MADRID. Vigésima del abono de San Isidro. Más de media entrada: 15.013 espectadores (63,5% del aforo). Tarde con rachas de viento. Toros de Dolores Aguirre, grandes, duros, mansos y muy complicados. Rubén Pinar (de azul cobalto y oro), ovación y silencio. José Carlos Venegas (de verde esperanza y oro), ovación y ovación. Gómez del Pilar ( de verde botella y oro), ovación y palmas.
Tras concluir el paseíllo se guardó un minuto de silencio en memoria del matador de toros Marcos de Celis, fallecido este domingo en su Palencia natal.
Anunciarse en esta tarde era el reconocimiento a las buenas actitudes de los tres toreros en Madrid en la pasada campaña. Como oportunidad, una trampa monumental, o un regalo envenenado, como se quiera. Lo verdaderamente meritorio es que en los seis que salieron por los chiqueros, ninguno de los tres dejó de plantarles cara, aún sabedores que allí no había nada que ganar, y la mataron con mucha dignidad. Por eso, hay que quitarse el sombrero en señal de respeto ante Rubén Pinar, José Carlos Venegas y Gómez del Pilar. La afición fue sensible a lo que ocurría en el ruedo.
La corrida de Dolores Aguirre ha sido tremenda. De grande y de mansa, de dura y de complicada. Sobre todo los tres últimos, bastos y feos, eran como trenes por largura, por alzada, por volumen y por sus caras abiertas y ofensivas. Pero si de los tres primeros se puede salvar un poquito al que abrió el festejo, que al menos tomaba los engaños, aunque a mitad del muletazo ya protestaba y tiraba gañafones; los cinco restantes, para andarles por la cara y con precauciones, porque sus arreones violentos eran imprevisibles.
Ante el caballo, mejor no hablar: cada intento de ponerlo exigía una trabajosa docena de capotazos y ni así; además para nada, porque en cuanto sentían el hierro volvían grupas al otro lado de la plaza. Y para banderillearlos, un clavario; ¡qué merito tuvieron los nueve hombres de plata que hoy estuvieron en el ruedo! Aunque fuera de sobaquillo, cada par era una heroicidad, que el animal les esperaba una barbaridad y con la cara por las nubes.
Hubiera sido curioso que, como los futboleros hacen en el Plus, se hubiera utilizado esta atarde el mecanismo para decirnos cuánto había trotado cada toro, que ninguno galopó. Desde luego, muchos kilómetros. No, aquello no era ya la consecuencia de ese gen de ser abantos de lo que viene de “atanasio”; sencillamente, eran seis bueyes sin carreta queriendo escapar del redondel.
Con más oficio y experiencia, a Rubén Pinar se le vio siempre muy seguro, dominando la escena. Incluso se permitió el lujo de pasar de muleta a su primero, aunque fueran con medios muletazos, que es lo que se tragaba el “aguirre”. Anda en un punto de madurez en el que lo que apetece es verle con una corrida sencillamente normal, aunque sea de tono medio.
Pero igualmente tienen su mérito, importante además, tanto Venegas como Gómez del Pilar, que viendo como discurría la corrida, no perdieron el ánimo y contra toda lógica lo intentaban una y otra vez. Tanto que hasta cuando el 6º de echó a la arena –sería por estar agotado de tanto correr–, Gómez del Pilar todavía intentó levantarlo para, como mandan los cánones, matarlo a espada. No han triunfado, como aspiraban, pero fueron un ejemplo de respeto por su oficio.
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