Yo no quiero a Mazzantini
Dueño de especial carisma se convierte en un símbolo de suyo popular, al grado de que fue considerado “ídolo”, imagen elevada entre versos, canciones, zarzuelas y el típico grito de batalla lanzado por sus seguidores que fueron legión. Me refiero al de “¡Ora Ponciano!”.
Ese grito, considerado un llamado a la exaltación se queda plasmado en infinidad de obras, como la que escribió Juan de Dios Peza, juguete teatral que llevó música del maestro Luis Arcaraz y que fue un resonante éxito, a tal grado que luego de varias representaciones, tuvo que salir a escena el propio matador agradeciendo las muestras de afecto desbordadas por un público que lo transformaba cada vez más en un “ídolo”.
Un hecho similar ocurrió con la representación de la zarzuela nunca escrita: “Ponciano y Mazzantini” de Juan A. Mateos, a la que se pretendía ponerle música de José Austri, y con el propósito de saber, desde la mirada teatral sobre cuál de los diestros toreaba mejor.
Bueno, se llegó al extremo de querer contratar el Gran Teatro Nacional, con objeto de que en dicho escenario se verificasen varias corridas de toros nocturnas donde alternarían Luis Mazzantini y Ponciano Díaz para que allí quedaran en claro las cosas sobre quién era el mejor.
El perfil de Ponciano Díaz Salinas (1856-1899) surge en medio de aquel ambiente que recreado por las plumas de Guillermo Prieto o Manuel Payno se entendería muy bien; y con las escenas de Morales o de Icaza llevadas al lienzo, que nos proporcionan realidades de lo campirano, la idea del “torero con bigotes” se explicará mejor. Ponciano cuya cuna es Atenco, ganadería de historial hasta entonces tres veces centenario, se forma como el perfecto jinete y el mejor lazador para las constantes tareas que exigían las jornadas cotidianas del lugar. A su vez, padre, tíos y hermanos también ligados con aquellos quehaceres, pronto se dedicaron a ser hábiles no solo en lazar y pialar; también -y algunos de ellos- en torear. Por supuesto que Ponciano asimiló todo aquel esquema y en Santiago Tianguistenco el 1º de enero de 1877 actúa por primera vez de modo profesional. Poco a poco fue ganando terreno, haciéndose de arraigo entre el pueblo y este lo elevó a estaturas insospechadas.
Esos tiempos, esas formas de torear hoy en día quizás causen curiosidad -en unos-, repudio -en otros-. Pero en su época así era como se toreaba: a la mexicana, sello original de lo que el campo proyectaba hacia las plazas sin olvidar bases de la tauromaquia española, que no quedaron olvidadas gracias a la participación del torero gaditano Bernardo Gaviño y Rueda, quien actuó de 1835 a 1886 en nuestro país.
Ponciano no solo se concretó a ser el torero nacional. En ese sentido, El Diario del Hogar daba noticia en su momento -1885- bajo el siguiente criterio: “Podemos asegurar que ninguno de los toreros extranjeros que últimamente han toreado en esta capital está a la altura de Ponciano Díaz”.
Sus actuaciones en el extranjero son muestra ejemplar de ser el mejor aquí y allá. Quizás sea el primer torero -en la historia de esta diversión- que tuvo oportunidad de actuar en varios países: España, Portugal, Cuba y Estados Unidos de Norteamérica. Pero a su vez quizás sea el primer que rompe con la tradición feudal impuesta por toreros de la provincia quienes, apoderándose de un terreno donde podían moverse a sus anchas, logrando todos los beneficios posibles, no permitían la entrada a intrusos. Y la sola presencia del atenqueño aminoraba aquella influencia por lo que alternó con los señores “toreros” feudales de diversas regiones del territorio mexicano.
Es importante destacar, por otro lado, sus habilidades como charro, siendo diestrísimo con la reata y como jinete, de lo mejor, al punto tal que fue “caballerango” (algo así como el hombre de sus confianzas) del señor Rafael Barbabosa Arzate. Esto es, gozaba de un conocimiento notable sobre toros y caballos. Era un excelente caporal y muchas de sus habilidades las puso en práctica en cuanta plaza actuara, para beneplácito y admiración de todos.
Como punto culminante es preciso abordar su relación con la fuerza penetrante que tuvo el toreo español a partir de 1885, y del cual Ponciano opuso resistencia al principio, después terminó convenciéndose pero no aceptando del todo este género que ponía en peligro su vida profesional.
José Machío en ese 1885 y luego su compatriota Luis Mazzantini de 1887 y hasta 1904 que actúa en México, se van a encargar junto con otro numeroso grupo de toreros hispanos de imponer por la vía de la razón el toreo a pie, a la usanza española y en versión moderna, que no se conocía plenamente en nuestro país. A todo ello se unieron poco a poco grupos de aficionados, como el “Centro taurino Espada Pedro Romero” quienes encabezados por Eduardo Noriega “Trespicos” y del Dr. Carlos Cuesta Baquero “Roque Solares Tacubac” emprendieron una intensa campaña fomentando los principios de ese toreo con enfoques y análisis técnicos a la vez que estéticos. Poco a poco los públicos fueron aceptando la doctrina y rechazando el quehacer torero de figuras nacionales interpretado bajo muy particulares connotaciones.
Ponciano al viajar a España para recibir la alternativa en Madrid el 17 de octubre de 1889 traslada las formas que eran comunes por acá y resultaron novedades por allá. Creo, sin temor a equivocarme que el transcurso de tiempo que ocupó su viaje a Europa, sirvió para que los públicos quedaran más que aleccionados luego de recibir intensa información en las distintas publicaciones prohispanistas de aquel entonces; “La Muleta” entre otros, se significó como la bandera de lucha por destronar una forma de torear a la mexicana, a la cual ya le llegaba su turno de ceder lugar a otras manifestaciones.
Ponciano, como muchos otros toreros vigentes en los últimos treinta años del antepasado siglo lucen bigotones en contrapartida con los españoles, quienes patilludos o afeitados imponen su recia personalidad. Si se me permite suponer, direé que unos y otros encontraron en bigotes, patillas y rostros chapeados la mejor demostración de virilidad y de señalarse asimismo como toreros, como matadores de toros, pues estos, ya en su quehacer hacían pasar a un término secundario esos pequeños detalles, colocando, ese sí, en primerísimo orden su expresión taurómaca, fuese técnica o estética. Ponciano Díaz es el torero que de sus ganancias levantó la plaza “Bucareli” estrenada el 15 de enero de 1888, es el diestro de mayor fama en todo el siglo XIX; con situaciones como esta pronto se vio en el dilema por decidir qué hacer con su destino. Y si bien hizo suyas algunas cosas (vistiendo a la española y matando al volapié), coqueteó con el resto. Fue algo así como no querer enfrentar la realidad, por lo que poco a poco fue relegado de la capital, buscando refugio en la provincia pero también en la bebida, destinos ambos que lo pusieron al borde del olvido total y de la muerte fatal, misma que ocurrió el 15 de abril de 1899.
Con el siglo que a poco concluyó se fue también Ponciano Díaz y su perfil del torero nacional quien gozó de popularidad sin igual, enfrentó luego su desaparición casi total tras la llegada y asentamiento del nuevo amanecer taurómaco conducido por los toreros españoles en la persona fundamental de Luis Mazzantini y de Ramón López también.
Con Ponciano pues, se cierra el ciclo de toda una época que ya no tuvo continuidad, más que en el recuerdo.
Ha concluido ya su historia…
Como lloró el mismo Ponciano en sus propias “memorias”, apuntes de su vida que alguna vez existieron y fueron vistos por un sobrino bisnieto quien nos comentó: “Recuerdo haber leído algunas páginas y me llamó la atención -dice José Velázquez- una de ellas, en la que observé rastros quizás del llanto, pero también la marca de un vaso. Ponciano acabó sus días bebiendo demasiado”.
Otro hecho significativo es el registro fílmico donde Ponciano quedó inmortalizado en apenas unos pies de vieja película que los señores Churrich y Maulinie lograron en “Corrida entera de la cuadrilla de Ponciano Díaz” exhibida en Puebla allá por agosto de 1897. Es de lamentar la pérdida de dicho material, pero queda evidencia de un personaje que no se sustrae de los propósitos establecidos por el naciente cinematógrafo que nos deja otras imágenes sobresalientes, tales como paradas militares, escenas cotidianas o alguna aparición pública del general Porfirio Díaz. Aquí viene al caso recordar la sabrosísima anécdota de la que es protagonista el Dr. Porfirio Parra quien comentaba más o menos así:
En efecto, habemos dos Porfirio: don Porfirio y yo. El pueblo respeta y admira más a don Porfirio que a mí. Qué le vamos a hacer.
Como un dato siempre interesante, diré que tras la revisión e integración de todas sus actuaciones, que van desde 1870 y hasta 1899, el balance arroja 713 datos, 713 comparecencias en diversas plazas del país y el extranjero, lo que permite ponerlo en lugar de privilegio.
Nuevas generaciones no olvidan a Ponciano. Lugares que de suyo fueron familiares a este gran torero, como Atenco y Santiago Tianguistenco, celebran su regreso, como aquellas que fueron moldeando al ídolo desde su presentación considerada “profesional”, precisamente en Santiago, el 1º de enero de 1877; y de ahí “pa’l real”. Como esta fecha significativa en que Ponciano vuelve a ser noticia una vez más.
►La versión original de este trabajo puede consultarse en:
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