La actualidad a veces nos lleva a perder de algún modo perspectiva. Claro que es noticia, y relevante, que El Juli diga que nones a Madrid, Sevilla y Valencia, las plazas que lo ningunearon hace unos meses. Y como no va a ser noticia que todos los sectores se sienten –por ahora, en los prolegómenos– a negociar el Convenio Nacional, que al menos va a tener una cosa buena: nos va a clarificar cuál es el grado de representatividad de cada organización sindical y profesional. Lamentablemente también es noticia, y repetida muchas veces, que en las tierras americanas tienen más que un problema con el toro; ya ni en la Monumental de Insurgentes salen a gusto del aficionado. Pero también con preocupación hay que anotar la repetición de los problemas empresariales en la gestión de plazas importantes.
La realidad enseña que luego, cuando se aproxima la primera feria del año, los taurinos salen en tromba hacia ellas, como si eso fuera lo único importante, dejando en el olvido las cuestiones que en realidad son más relevantes. Y la primera de todas ellas es el toro bravo.
No sabe uno a ciencia cierta cuál será la causa para que cuando se analiza la situación de la Fiesta el ganadero tenga tan escaso protagonismo, cuando hoy por hoy constituye el punto de arranque de toda recuperación. Cuando se le ha perdido el respeto al toro, que también tiene sus derechos, hemos acelerado la caída en vuelo libre hacia el vacío.
Es posible que para aquellos ganaderos que hoy viven en la cresta de la ola, resulte incómodo abordar temas como éstos, cuando tienen garantizado lo más difícil: colocar toda su camada a buen precio y a petición de las figuras. Mejor no incomodar a nadie –podrían pensar– que el campo está a rebosar de oferta y la demanda anda en cuarto menguante. Quizás por eso en la mayoría de los casos son esos criadores que luchan a brazo partido por recuperar encastes y ganaderías lo que cumplen el ingrato papel de levantar la voz.
Pero tampoco los toreros andan desprovistos de responsabilidades. Si se traslada uno a los comienzos del pasado siglo, son numerosos los testimonios periodísticos acerca de las exigencias a las figuras en materia torista. No es cosa de hoy en día. Y hasta cierto punto tiene su lógica: quien aspira a cubrir una temporada tan extensa como intensa, busca hacerlo con ese concepto tan discutible de las ganaderías con garantías, entre otras cosas porque, aunque resulte poco comprensible, acudir a encastes duros acaba por devaluar sus cotizaciones. Una vez al año y con mucho bombo, vale; eso de hacer el gesto en todas las ferias no se lleva hace ya décadas.
Sin embargo, no hace tantos años para las figuras era algo más habitual de lo que hoy ocurre. Todavía hoy Pepe Luis sigue teniendo el record de las corridas de Miura matadas en la feria de Sevilla: quien era uno de los cimientos fundamentales del serial, no podía eludir la corrida de Zahariche.
Carece de sentido reivindicar aquí, como en ocasiones hacen los taurinos, que las primeras figuras se disputen matar las camadas enteras de Miura o Victorino. Para tertulias de café puede ser un entretenimiento para estos aburridos meses invernales. El problema va mucho más allá.
Y es que frente a circunstancias como las anteriores, y otras muy similares que podrían ponerse, la realidad es machaconamente unánime: cuando el ganadero ha perdido poder en la Fiesta, se acaba por entrar en etapas de problemas. Precisamente por eso cualquier proceso regenerador de la Fiesta pasa necesariamente por la recuperación del papel del criador de bravo. Pero la realidad es la que es. Lo cual no debiera querer decir que hay que darlo por bueno.
Es cierto que en este ámbito ganadero se han dado casos, incluso en mayor numero de lo que la Fiesta puede soportar, de criadores de nuevo cuño que responden más que nada a ese factor de relevancia social que por lo visto aporta el verse anunciado en los carteles. Eso resulta inevitable: a nadie se le puede negar el derecho a jugarse sus dineros en esta actividad con los objetivos que le vengan en gana. Sin embargo, de ahí no puede concluirse en que a este sector haya que dejarlo de la mano a la hora de plantear actuaciones de reordenación de la Fiesta. Entre otras cosas, porque esa proliferación atípica de hierros altera hasta tal punto el mercado, que imposibilita en la práctica llegar al fondo de la situación actual.
Hasta desde un punto de vista estructural resulta necesario colocar a los ganaderos en los epicentros del problema y de la solución. Es evidente que el protagonismo principal les corresponde a ellos: si por omisión o por conveniencias pasajeras dejan de reivindicar sus posiciones, nadie va a saltar a la palestra para resolver sus problemas.
Y en esto ocurre como con los toreros: aquellos que cuentan con una mayor relevancia social y taurina son los que con mayor probabilidad son oídos por quienes tienen que tomar las decisiones. Si algo bueno tuvo el desaparecido G-10 fue, precisamente, que aportó ese plus que tiene fotografiarse con ellos para abrir puertas oficiales que hasta entonces parecían inalcanzables.
Vista la experiencia, no está el patio para reivindicar aquí la creación de un G-10 ganadero. Pero, al menos, habrá que dejar constancia de lo que la historia nos dice lo que es una realidad: o los criadores asumen un protagonismo mayor, o las soluciones se convertirán en simples parches ocasionales.
Y esto es mucho más que reclamar unas ayudas frente al precio galopante de los piensos, por ejemplo. Esto es, sencillamente, dar a los ganaderos el papel de centralidad que les corresponde en la Fiesta.
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