Según escribe en este estudio Coello Ugalde, en el tratamiento a fondo de todas las circunstancias relacionadas con este accidentado capítulo, uno de los primeros detalles que llaman la atención es aquel enunciado que aparece en el cartel, que ya ha sido incluido aquí, apenas comenzar las líneas del trabajo. Sin embargo, procuro detenerme en una de sus partes que va así:
Es decir, que tales medidas sirvieron como medida contundente para eliminar cierto escenario caótico que pervivía en el ruedo, de tal forma que su principio fue adecuarse a las “reglas fijas de tauromaquia”, doctrina eficaz que tuvo que ser impuesta, contra viento y marea.
Algo que es novedoso, por lo menos en este grupo de “evangelizadores”, fue haber suprimido lazadores y locos que se sustituían ipso facto por “juegos de mulillas ricamente enjaezados y mozos de plaza perfectamente uniformados” lo que daba a la lidia, un toque complementario, desplazando elementos que ya no se correspondían con las “reglas fijas de tauromaquia”.
En seguida, el asunto que quedó bajo la responsabilidad de la empresa de Puebla, encabezada por Joaquín Camacho, nos habla de que este personaje venía haciendo labores como tal desde años atrás, lo cual significa que no era ningún improvisado.
En todo caso, lo que pudo haber ocurrido es que, al aliento de los tres festejos celebrados días atrás en Puebla, con la comparecencia del propio Mazzantini y su cuadrilla, con regulares resultados, debe haber habido condiciones, como queda visto, para celebrar un festejo más, que sirviera como culminación de los que se dieron días atrás.
Lamentablemente un exceso en el cobro de las entradas y un encierro cuyas garantías no estaban confirmadas, dieron al traste con el festejo, mismo que, por las razones ya conocidas, pudo ser presenciado por un segmento privilegiado de la sociedad mexicana, elite cuyas condiciones económicas permitían estar en la plaza, quedando desplazado en su totalidad el pueblo, cuyo resquemor se multiplicó en cuanto se desarrollaban los hechos mismos, que iban de mal en peor.
Todos estos ingredientes, así como el balance mismo del festejo, dieron por resultado:
1.-Que buena parte de la plaza resultara afectada, debido al hecho de que una buena parte de sus asistentes (que pertenecían a la clase privilegiada) se sintiesen defraudados, y no conformes con lo que sucedía, realizaron destrozos importantes al interior de la misma.
2.-Que otra cantidad de ciudadanos expectantes a las afueras del coso, enterados del desaguisado, sumaran su inconformidad manifestándose en forma bastante violenta, lo que elevó el grado de riesgo en aquellos momentos.
3.-El factor de manejos indebidos en nacionalismos irracionales, acompañados de la desmesura de oscuros y pasados odios, partiendo de la idea de que el toreo “a la mexicana” se convertía en la causa a defender. Si además, el grito de batalla: “¡Ora Ponciano!” se utilizó como instrumento de provocación para ensoberbecer al pueblo, esto no sólo fue un agente delicado, sino peligroso en unos momentos en que se estaba produciendo la auténtica transición de dos expresiones taurinas. Lamentablemente los elementos para que esto sucediera no fueron los más propicios y que aquí están expuestos de sobra.
Una razón más es que, al margen de todos los acontecimientos, este capítulo es lo que puede considerarse como “golpe de timón”, la “vuelta de tuerca” con lo que se genera un parteaguas, el antes y el después de la condición taurina en México, donde la expresión nacionalista de la que era fiel representante Ponciano Díaz queda sentenciada a desaparecer o a asimilar su puesta en escena, por aquella otra recién arribada en forma abundante, pero que no era ajena a cuanto venía ocurriendo, por lo menos desde 1885, en que otro pequeño sector de diestros hispanos se iban posicionando en sitios estratégicos, en medio de cierto aislamiento pero no por ello dejaba de ser una estrategia que culminó, si no felizmente en marzo de 1887, al menos se afirmó al paso de los años, gracias a un hecho que ya he sugerido en otras ocasiones. Se presenta lo que Coello Ugalde considera como la “reconquista vestida de luces”.
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