JORGE GAVIÑO AMBRÍZ.
Darse a la tarea de replantear a un personaje histórico del mundo taurino como Bernardo Gaviño y Rueda, es un reto de enormes dimensiones, ese es el objetivo primordial que persigue José Francisco Coello Ugalde, maestro en Historia de México,1 quien nos entrega un libro basto en reseñas, un gran contenido de datos así como anécdotas acerca del torero y su circunstancia, pero más aún, asume la tarea titánica de revalorar la figura del matador ante la historia, lo que hace a este libro ser único en su género.
Resulta muy acertada la afirmación de que: “los toreros responden a su época”, Bernardo Gaviño y Rueda, para nada es la excepción, nace en un lugar y en un momento significativo para la historia de España y sus colonias (20 de agosto de 1812 en Puerto Real, Cádiz, España), el mismo año en que se legislara la famosa Constitución de 1812.
Una era la fiesta de los toros, antes de Bernardo Gaviño y muy otra después de sus legados, porque el toreo se había caracterizado por la actuación a caballo con la finalidad de acosar, derribar al toro y darle muerte con un puñal. También se le cazaba, “agitando en el aire las reatas corredizas que unos de sus perseguidores arrojaba sobre las astas y otro hacia las patas, de tal forma que amarrando los extremos de la cuerda a la silla, el burel podía ser conducido al sitio que se quisiera”.
Un punto interesante del libro en cuestión es la referencia que hace el autor de esas prácticas taurinas que el paso del tiempo dejó en el olvido.
Bernardo Gaviño y Rueda enfrenta su vocación taurina desde su infancia, se relacionó con los toros en un matadero y sus juegos siempre estaban referidos con el mundo taurino, a los 19 años ya era un diestro en el toreo y se embarca rumbo a América en busca de fortuna y fama. El autor menciona que en 1835 Gaviño arriba a México después de una estancia en Montevideo y La Habana en donde tuvo algunas tardes taurinas.
En México el matador enfrenta una sociedad llena de problemas. Los centralistas y conservadores se consideraban triunfantes, estaban decididos a terminar con las Reformas de Gómez Farías. Este grupo se oponía abiertamente al federalismo, por ese motivo promovieron que se expidieran las bases Constitucionales estableciendo un Sistema Centralista. Al año de su arribo a México, le tocó a Gaviño ser testigo de la expedición de las Siete Leyes Constitucionales que reafirmaron el Sistema Centralista, dividiendo al poder en Ejecutivo, Legislativo, Judicial y un Supremo Poder Conservador.
Hay un dato interesante en la vida taurina del matador: es quizá el torero que más corridas tuvo ante Presidentes de la República, sin embargo, el torero sólo hizo un compromiso: con el arte taurino
Mientras Gaviño toreaba en diversos puntos de la geografía nacional, el problema con Texas se había agravado, las arcas del Gobierno se encontraban vacías, no se contaba ni con lo suficiente para pagar los sueldos de la burocracia, mucho menos para hacer los gastos de una guerra tan lejos del centro, propiciando una suspensión de pagos de la deuda internacional.
En materia taurina el año de 1835, fue importante porque se sustituyó “La Plaza de los Boliches”, por la de “San Pablo” en el sureste de la ciudad, reconocida por propios y extraños por su belleza arquitectónica.
Después de leer las puntuales y apasionadas crónicas que el Ing. Francisco Coello Ugalde nos relata de la época no es difícil de imaginar a Bernardo Gaviño en esa plaza ataviado con un terno azul y plata decorado con monedas de oro, a todo lujo (se calcula que esos trajes de luces llegaban a costar 500 duros) enfrentando a una bestia después de haber pasado por la suerte de varas y haber sido castigado con banderillas de todos los colores que se movían desordenadamente cada vez que el torero, inmóvil, con los pies juntos, como si estuviera hecho de una sola pieza, lo hacía pasar una y otra vez, en una lucha de igual a igual, en la que Bernardo vence al miedo para dominar al animal, pero no se trata de controlarlo por la fuerza, se requiere que ponga todos sus conocimientos acumulados desde su más tierna infancia en la madre patria, para entender la raza y el instinto de la bestia, para dominarlo de manera artística, para ir preparando con maestría su muerte. El público lo intuye, lo va sintiendo en lo más profundo, le hace dos o tres engaños, hasta que considera estar listo para el momento crucial… el público calla, espera, el toro se va con el engaño con toda la fuerza de su peso, mientras que el torero a su vez también se lanza con la espada por delante, con el tiempo justo, para salir de la suerte, logrando una estocada a la española, que fue lo que le dio fama en el México del siglo XIX.
El toro no ajusta a dar algunos pasos firmes, trastabilla como un coloso herido de muerte, cae pesadamente con una hemorragia en el hocico, que mancha la fina arena, apareciéndole un rictus de muerte… un estruendoso alarido cimbra a la plaza. El torero camina hacia el centro del redondel con gallardía, hasta quedar parado muy firme en sus pies juntos, con el cuerpo arqueado y con la cabeza en alto, buscando en el público lo que ya sabe, la aprobación de su actuación… la ovación se repite, un grupo de aficionados se lanza al ruedo para tomar a Gaviño en hombros y sacarlo de esa manera por la puerta principal. La ovación… sigue… sigue.
En resumen, en el libro de Francisco Coello se demuestra que Bernardo era un extraordinario torero que como nadie aprendió a conocer al toro nacional, logró comprender profundamente al público local, que quería ver a la nueva escuela del toreo mexicano. Para esto se requería una figura que pudiera hacer la síntesis de la escuela del toreo español con la escuela del toreo mexicano “Ese es el principal legado de Bernardo”.
El autor aporta una serie de datos que permiten dimensionar el tamaño de la estatura taurina del matador, que resultan aleccionadores: durante su vida taurina mató 2,756 toros y se dice que nunca dio más de 3 estocadas. En sus mejores momentos llegó a cobrar hasta 100 pesos oro por corrida. Fue protector y maestro de Ponciano Díaz. Quizá es uno de los toreros con más larga vida taurina, pisó plazas en España, Uruguay, Cuba, en diversos puntos de la República Mexicana y en el Perú, alternó con los más importantes toreros de su época como fueron: los hermanos Ávila, Andrés Chávez, José María Vázquez, Toribio Peralta, Fernando Hernández, Ignacio Gadea, Mariano González, Lino Zamora, Jesús Villegas, Dionisio Vela, Juan Núñez, Refugio Sánchez, Rafael Corona y Abraham Parra.
En la obra de José Francisco Coello Ugalde, se describe la recia personalidad del torero, integrada por varias facetas que le permitían moverse en la sociedad de la época; era capaz de relacionarse por igual con el encumbrado o con el más humilde, con una admirable capacidad para inspirar a otros, de ahí que se le pueda encontrar en novelas, poesía o epístolas de ese momento. También supo ser un maestro que no tuvo egoísmos para brindar sus enseñanzas, un hombre que podía vibrar con pasión ante un toro y a la vez tener la paciencia de un ganadero. El mundo femenino no le guardaba secretos, porque sabía de amores. Uno de los aspectos más admirables de su manera de ser fue su capacidad de adaptarse al México del siglo XIX, donde imperaba una fobia por lo español y una tendencia xenofóbica, situación en contra en la que el torero supo incorporarse perfectamente. También existen elementos que comprueban su actuación en representaciones teatrales. En resumen, los de su época dijeron que era: “dicharachero, fantasista y embromador”, que “ganaba y gastaba largo”… Parecería que su vida se realizó en el marco de una aventura o de un sueño; de un rebelde dispuesto a romper con las imposiciones de la Sociedad. Paradójicamente entendía plenamente el poder y el uso efectivo del mismo, además podía ser diplomático cuando la circunstancia se lo requería. Por otro lado, pudo tener el orden necesario para hacer empresa taurina, durante un buen tiempo, lo que le significó importantes ganancias, sumado a lo que llegó a obtener como uno de los toreros mejor pagados de la época. Sin embargo muere en la más lastimosa de las pobrezas, ¡por su última corrida cobró 30 pesos! En su velorio se requirió la cooperación de sus vecinos para poder prenderle algunos cirios.
Juan Belmonte decía: “que para ser torero se requiere tener pasión y amor de enamorado”, Bernardo Gaviño la tenía de sobra.
Quizá el relato más conmovedor de esta obra es la narración de la última corrida de Bernardo Gaviño en donde sufre una cornada que días después ocasionaría su deceso. Mientras esto sucedía, en Palacio Nacional ya mandaba el General Porfirio Díaz y lo seguiría haciendo hasta el año de 1911. El México del Porfiriato despedía al matador, al que sin temor a equivocarme califico como el “Padre del Toreo en México”.
No tengo ningún recato en recomendar la obra de José Francisco Coello Ugalde, por dos motivos: el autor de este libro es un enamorado del mundo taurino como lo fueron Bernardo Gaviño y Juan Belmonte en su momento. También son amplios sus conocimientos sobre música taurina, es un conocedor a detalle de todos los recovecos de la lidia, es magnífico difusor de la tauromaquia, tanto en la prensa escrita como en la radio y en la televisión. Por otro lado, logra revalorar con creces la figura del matador, sin dejar por esto de hacer una narración que permite una ágil lectura, con un relato salpicado de fino humor llevando hasta el detalle mismo de las cosas, enriquecido con una serie de anécdotas, sustentadas en una larga y seria investigación.
El índice de esta nueva obra de Coello Ugalde es el siguiente:
PRÓLOGO DEL LIC. JORGE GAVIÑO AMBRÍZ
APUNTES PARA UNA INTRODUCCION
CAPITULO PRIMERO:
CAPITULO SEGUNDO:
CAPITULO TERCERO:
CAPITULO CUARTO:
E
CONTINUACIÓN AL CAPITULO CUARTO: CUADRO DE ACTUACIONES.
CAPITULO QUINTO:
DESPEDIDA
ANEXO No 1
ANEXO No 2 ARCHIVOS Y COLECCIONES PARTICULARES
BIBLIOGRAFÍA RELACIÓN FOTOGRÁFICA
0 comentarios