Al tratar el tema de la crisis de la Fiesta, se debe acudir acudir al simbolismo del toro en sus cuatro aspectos fundamentales:
– El toro como símbolo o emblema de España
– El toro como símbolo del campo
– El toro como símbolo de lo sagrado
– El toro como símbolo ético
Estos cuatro aspectos culturales y simbólicos, que el toro representa, están hoy en crisis.
Afirmaba Ortega y Gasset que no se puede conocer la historia de España, desde el s. XVIII hasta nuestro días, sin tener presente la historia del toreo. Pero creo que sería más preciso afirmar que ya, desde el Paleolítico Superior, cuando España no se denominaba España, toda la cultura española podría ser estudiada a lomos de un toro; como así lo atestiguan la arqueología, la etnología, la antropología, o los principales géneros artísticos.
Pero hoy, de un tiempo a esta parte, se está discutiendo sobre la realidad de España. Y, si estamos situados en este contexto, no puede ser “políticamente correcto” defender al tótem y al emblema por antonomasia de España, como es el toro.
Por otra parte la lidia es símbolo y emblema de la ética exigente. Es escuela de humanidad, en la que se reivindican virtudes como la nobleza y la bravura. La bravura, que es valor, fuerza, autoexigencia, perseverancia. La nobleza, que es sinceridad, bondad, inocencia, honor, dignidad, autenticidad o franqueza. ¡Qué lejos estamos hoy de adoptar esta ética que reivindica la Tauromaquia!
En el toro de lidia podemos encontrar un espejo de humanidad, un modelo de personalidad, que demuestra la ética del Bienser, como diría la Esthética Originaria que yo profeso, al conjugar las hondas virtudes del héroe, como la nobleza y el valor-bravura, y que el toro demuestra en el ruedo.
El toro, símbolo y espejo de lo mejor de nosotros mismos, que viene del campo a la ciudad, con toda la nobleza de los trigos en sus astas, con la firmeza heroica de las encinas y los robles, para que recobremos la autenticidad perdida en la ciudad, en la civilización de las apariencias, de las vanidades y de las sombras.
Debemos tener en cuenta, que la auténtica cultura nace del campo, del cultivo de la tierra, que es mística sagrada y auténtica religión. Esta agricultura, en su origen mítico un día reveló al hombre el misterio de la vida, al ver su destino simbolizado en el grano de trigo que muere para dar fruto.
Ese grano de trigo que muere en la tierra se identificó en las culturas meridionales con el toro, símbolo del dios solar, fecundador de su madre y esposa la tierra. Aquellos antiguos hombres de campo, de Mesopotamia, de Canaá, de Egipto, de la India, de Creta, de Grecia y Roma, o de la Península Ibérica, consiguieron a través de sus rituales taurinos afirmar su fe en el misterio de la inmortalidad del hombre, convirtieron al toro en bandera, en astro, en ala y velero de su profunda identidad, cultural y religiosa.
Pero la civilización de hoy día le ha dado la espalda al campo, sustrayéndole todo el valor cultural, simbólico y estético que el campo nos ofrece.
En la actualidad estamos apartando de nuestra vida o del arte, la mágica fascinación, el embrujo, el encantamiento. Estamos apartando de nuestra vida lo sagrado o el misterio. El misterio, que, como lo definen los teólogos, es lo tremendum et fascinans: lo tremendo y fascinante, lo que al mismo tiempo provoca temor y fascinación, como el toro, como la eternidad o lo sagrado.
Son muy importantes las iniciativas que se están llevando a cabo, desde distintos sectores, para intentar neutralizar el actual ambiente antitaurino. Pero es necesario ir mucho más allá. Se hace necesario un cambio del contexto en el que hoy nos movemos y que ha dado lugar a esta situación.
Primero recobrando la educación en valores, recuperando la ética exigente o la cultura del esfuerzo, la ética del deber y de la responsabilidad, que son la garantía inalienable de la auténtica libertad. Porque el toro de lidia es el espejo de nuestros más nobles ideales y, en el ruedo, con su ejemplo, nos está invitando a conquistar lo mejor que hay al fondo de nosotros mismos.
Pero, a pesar de toda esta crisis, la Plaza de Toro seguirá siendo un espejo redondo en el que la humanidad se mira para descubrir el ideal de ser, superando con valor y nobleza los límites de la vida y la existencia hasta llegar a abrir la Puerta Grande: la Puerta Grande de la Luz.
►Mariate Cobaleda
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