Cuentan de “Lagartijo”
Quien confirmaba su doctorado el 15 de octubre de 1865 en la capital de España ya tenía cierta fama entre la afición como buen rehiletero. Hacía escasas fechas que se había convertido en matador de toros, iniciando una prometedora carrera como espada de alternativa. A partir de los años de plenitud de Rafael Molina en la Fiesta, se comenzó a hablar, aunque aún de modo embrionario, del Arte en el Toreo. Fue ésta su mayor aportación a la Tauromaquia.
El festejo programado para el 15 de octubre de 1865 (16ª madia corrida de la temporada) en el que se anunciaban Cayetano Sanz, Antonio Carmona “El Gordito” y Rafael Molina “Lagartijo”, había sido suspendido en una par de ocasiones a causa de la lluvia. Finalmente, se celebra el mencionado día con media entrada en los tendidos de la plaza de la Puerta de Alcalá, no asistiendo un mayor número de espectadores debido al miedo de contagio del cólera que por aquellas fechas reinaba en diversos puntos del país. La corrida comenzó a las tres y media de la tarde, ocupando la presidencia José Abascal, teniente de alcalde de la ciudad. En los corrales había seis toros de las ganaderías de Gala Ortiz y José María Benjumea, sobresaliendo por su juego el que abrió plaza, perteneciente a la primera de las divisas citadas, y el que cerró el sexteto, que llevaba el pial de Benjumea.
“Barrigón” era el nombre del primer astado, que como queda referido, era de la vacada de Gala Ortiz. Su pinta era colorada, presentaba unas serias defensas y demostró bravura y nobleza durante toda su lidia. Cinco puyazos, uno de ellos bajo, le administró Manuel Sacanelles, quien también debutaba aquel día en Madrid como picador de tanda, y ocho más le recetó Rafael Álvarez “Onofre”, dos de los cuales cayeron en una posición no muy acertada. Más allá de las varas recibidas por “Barrigón”, el tercio se saldó con una caída para Sacanelles, un caballo herido y dos muertos. Domingo Vázquez y Benito Garrido “Villaviciosa” le prendieron al cornúpeta dos pares y medio de banderillas colocadas al cuarteo. Seguidamente, Cayetano Sanz fue el encargado de cederle muleta y espada a “Lagartijo”, que vestía un terno celeste y plata.
La faena del diestro cordobés se compuso, según el corresponsal del Boletín de Loterías y Toros, de “tres pases naturales, cuatro intentos de pecho, dos por encima de la cabeza y dos con la mano derecha”. Lo que más se resalta en la prensa del trasteo de Rafael Molina, es su gran serenidad al pasarlo con la franela, parando los pies y buscando el ceñimiento con el burel de Gala Ortiz. El único defecto que se le achaca desde la citada tribuna es que se encorvó algo al dar algunos de los muletazos. Concluye su labor con una estocada arrancando, situada en palabras del informador de La España, “en la cruz”. Sin embargo, el cronista del Boletín de Loterías y Toros posiciona la espada “algo baja”.
A petición del público, el quinto toro, “Bolero”, también con el hierro de Ortiz, fue banderilleado por “El Gordito” y “Lagartijo”. El astado, que no había mostrado buenas condiciones ante los equinos, puso en aprietos a ambos matadores, incluso Rafael Molina fue trompicado al intentar poner un par al sesgo, por suerte sin mayores consecuencias. Antonio Carmona le colgó cuatro palitroques al cuarteo, al no permitir “Bolero” que el torero sevillano ejecutara el quiebro. Por su parte, “Lagartijo” le endilgó un buen par al sesgo y un garapullo más aguantando a pie firme la acometida del toro.
“Rabilargo” se llamaba el último ejemplar de la tarde, era negro, de apreciable cornamenta y sobre su morrillo lucía las cintas azules y oro de la ganadería de José María Benjumea. De inicio salió abanto, recorriendo el anillo sin fijar su atención en nada, pero posteriormente fue bravo y codicioso, creciéndose al castigo. Hasta doce varas recibió de los distintos varilargueros, distribuidas de la siguiente forma: seis le endosó Manuel Sacanelles, siendo derribado en una ocasión y sacando dos pencos para el arrastre; “Onofre” le colocó tres puyazos más, muriendo uno de los jamelgos que utilizó; un par de caricias le hizo Bruno Azaña, que actuaba como primer reserva, dejando otro caballo sin vida y para finalizar el tercio Antonio Calderón, segundo reserva, le colocó una postrera vara, resultando herido su jaco. Con las banderillas en la mano se subraya de forma especial en los medios impresos, un par al cuarteo de Francisco Muñoz “Pucheta”.
“Lagartijo” tomó los avíos y se fue con decisión hacia “Rabilargo”, instrumentándole “tres naturales, un intento de pecho y dos con la derecha”, apreciación que realiza el crítico del Boletín de Loterías y Toros. Pasaportó al de José María Benjumea de una estocada corta arrancando y otra ejecutada en idéntica suerte que quedó un poco baja.
Pocas veces se vio un debut tan feliz
En las valoraciones finales del festejo, todos los corresponsales coinciden en señalar las excelentes cualidades apuntadas por el nuevo matador. Fue “el héroe de la función”, añadiendo el informador de El Contemporáneo el siguiente comentario: “pocas veces se ha visto un debut tan feliz en la última etapa de la carrera taurina”. El cronista del Boletín de Loterías y Toros se permite la licencia de darle algunos consejos a Rafael Molina para que su toreo tenga un mayor lucimiento y gane en calidad. Tan grata impresión causó el confirmante en esa jornada, que la temporada de 1866 la empresa de la plaza de Madrid lo contrató como tercer espada, tras “El Tato” y su maestro Antonio Carmona.
En el relato de lo sucedido aquel día de octubre en el coso madrileño, también se enjuician los quehaceres de Cayetano Sanz y “El Gordito”. Las opiniones emitidas acerca de lo realizado por el primero de los diestros mencionados no son nada favorables, sobre todo en lo referente a su labor con el acero. A sus dos toros les propina bastantes pinchazos y estocadas defectuosas, provocando con ello el aburrimiento del público. En cambio, con capote y muleta se mostró más afortunado, fundamentalmente en quites. Por su parte, “El Gordito” manejó la espada con acierto, sobresaliendo el volapié que le recetó al quinto ejemplar del festejo, arrancando con rectitud hacia el morrillo del cornúpeta. Al igual que sucedió con Cayetano Sanz, Antonio Carmona también estuvo muy oportuno y eficaz en quites.
Los nuevos valores plásticos del toreo
“Lagartijo” había nacido en Córdoba el 27 de noviembre de 1841. El ambiente taurino estaba muy presente en su hogar, puesto que su padre, Manuel Molina “Niño de Dios”, había sido novillero y posteriormente banderillero y su madre, María Sánchez, era hermana de un popular torilero cordobés al que apodaban “Poleo”. El debut de Rafael Molina en los ruedos se produjo el 8 de agosto de 1858 formando parte de una cuadrilla de jóvenes cordobeses en la que “Lagartijo” figuraba como banderillero.
En aquella ocasión, se lidiaron seis toros y dos becerros de la ganadería de Rafael José Barbero en una corrida mixta. En los años posteriores continúa su aprendizaje como rehiletero, adquiriendo cada vez mayor destreza y oficio. A raíz de un festejo de seis toros que tuvo lugar en Córdoba el 8 de agosto de 1861, su nombre aparecerá ya siempre ligado a matadores de la tierra.
En esa misma temporada de 1861 acompañó como subalterno a José Rodríguez “Pepete”. Desde 1862 a 1865 estuvo vinculado a la cuadrilla de los hermanos Carmona, actuando a sus órdenes el 15 de agosto de 1862 en Cáceres, día en el que recibió su bautismo de sangre. Volvió a vestir el traje de luces el 24 de septiembre en la plaza cordobesa de Bujalance, en una función en la que no solamente tomó los palos sino que también pasaportó cuatro toros de Rafael José Barbero. Era la primera vez en su vida que pasaba a estoque unas reses.
Durante todo el año 1864 y parte de 1865 se encargó, por cesión de “El Gordito”, de finiquitar un buen número de astados, incluso en el recinto taurino madrileño. El salto definitivo de “Lagartijo” a matador de alternativa aconteció el 29 de septiembre de 1865 en Úbeda, cuando contaba ya con una dilatada experiencia al lado de importantes diestros.
Rafael Molina fue, sin lugar a dudas, el gran torero de la afición capitalina de la segunda mitad del siglo XIX, pues llegó a trenzar 1.632 paseíllos –404 de ellos en Madrid– hasta su retirada en 1893. A partir de 1868 dirimió una dura competencia con Salvador Sánchez “Frascuelo”, rivalidad que se prolongó durante más de veinte años. Con la llegada al toreo de “Lagartijo” los valores plásticos comenzaron, lentamente, a ganar terreno a los emotivos, si bien fueron éstos los que continuaron predominando.
© Carmen De la Mata Arcos/2015
BIBLIOGRAFÍA.
•Cossío, José María de: “Los Toros. Inventario biográfico”. Tomo 17. Editorial Espasa Calpe. Madrid, 2007.
•Cossío, José María de: “Los Toros. Crónicas. 1793-1873”. Tomo 21. Editorial Espasa Calpe. Madrid, 2007.
PÁGINAS WEB.
•www.bne.es/es/Catalogos/HemerotecaDigital
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