Célebre sigue siendo la tarde del 18 de octubre de 1914 , cuando Joselito se encerró con seis toros de Contreras en Valencia. Le dieron las orejas de cuatro y, cuando salía en hombros, un grupo de público le gritaron : "Muy bien, José; pero con Contreras, no; con Miuras”. Al año siguiente, también en el mes de octubre, cuando tenía cumplía José tres años de alternativa, de nuevo hizo el paseo en Valencia sólo, con su cuadrilla, para enfrentarse a seis toros de Miura, que demás salieron muy en miura; cortó tres orejas y los que le chillaron el año anterior no se cansaban de aplaudirle: "¡Esto son las figuras del toreo!".
A lo mejor parece demasiado romántico, incluso algo nostálgico, traer aquí semejante anécdota. Pero entre los aficionados, ese ha sido siempre lo que se ha entendido por una verdadera figura del toreo. Innecesario resulta hacer notar que ese concepto siempre fue unido a lo que ocurría en un ruedo, no en sus alrededores. Y tenía mucho que ver con esa competencias consigo mismo que de siempre han mantenido los grandes toreros. Todo lo demás no dejaba de ser algo marginal.
Instalado en esta creencia, no puede menos de llamar la atención la palabras de un profesional de primer nivel que hace unas semanas, en una esclarecedora entrevista en la revista “Aplausos”, no dudaba en afirmar: “Figura es el que cobra el dinero que quiere, el que puede imponer compañeros y exige ganadería. Eso lo he conseguido yo”. No podemos estar en mayor desacuerdo con estas palabras, que sólo traslucen un empequeñecido concepto de lo que significa ser verdadera figura del toreo.
Si eso es ser figura, mejor dedicarse a otra cosa, porque semejante modo de razonar poco o nada tiene que ver con el Arte. Como mucho, eso será el signo de una administración más o menos diligente, pero nada dice de las calidades toreras, que a la postre son las que en la Historia han puesto a cada cual en su sitio. Bajo ese punto de vista, el gran Goya no habría sido un genio de la pintura, porque malvendía sus célebres grabados por las calles de Madrid para poder comer; ni Joselito El Gallo habría sido un punto y aparte en el toreo, cuando no es que quitara al torero incómodo en los carteles: es que pedía que le pusieran cuanto antes con todo aquel que destacaba, para medirse con él.
Y es que ser figura histórica en el Arte del Toreo tiene bastante poco que ver con las rentabilidades que se obtengan, o con las simples estadísticas de contratos y trofeos. Ser figura es haber dejado un rastro indeleble en los Anales taurinos, de esos que perviven de generación en generación. Ser figura siempre ha sido buscar la competencia con todo aquel que levantaba la voz, no quitarlo de los carteles para que no moleste. Ser figura ha sido, en fin, marcarse unas metas casi inalcanzables, para cada día avanzar un paso más.
Precisamente por eso en los ruedos una cosa siempre ha sido alcanzar el triunfo y otra bien distinta entrar en la gloria del toreo, algo radicalmente diferente. Lo primero prácticamente nace y muere en simples estadísticas, que se las lleva el viento; lo segundo es lo que permite pervivir en la memoria de los aficionados pasen los años que pasen.
En el fondo, es la misma diferencia que se da entre esos personajes a los que la televisión les da gran relevancia social, aunque sus vidas estén vacías de contenidos sólidos, y otra bien distinta la fama que rodea a los personas que han realizado aportaciones trascendentes. O por decirlo de otro modo, es lo que diferencia la notoriedad que aporta la telebasura del reconocimiento que encierra toda aportación a las ciencias y a las artes.
Pero no nos engañemos: ese sentido utilitarista de la profesión está muy de moda. Quizás por eso las cosas anda tan descarriadas. Y es que si al toreo se le quita ese punto de épica, pero también ese halo romántico, se convierte todo en puro pragmatismo. Nada más lejano a cualquier género de creación artística, que a la postre es lo que de verdad debiera interesar. Tendrán en efecto fuerza para quitar y poner en los carteles, pero ¿qué tiene que ver todo eso con crear en vivo un Arte grande?
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