No hace mucho, leíamos un bello ensayo, en la revista intelectual "Ínsula", firmado por el ilustre tratadista de arte Gaya Nuño. Se abordaba en él, con gran documentación, la ausencia de gusto estético de nuestros más calificados escritores del "98". Teniendo ante los ojos el milagro de un Nonell, de un Darío Regoyos, se perdieron en vagas apologías al decadente y superficial andalucismo de un Romero de Torres.
Pues bien. ¿Entendieron nuestros escritores más altos el despliegue de la Fiesta nacional? De algunos sabemos su afición, traducida en alusiones y escritos. Así, el maestro Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Pérez de Ayala. Manuel Machado soñó con ser un buen banderillero.
Ojeando en el Ateneo barcelonés viejas revistas, me tropiezo con un olvidado titulo. Se trata del semanario "Actualidad”, que se tiraba en las prensas de la Ciudad Condal a principios de siglo. Y, curiosamente, me encuentro que inserta en sus páginas, en julio de 1914, una "encuesta taurina". Por la calidad de las firmas qua intervienen en el interrogatorio –Azorín, la Pardo Bazán, Pablo Iglesias, Rubén Darío, Unamuno, etc.–, este trabajo periodístico se convierte en una preciosa cata para estudiar el fenómeno de la Fiesta nacional en relación con nuestros más destacados intelectuales.
Pablo Iglesias, el líder socialista, se pone en la vanguardia del ataque a las corridas de toros. El socialismo se caracterizó siempre por su enemiga a un espectáculo donde se perfilan, en primer plano, los valores individuales de lo heroico.
Dice así el santón de nuestro socialismo: "La fiesta de los toros es entristecedora; que por lo menos debiera suprimirse, y los principales culpables de su apogeo son los periódicos, los cuales, movidos por espíritu mercantilista, dedican a la fiesta cuatro, cinco y hasta siete planas."
El minucioso Azorín, que tantas hermosas paginas consagró a una España intemporal y quietista, tampoco sabe comprender el significado dramático una corrida. Y la califica, en la encuesta" de referencia del modo siguiente: "Estupidez y barbarie: hombres vestidos grotescamente haciendo cabriolas ridículas ante un toro."
Felipe Trigo, el gran novelista, que pese a cierto vago sustento socializante diluido en sus obras, había conocido el sabor del heroísmo, luchando, como medico militar, en Filipinas y hasta ganado una Laureada de San Femando, toma, ante la fiesta, una actitud benévola. No así́ ante la Prensa de la época, tan soñado por los nostálgicos. "La fiesta de los toros —dice el autor de "En los andamios"—, dado el periodo semibárbaro por el que cruza el mundo, y en la cual la lucha arrogante a muerte constituye una salvación de la vida, no me parece mal. De elogio sin reserva, en ese sentido, fue mi prologo al libro de Bombita.
Lo único que nos pone en ridículo y nos pone a los españoles en un ridículo lamentable y bochornoso ante el gesto de los civilizados semibárbaros, es la preferentísima atención de retratos y más retratos, planas y más planas, que por encima de artistas, sabios e inventores, hacendistas, nuestra Prensa les concede. Una vergüenza. Una gran vergüenza. Dijérase que lá Prensa de España está redactada por mozos de mulillas."
Más contundente es la actitud de don Miguel de Unamuno ante el fenómeno taurino. El, que tuvo algo de noble toro bravo en sus ciegas acometidas, no sabe calibrar el drama que enmarca el apasionante y polémico gradarlo. "Una vez más he de decirlo —señala el rector salmantino—. Y es que, aparte de su evidente barbarie, ejerce dos efectos destructores. Uno en la economía, en la riqueza nacional. La fiesta de los toros es una de las principales causas del atraso de la ganadería. Da un tipo de res no apta para otros fines. Y donde se cría un toro de licita podían criarse tres o cuatro de labor y carne. Otro electo lo ejerce en la mentalidad a la que ayuda a mantenerse en estado bajo. Peor que la fiesta misma es la horrible literatura que provoca: la ramplonería y memez de los periodistas taurinos, la tontería qué campea en las tertulias taurinas. Es un gentil medio para que la gente no piense. Los que se enardecen por si El Gallito vale más o menos que Belmonte es porque tienen una inteligencia córnea. ¡El esfuerzo y el tiempo perdido en unas necias discusiones, es esfuerzo y tiempo que aplicados a otros objetivos promoverían la cultural El "pan y toros", continuación del "pan et circenses" romano es la consigna de la tiranía. Los aficionados son, sépanlo o no, quieran o no quieran, los mayores reaccionarios y los principales causantes de la servidumbre y abyección de espíritu. La afición adormece a la conciencia y no puede pensarse en la libertad de ésta, hasta que aquélla no acabe."
Rubén Darío mira a la fiesta con ojos de pintor; a él le seduce la plasticidad, el destello de la seda y los bordados alamares bajo el sol de los toros, en el despeje de las cuadrillas. "Yo he visto —confiesa— una sola corrida, hace muchos años. Me encanta la salida de cuadrillas y el aspecto del coso. Después… no, no volví́ nunca. ¡Ni volveré!"
Sin embargo, Rubén, en su "Gesta del coso" nos ofrecerá́ un inmortal diálogo del toro bravo y el buey:
— ¿Qué es peor que este martirio?
— La impotencia.
— ¿Y qué más negro que la muerte?
— El yugo
Dos semanas dura la encuesta, que se suspende, bruscamente, sin previo aviso ¿Qué ha pasado? Pues algo muy significativo. Se ha producido el asesinato de Sarajevo. 1 de agosto de 1914. La guerra europea se declara. Los países civilizados que ciertos intelectuales nos ponían como ejemplo de imitación a los españoles, acometen con ciega furia homicida. En las páginas de "La Actualidad" vemos dibujos de los dirigibles alemanes arrojando bombas y los frágiles aviones franceses tirando cartuchos de dinamita sobre el ruedo ensangrentado de Europa. Ya no agonizan caballos ni toros de alunadas astas, sino hombres. Y los intelectuales españoles se sientan en los cafés madrileños, divididos en "germanófilos” y "francófilos". Se advierte, que por debajo de la nueva polémica subyace el mismo ardor dialectico puesto en la competencia entre Gallito y Belmonte.
© El Ruedo, 11 de agosto de 1964
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