El día siguiente al del triunfo de Joselito en la corrida de San José, fui al Hotel Oriente a charlar un rato con el extraordinario torero. Estaba éste con unos cuantos amigos de esos que siempre, a todas horas, corrompen las oraciones a los grandes diestros, a los grandes políticos, a los grandes literatos: a todos los que tienen una personalidad o un gran relieve.
—Hoy no podemos charlar tranquilo –me dijo José–. Lo mejor es que nos veamos mañana, antes de marchar a Valencia.
—Muy bien –le contesté yo–. Como tu quieras. Porque la verdad es que cualquiera se entiende con el lleno que tienes…
Y nos despedimos José y yo, con el afecto que nos profesamos desde hace varios años.
A la hora convenida, encuentro a Joselito en el Hotel acompañado tan solo de su pariente, el campechano Parrita. ¡Cosa rara, porque no le dejan vivir tranquilo sus admiradores, ni un momento!
—Al anunciar los Benjumea –le dije a Jose– para la corrida del 19, se dijo por aquí que ya era tuya la ganadería, a pesar de haber manifestado tú en Sevilla que habías desistido de adquirirla. ¿Por qué no me dices tu algo sobre este extremo, para publicarlo en LA LIDIA?
—Con mucho gusto. Te diré lo ocurrido, y así confirmaré lo que dije en Sevilla, a raíz de haber quedado sin efecto la compra de la ganadería. Tenia yo ganas de adquirir una ganadería y me puse al habla con mis buenos amigos los hermanos Benjumea, que sabía querían vender la suya. Entramos en negociaciones, discutimos el precio y quedó el asunto arreglado. No faltaba más que firmar la escritura. Esto era a últimos de año, del año pasado. Entonces ocurrió la enfermedad de mamá, y vino después la desgracia…–al pronunciar estas palabras por el rostro de José pasa una nube de tristeza–.Y ya no quise acordarme más.
—De manera que diste por deshecho el compromiso, le atajo.
—Si, me avisté con lo hermanos Benjumea y les rogué que me dispensaran de lo tratado y acordado. Y ello se portaron muy bien conmigo. Comprendieron mi situación y mi estado de ánimo, y se prestaron a que quedaran nulas las negociaciones.
–¿….?
—Yo pensé mucho lo que iba a hacer. Al quedarme con la ganadería, era para dedicarme casi por completo a ella. Para dirigirlo todo: para verlo todo. Para seleccionar todo el ganado. Para cuidar muy bien la recría; para hacer buena cruza. Las vacas más superiores las hubiera cruzado con sementales de Parladé. Y no hubiera dejado lidiar mis toros hasta dentro de cinco años por lo menos. El ganado bravo es una cosa que necesita mucho cuidado; un cuidado especial. Es decir, que el amo lo vea e intervenga en todo lo que se refiere al mismo. Y yo no hubiera podido hacer.
—¿Quieres decir que no…, le interrumpo.
Y el me replica:
—No lo hubiera podido hacer, más que algo en el invierno, porque tengo demasiada afición, y ello me habría obligado a quitarme de los toros. Y yo quiero torear todavía cuatro o cinco años más, o los que sean. Ya sabes tú mi grande afición, el entusiasmo que tengo por torear, y por ella renuncio yo hoy a todo. Además, que el quitarme yo ahora de los toros, sería una gran desconsideración para los públicos, y yo me debía a ellos por el cariño con que me tratan y por el entusiasmo con que me aplauden.
—En resumidas cuentas, que aparte del trastorno de la gran desgracia de tu casa, tú has dejado de comprar la ganadería de Benjumea. porque ello te hubiera obligado a quitarte de los toros, a despedirte del toreo, ¿no es eso?
—Eso mismo.
Y aquí terminó nuestro diálogo. Los inevitables amigos que cercan y rodean siempre a los grandes toreros… y a muchos de los chicos, estaban ya impacientes por juntarse con Joselito, por charlar con él. por acompañarle en sus paseos por la ciudad, por esta gran ciudad.
Y dejé al extraordinario torero, al más formidable torero de todos los conocidos hasta ahora en el Toreo, entregado a la admiración de sus devotos y recalcitrantes amigos y partidistas, que en Barcelona, en todas partes, son infinitos…
►La Lidia, 21 de abril de 1919
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