MADRID.- Trigésimo segunda del abono de San Isidro. Algo más de dos tercios de entrada: según la empresa, 16.547 espectadores (70% del aforo). Y los aires siguieron instalados en la calle de Alcalá.
Cinco toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo), desigualmente presentados pero todos de caras muy abiertas, con un promedio de 567,5 kilos, 1º y 3º cinqueños; distraídos e irregulares en sus embestidas, con juego mejorable ante los montados, destacando tan sólo el 5º, que tuvo mejor estilo.
Devuelto a los corrales el 6º por su escasez de fuerza, se lidió como 6º bis un sobrero cinqueño y muy bien comido –595 kilos– con el hierro del Conde de Mayalde, mansote y deslucido como los titulares.
Jesús Martínez “Morenito de Arada” (verde botella y oro), silencio tras un aviso y silencio. Pepe Moral (de azul pastel y oro), silencio tras un aviso y silencio. José Garrido (de caldera y oro), silencio tras un aviso y silencio tras dos avisos.
¿Dónde está escrito que cada vez que llegan las 5 de la tarde (las 7 en Madrid) hay que estar inspirados y con el ánimo fuerte para todo lo que viene detrás del paseíllo? Ni Diógenes con su linterna encontraría dicho proverbio. El torero puede ser cualquier cosa, menos un robot que, como el muñeco del Durasell, los informáticos programen para que actúe mecánicamente. No sólo es de carne y huesos; es que, además, depende de lo que le dicte su espíritu creativo, como a todo artista.
Es cierto que la corrida que don Ricardo trajo una vez más a Madrid –que parece que se ha sacado el abono–, no regaló facilidades. Ni los idus de la primavera les habían insuflado mayores calidades en la dehesa. Una corrida vulgarota, como tantas otras, llamadas a pasar sin dejar historia, pero empeñada también en no dejar que otros la escribiera. A lo mejor en otras circunstancia anímicas, o en otro marco menos riguroso, se les podría haber dado, dentro siempre de un orden, algo más de fiesta. Sin embargo, esta tarde no tocaba. Desde luego, al menos con el 5º de la tarde sin duda debía haber tocado. Pero tampoco con ese pudo ser.
Parece que a veces perdemos de vista algunos hay valores muy taurinos, o que los tengamos menos cuenta, cuando se trata de explicar las situaciones. Sin ir más lejos, ese concepto, que no es ningún tópico, de “perderle el sitio a los toros”. Que se sepa, no hay estudioso que haya explicado de forma riguroso por qué se extravía por el camino ese “sitio”, componente tan importante para que todo ruede bien. Pero el “sitio”, desde luego se pierde, aunque la historia nos cuenta que lo mismo que se pierde, se recupera a lo mejor en vaya usted a saber qué plaza y con qué toro. Todo sin reglas ni normas. Y ya otra vez el camino se hace más de rosas que de espinas, ya las cosas se ven con una claridad con la que antes no se contaba.
Resulta obvio que el torero es un ser muy especial. Por eso, constatar que “ha perdido el sitio” no necesariamente debe interpretarse como un factor negativo. Y menos como inhabilitante para este oficio. Bastante lleva a cuestas ese torero sufriente, como para encima no querer entender que su perdida de sitio siempre será la consecuencia de un estado anímico, que por la misma causa poco conocida por la que llegó, luego se marchará.
Lo que ocurre, para pesar de ese torero, es que en este oficio no se guarda la vez. Alguien va ocupar el espacio libre. Y luego, qué difícil y complicado es recuperar el terreno perdido. Ya ni los carteles en los que entra son los mismos, la suerte se les hace esquiva en los sorteos…, y hasta se les cambia la cara a los apoderados en los burladeros del callejón. Y frente eso, paciencia y mucha afición. En el toreo siempre hay un mañana mejor.
Éstas, más o menos, eran las consideraciones que uno se hacía a la salida de Las Ventas, después de esta trigésimo segunda del abono, que se le fue de las manos a la terna, hasta cuajar en un festejo soporífero. No se puede negar que los tres han aportado su pequeña historia al arte del toreo, con valores objetivamente reconocidos. Pero por un no sé qué ayer no estaban: lo grande del toreo es que se les espera, aunque en medio el camino se ponga bastante cuesta arriba.
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