Se dirá, y es cierto, que se trata de matices. Pero en esta vida los matices son todo. Y ahora que se conmemora con el debido reconocimiento el cincuentenario de la muerte de Juan Belmonte, habrá que recordar que la primicia periodística de aquella luctuosa noticia tiene nombre y apellidos: la dio con todos sus detalles el gran escritor y poeta sevillano, periodista de raza, José María Requena.
Por lo avatares de la profesión, desde su Carmona natural había recalado Requena en el periódico, hoy desaparecido, “La Gaceta del Norte”, de Bilbao, tan lejos como quedaba eso de su pueblo. Allí veló, y muy brillantemente, sus primeras armas profesionales y allí dejó constancia de su especialidad sensibilidad para ejercer como poeta, que tengo para mí que era su verdadera pasión. De paso, allí dejó escritos taurinos de especial encanto, algunos de los cuales luego dieron forma a su “Gente del toro”, un libro que hoy sigue teniendo toda su vigencia, como suele ocurrir con todo aquello que está bien concebido y mejor realizado.
En su madurez profesional, a mediados de los años 60 fue llamado a hacerse cargo de la dirección de El Correo de Andalucía, en la vuelta a sus orígenes sevillanos. Y en esas estaba cuando ocurrieron los sucesos de Gómez Cardeña.
Hay que situarse en la época y en las costumbres sociales de aquellos años para entender el por qué muchos de los detalles, incluso los fundamentales, de aquella muerte fueron obviados en aquel primer momento en la páginas de la prensa. Requena, en cambio, escribió una crónica magistral y, además, completa, que vio la luz en las páginas de “La Gaceta del Norte”.
Es una pena que hoy resulte de muy difícil recuperación este texto, salvo que se consulte directamente la magnifica hemeroteca que sobre esta etapa tiene el BBVA en su sede originaria de Bilbao. Pero si pudiéramos rescatarla, y no sólo escribir fiados en la memoria, comprobaríamos no sólo su calidad periodística, sino cómo Requena resuelve con una delicadeza verdaderamente llamativa el relato completo de los hechos sin por ello herir sensibilidad alguna. No podía hacerse con más respeto a la memoria de Juan Belmonte, ni con más respeto a la verdad. Un modelo de trabajo periodístico.
Alguna de las ideas que en aquella crónica se traslucían, sirvieron luego para su poema “La Maestranza”, de una belleza singular, dentro de su libro “Gracia pensativa”, editado a los siete años de la muerte del torero, que debiera ser libro de cabecera para quien quiera acercarse a una visión lírica de la Sevilla de la época, lejos de todo tópico, plural en sus formulaciones y siempre con unas calidades literarias que engarzaban a la perfección con el escenarios y los personajes que retrata.
Por ello, no me resisto a dejar de reproducir aquI aquellos versos de Requena:
Si al alma vertical de Joselito
le destinaran cielo aquí en la tierra,
monolito sería
en mitad de este ruedo,
bien acosado por los ojos serios
de estos arcos que parecen niños
acostumbrados ya
a la sangre mezclada con la música.
Y si a don Juan Belmonte
le dejaran volver de aquel morir
tan nada más que suyo,
seguro que despacha
los millones de toros de su angustia
sobre esta arena misma donde alzara
su mandíbula joven, como un reto
al oscuro destino de una estirpe
nacida para cueva de miseria
bajo el sol palaciego de Triana.
Si el Juicio Final se celebrara
pueblo por pueblo, en una anchura
de cada población,
aquí vendríamos todos
a ver salir el toro de la última
palabra, la de Dios, la que nos mida
una por una las faenas
del corazón o el odio.
Y al final, la cornada de lo eterno,
la cogida sin sangre que nos ponga
tendidos, verdaderos,
en el blanco quirófano
de la Misericordia.
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