado? ¿O le hablaba de torero a torero?
Desconocemos qué le dijo, pero Manzanares hijo salió a por todas ante el quinto, donde su magistral cuadrilla dictó lección. Manzanares rememoró a su padre en sentidas verónicas. El astado, que enganchó por las manos al caballo, derribó a Barroso. Pero luego huyó al sentir el hierro y le faltó brío. Manzanares brindó al doctor Ramón Vila. El torero, en las afueras, con un toro a menos, construyó una faena a más, con una elegancia y parsimonia excelsas. Tandas cortas, con muletazos suaves, que eran coreados con óles. El postre doble de una serie al natural, rematada con una trincherilla; más otra tanda con la derecha, engarzada con un cambio de mano y un pase de pecho, fue fantástico, con el público puesto en pie. Un postre coronado con una estocada recibiendo en la que aguantó mucho las dudas del astado, para coronar su obra con una estocada que por sí misma era de premio. Y un detalle más de torería y señorío. El joven Manzanares sacó a los medios a su cuadrilla, para compartir una merecidísima ovación de órdago ¡Cómo bregó Curro Javier!, ¡qué par de Trujillo!
La tarde fue histórica. Y Manzanares, con arte, torería, elegancia y gusto, enloqueció a la Maestranza, a la que tiene rendida. El público salía contento, feliz y risueño. Aunque vi como a uno la alegría se le traducía en lágrimas. Era aquel que había susurrado a su hijo en el callejón, ese que un día fue también torero de Sevilla y continuaba llorando mientras veía como izaban a su delfín y lo sacaban a hombros por la Puerta del Príncipe.
►ABC de Sevilla
José María Manzanares borda el toreo y sale por la Puerta del Príncipe
El diestro de Alicante corta cuatro orejas en una tarde histórica
FERNANDO CARRASCO
El matador de toros José María Manzanares ha cuajado una histórica tarde en la Maestranza, en el octavo festejo de la Feria de Abril. El de Alicante, pletórico en sus dos toros, ha cortado un total de cuatro orejas, lo que le ha permitido salir a hombros por la Puerta del Príncipe en medio del clamor de los aficionados, que han abarrotado por completo los aledaños del coso del Baratillo.
Manzanares ha realizado a su primero una excelsa faena a un muy noble ejemplar de Victoriano del Río que, como toda la corrida, ha tenido bondad en líneas generales. El torero ha conseguido pasajes realmente extraordinarios, de toreo profundo y sentido, rematando la faena con una gran estocada recibiendo.
A su segundo, un toro también noble aunque ha querido en ciertos momentos rehuir la pelea, le ha construido una faena pletórica de arte e inteligencia, bordando el toreo al natural o en los redondos sobre la mano derecha. De nuevo ha entrado a matar recibiendo, aguantando el primer parón del astado, para dejar otra gran estocada. La vuelta al ruedo ha sido triunfal, sacando a saludar al final a su cuadrilla: Y es que Curro Javier en la brega, y Juan José Trujillo y Luis Blázquez en banderillas, han realizado un excepcional tercio de banderillas, para los que ha sonado la música.
Al realizar este resumen de prensa aún no estaba disponible la versión digital de la crónica del critico Andrés Amorós.
►El Correo de Andalucía
El toreo hecho maravilla
Manzanares cortó cuatro orejas, abrió la Puerta del Príncipe y llenó la plaza hasta los topes en una nueva tarde para la historia.
Álvaro R. del Moral,
Se vencía la tarde por los primeros alcores del Aljarafe y una multitud arropaba a un hombre vestido de luces camino de la gloria. Manzanares había vuelto a sumar una nueva Puerta del Príncipe alumbrando luz donde sólo había tinieblas. Cambiando la bravura por la razón. Mostrando que no puede haber arte sin la ciencia que le sirvió para cuajar una nueva tarde histórica que algún día contaremos a los nuestros, como una antigua batallita. Fue llegar él y llenarse la plaza, renacer la Fiesta plena.
Llegó, vio y venció. Y lo hizo apoyado sobre la razón como apoyo básico del toreo. De la entrega, se pasó al análisis y de ahí al arte excelso que ya se derramó en esas dos verónicas y el par de chicuelinas que dieron comienzo al sueño. Hubo una lenta y preciosista escenificación de la lidia de este toro, que también mostró su calidad en los delantales que le enjaretó Talavante en su turno.
En ese momento comenzó el recital paralelo de la cuadrilla de Manzanares. Curro Javier se lo jugó todo en un arriesgadísimo par por los adentros en el que dio todas las ventajas al toro.
La primera serie, casi de tanteo, surgió en unos naturales de leve tersura que querían medir y administrar las fuerzas y la bondad de un toro que estaba destinado a ser el mejor colaborador del arte de Manzanares, que no podría haber firmado su gran obra sin el apoyo técnico, un auténtico tratado del oficio de torear, con el que afrontó todas las fases de un trasteo de intensidad creciente que hiló unas series con otras con bellísimos cambios de mano, un trincherazo sutil o enormes pases de pecho que se convirtieron en nexos de las estrofas del soneto manzanarista
Manzanares tomó de nuevo la muleta con la mano izquierda mientras el personal se enardecía sabiendo que estaban viendo, de nuevo, algo histórico. Una nueva serie diestra plena de intensidad -auténtica cumbre del trasteo- sirvió para poner a toda la parroquia de pie mientras Manzanares liberaba la tensión con un exquisito molinete. La estocada, en la suerte de recibir, ponía en sus manos dos orejas indiscutibles que le abrían la primera hoja de la Puerta del Príncipe.
El quinto, aunque recortado, fue un precioso toro marcado con el hierro de Toros de Cortés que no podía fallar. Trabó al caballo y derribó a Barroso pero la calma llegó en la magistral lidia de ese torerazo que se llama Curro Javier. Trujillo y Blázquez lo cuajaron con los palos mientras sonaba la música de Tejera. Todo estaba preparado para una nueva lección, para otro faenón que Curro Javier anunció llevándose el toro a una mano hasta el burladero del cuatro preparándole el terreno a su matador.
Manzanares se reconcilió con Ramón Vila en un brindis en el que el cirujano pudo darle ese abrazo que le había prometido en su ausencia de la entrega de los trofeos de los médicos. De nuevo, tapando más de una boca, volvió a iniciar el trasteo con la mano izquierda imponiendo un electrizante clima de calma y silencio que sólo fue roto por los gritos de algún patoso. Pero el toro, que tenía calidad, tampoco estaba sobrado de fuerzas y apuntaba algunas gotitas de mansedumbre que había que corregir.
Manzanares volvió a administrarlo en todos los parámetros dictando una nueva lección de técnica que no se puede separar del sentido de la belleza de este grandioso artista que ayer anunció nuevos registros que volvieron a elevar su techo. Los cambios de mano, los remates plenos de imaginación y la tersura templada del toreo fundamental volvieron a enloquecer los abarrotados tendidos de la plaza de la Maestranza que a esas alturas ya no tenían ninguna duda: había que sacarlo por la Puerta del Príncipe, especialmente después de subirse a la Giralda con una sensacional serie al natural que convirtió en tótem.
El toro estaba agotado pero quiso forzar la estocada en la suerte de recibir que cayó a la primera. Caían dos nuevas orejas y se abría la puerta de la gloria que el alicantino, quiso compartir con esa ejemplar cuadrilla que saludó junto a su matador desde los medios.
►El País
Almibarada apoteosis de Manzanares
"Fue la suya una tarde completísima de un torero en estado de gracia, que ha caído de pie, y vive un momento esplendoroso"
ANTONIO LORCA
José María Manzanares vivió una tarde gloriosa en la Maestranza sevillana. Cortó cuatro orejas, se lo llevaron a hombros por la Puerta del Príncipe y consiguió que la plaza entera saliera toreando por la ribera del Guadalquivir. Fue una corrida preciosa en la que un público arrollador y entusiasta vivió una de esas sorprendentes y emotivas historias para contar.
Fue la de Manzanares una tarde completísima de un torero en estado de gracia, que ha caído de pie, y vive un momento esplendoroso, acompañado por esa santísima trinidad del toreo que forman sus tres subalternos de a pie, Trujillo, Curro Javier y Luis Blázquez, y dos apóstoles en forma de picadores, que son Chocolate y Barroso.
Todo comenzó con sabor a triunfo con unas ajustadas verónicas y elegantes chicuelinas de salida al primer toro. Y terminó, a la muerte el quinto, con el matador y sus subalternos en el centro del ruedo, monteras en mano, respondiendo a una atronadora ovación de la plaza puesta en pie, feliz y agradecida. Encaminado era el nombre de su primero, que cumplió en el caballo y permitió que Talavante se luciera en unos lentísimos delantales. Se dolió en banderillas, y llegó a la muleta con las fuerzas muy justas, y una bondad infinita; una exquisitez para paladares exigentes. Y Manzanares, que es pura elegancia, preñado de buen gusto e inspiración, lo toreó por ambas manos con armonía y empaque. Y los tendidos se volvieron locos. Mató mal de una estocada tendida en la suerte de recibir, pero dio igual.
Y salió el quinto, Jerezano, al que veroniqueó aceleradamente; tras mansear en el caballo, llegó el tercio de banderillas y se produjo uno de los momentos más bellos que se puedan presenciar en una plaza de toros: la perfección bajó del cielo para inspirar a Juan José Trujillo en dos pares auténticos, de poder a poder, un tercero del mismo tenor de Luis Blázquez, y el manejo prodigioso del capote de Curro Javier. Las palmas echaban humo y apagaron los ecos de la música, que quiso estar presente en evento tan singular. Jerezano era de andares lentos, y Manzanares lo estudió, lo mimó, lo cuidó, y dibujó con él unos cuantos derechazos inmensos y una tanda de naturales henchidos de solemnidad. Las dos orejas se las entregó al doctor Ramón Vila, exjefe del equipo médico, a quien le había brindado la muerte del toro.
Este es el toro que gusta hoy: con cara y trapío de novillo, sin casta, con las fuerzas justísimas y con una clase excepcional. Vamos, que el lote de Manzanares se parecía a un toro bravo y encastado como un huevo a una castaña. Dos ovejitas obedientes y dulces de corazón que permitieron que un artista jugara al toro con ellas. ¿Dónde está el toro vibrante, encastado y codicioso? ¿Dónde el toro desafiante y poderoso y el torero heroico?
Este es el toreo de hoy, que más se parece a un paso de ballet que a la lucha entre un animal bravo y noble y un ser humano. Lo de ahora, lo de ayer, es otra cosa; es almíbar, hermosa, dulce y empalagosa, pero nada vibrante. Priman el buen gusto y la elegancia, pero no hay emoción, ni conmoción, cimientos del toreo de verdad.
Honor y gloria a Manzanares, y que dure muchos años. Pero el toreo auténtico nunca fue cursi, y el suyo se asoma, -elegantemente, eso sí- a ese bello precipicio.
►El Mundo
¿Qué importante para la Fiesta!
Este es el título de Zabala de la Serna escribe para su crónica, cuyo texto íntegro solo está disponible en la edición de papel o en la edición digital de la plataforma Orbyt. En el avance que realizó en elmundo.es, Zabala escribía:
Zabala de la Serna
El idilio de José María Manzanares con Sevilla sigue y crece. La gente desde que se abrió con el capote se entregó en cuerpo y alma a las verónicas por el pitón derecho, a las improvisadas chicuelinas de mano baja y a una revolera barroca como bata de cola. El lavado toro de Victoriano del Río se resistió huidizo al segundo puyazo. Un quite por delantales de Talavante emanó un temple sensacional. Huidizo de querencias el toro. Allí cerca de tablas, muy cerrado, a Curro Javier le apretó sin espacios. Manzanares ordenó bascular la lidia hacia la Puerta del Príncipe. El tercio de banderillas transcurrió alocado por los arreones del toro. El torero adoptado por la Maestranza estuvo inteligentísimo con la izquierda para no quitársela de la cara, incluso sacrificando un punto de su natural estética para tapar la embestida, sin terminar nunca de humillar, en beneficio de la eficacia. En redondo la plenitud fue mayor. Manzanares miró varias veces a las banderas y se tomó su tiempo entre series. O se lo dio al toro. Un cambio de mano volteó los tendidos. Un leve paso por la zurda de nuevo no tuvo brillo con el toro más remiso y mirón. El pase de pecho lo vació solventaría la situación. Nada como el que luego cerró una tanda de circulares sin solución de continuidad, un auténtico monumento el obligado. La plaza era ya un manicomio que se desató del todo con la estocada brutal, aunque quedó algo suelta, en la suerte de recibir. Una locura. Las dos orejas y una ovación demasiado generosa al toro en el arrastre.
Sonó la música para la cuadrilla de Manzanares en el quinto. Para Curro Javier con el capote y Trujillo con los palos. Su jefe de filas había estado con empaque a la verónica. El derribo del caballo le dio emoción. Pronto presentó la izquierda. Dos buenos. En redondo la gente presentía e iniciaba el ole antes de que el toro metiese la cara en la muleta, que templaba con suma suavidad. Volvió a la zurda, largos los muletazos; y en redondo cerraría enroscándose al toro a la cintura. Cumbre la serie. Como el de pecho o aquel pase de las flores improvisado. Que el toro se rajase al final era lo normal, pues ya lo había intentado antes. Y por ello también Manzanares no lo apretó hasta el final. La estocada en la suerte de recibir, en dos tiempos; lo nunca visto. Inapelable la eficacia, tremenda la puntería y el aguante. Otras dos orejas. Del tirón casi. ¡Qué importante para la Fiesta! Manzanares, generoso en extremo con sus toros, también lo fue con su cuadrilla, y al finalizar la apoteósica vuelta al ruedo la sacó a los medios en una imagen inédita. Manzanares y los suyos. Se desbordó la pasión en la salida a hombros aún mas por la Puerta del Príncipe.
►Marca
Manzanares, rey de la Maestranza
Salió por la Puerta del Príncipe y a su recital solo le faltó el toro
CARLOS ILIÁN.
A las nueve y diez de la noche sacaban a José María Manzanares en hombros por la Puerta del Príncipe en medio de un clamor, como a un nuevo héroe, convertido de hecho en el rey de esta Real Maestranza de Caballería, en ídolo indiscutible de Sevilla y en el torero que desborda con su estética cualquier exigencia de manual taurino. Había cortado las cuatro orejas en dos faenas muy parecidas, ambas casi en exclusiva sobre la mano derecha.
Manzanares ya avisó de lo que sería su tarde mágica en la Maestranza cuando recibió con el capote a su primer toro. A propósito, un novillote impresentable. José Mari lo toreó con suavidad exquisita y el percal se movió como si fuera seda de Oriente. A las verónicas ganando terreno las quiso adornar improvisando dos chicuelinas de mano baja en las que me recordó mucho a su padre, que fue un intérprete exquisito de este lance.
El animalito de Victoriano del Río llegó a la muleta con la fuerza justita, derrochando nobleza. Un borreguillo al que Manzanares hizo un toreo muy bello, muy desmayado, de enorme plasticidad de cintura para arriba. Intentó brevemente el toreo al natural para cerrar definitivamente con una estocada recibiendo que le puso en las manos las dos orejas. Para abrir la Puerta del Príncipe le quedaba todo a tiro. Y lo supo asegurar en el quinto, algo más seriecito pero igualmente blando y noblote. Manzanares se empleó con enorme inteligencia, sin exigir más allá de lo que el toro permitía por su falta de casta. Otra vez los derechazos enormes, como si toreara a un carretón. El clamor en la plaza se desató y para llegar al paroxismo tan solo faltaba una estocada como la que ejecutó, recibiendo en dos tiempos, un monumento a la suerte suprema.
Otras dos orejas que José María tuvo el bello detalle de compartir con sus peones Curro Javier y Juan José Trujillo, que en la brega y en banderillas dieron un recital, recibiendo el honor de que sonara la banda. Todo había salido perfecto para José María Manzanares en esta tarde: se llevó los dos únicos toros que se emplearon con movilidad y con recorrido y hasta su cuadrilla lo bordó. Por ejemplo Curro Javier al colocar en suerte y torear a una mano al quinto. Segunda salida en hombros por la mítica puerta de la Maestranza y por segundo año consecutivo. Manzanares, aquí ya eres el amo.
►Ideal y otros diarios del Grupo Vocento
Y el toreo robó la lentitud a los dioses
Manzanares abre la Puerta del Príncipe con dos faenas antológicas
VÍCTOR J. VÁZQUEZ
La historia del arte se escribe a base de días propicios para robar cualidades a los dioses. Entraron ayer en la Maestranza tres grandes toreros, uno, Juan José Padilla, llegaba al templo con el honor de las cicatrices y la plaza lo recibió con una voz, agradecida de que queden hacedores de épica y alegría. Recibió Padilla a su primero y el torero mostró desde los primeros lances cómo se ha reinventado así mismo, cómo maneja en el ruedo la sabiduría y el aplomo que da el redescubrimiento de la vida, es decir, del toreo. Citó al toro desde los medios, en un emocionante tercio de banderillas que Padilla ejecutó andando tranquilo, dejando un cierto aire de leyenda de western a su paso. No tuvo hoy suerte con el toro este torero. Parado fue su primero, con el que sólo pudo dejar constancia de sus ansias de temple, y parado fue también su segundo. Ahora bien, fue en este último cuando este indomable hombre dejó un gesto de esos que definen el toreo como actitud ante la vida. Falló en unas banderillas que toda la plaza quería que colocara, para curtirle el pecho de aplausos y tocaban ya los clarines anunciando el tercio, cuando Padilla agarró un cuarto par y, arrancando desde las tablas, por derecho, con una sobredosis de fe, colocó un par al violín que levantó a toda la plaza de sus asientos. Un par que vale una tarde.
Pero la tarde ayer no podía ser de este héroe, la tarde de ayer estaba reservada para quien se llama José María Manzanares. Que las gotas de la inspiración habían tocado sus oros, lo pudimos ver en sus primeros lances a la verónica que, en una suerte de inspiración, se trasformaron en bajísimas y ceñidas chicuelinas que, a su vez, luego se transfiguraron en una alegre revolera. El torero había encendido el fuego pagano de lo mágico. Manzanares hoy fue más que nunca una imagen clásica, una escultura griega novia del don del movimiento. Abrió su obra de arte al primero con unos naturales que fueron un portento de colocación. Luego con la mano derecha empezó el artista a hechizar al toro, la muleta siempre delante de la cara, un compás de arquitectura y su brazo marcando imposibles caminos de lentitud al toro. Luego el trincherazo, luego el de pecho interminable y al final ese cambio de mano que ya nos pone el nudo en la garganta. Vuelve la muleta a la mano izquierda y el toque perfecto que era ya lenguaje del toro, que lo entendía e iba a esa distancia justa que es el milagro del temple. Tres muletazos más con la derecha en redondo y entonces un pase de pecho largo como un siglo, que fundió a toro y torero en un momento estelar de la Historia de este arte de lidiar reses bravas. Lo mató recibiéndolo como le pide el corazón a este artista y la obra se cerró con todos los triunfos.
Nada había acabado aquí, quedaba aún la gran gesta. La segunda faena de Manzanares se abrió como una ópera perfecta ejecutada sobre el saber, clásico también, de su cuadrilla. La brega de este cuarto toro fue de una armonía tan sublime que es difícil e injusto loarla solo en unas líneas. Lidió el toro ese mariscal de plata que es Curro Javier. Cada muletazo de este torero tuvo la suavidad y el conocimiento propio de la poesía. Y entre ellos, Blázquez y Trujillo pusieron tres pares de banderillas que fueron el abc de la honestidad y la belleza. Se llevó Curro Javier el toro a chiqueros arrastrando el capote a una mano, y no parecía ni que estaba corriendo. No exagero si digo que en aquel momento la plaza lo hubiese sacado a hombros por la Puerta del Príncipe. Pero ayer había que atender al muchacho griego. Supo Manzanares que aquél era un toro difícil desde los tres limpísimos primeros naturales. Entonces fue cuando el torero decidió desafiar al tiempo y empezó a andar y a moverse delante de la cara del toro, con toda la lentitud que cabe imaginar en el movimiento humano. Y así de lento, le puso la muleta al toro por el pitón derecho, para arrastrarlo con toda la profundidad que da el aire, en una serie de muletazos en redondo. Y luego, una tanda de naturales y otra, y allí ya el toro era parte integrante de la bella lentitud, fluyendo en la obra de un torero griego que había roto las normas del tiempo. No sé si alguna vez el toreo ha sido tan lento. Sabía Manzanares que nada podía romper la conjura de la belleza y tentó una vez más lo imposible, recibiendo al toro con una espada que vale otra página gloriosa en la arena maestrante.
Ayer fue la tarde de ese torero griego que se atrevió a robar la lentitud a los dioses. Suya es con honor la Puerta del Príncipe.
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