“La verdad es que yo empecé por ambición, porque me dijeron que es donde más dinero se ganaba. Eso fue al principio, luego surgió la vocación. Dios hizo el milagro que surgiera, porque sin vocación no se puede ser torero. Siempre he pensando que por dinero se trabaja, por afición se torea. Y en esta profesión trabajar y torear son cosas muy distintas. No hace falta más que hablar con gente del toro para darse cuenta. Enseguida se da uno cuenta de quien está en esto por afición y quien lo tiene como una profesión más”. Era una mañana de invierno, bastante fría por cierto, cuando hablaba así Pedro Martínez “Pedrés” en tierras de Ciudad Rodrigo. Había sido un encuentro informal, que luego se transformó en una interesantísima tertulia taurina.
Hecho torero por las capeas de Cuenca y Albacete, el torero iba fraguándose día a día, hasta que en junio de 1950 se viste por primer< vez de torero en su tierra y cuando la temporada finalizaba, otra vez en su pueblo, debuta con picadores. “Mi debut en Albacete ha sido una de las tres tardes fundamentales de mi vida como torero. Las otras dos fueron mi presentación como novillero en Madrid, a raíz de la cual me apoderó “Camará”, y una tarde en la feria de Sevilla de 1963 ante un toro de Urquijo, con el que de golpe me puse en 80 corridas firmadas”. Bien que recuerdan muchos aficionados el eco de aquella tarde, que le acompañó hasta su retirada.
“En mi época, como ha pasado luego, de Albacete salía muchos toreros. Entonces estábamos “Potaje”, Chicuelo II…. Y antes habían salido, por ejemplo, El Choni o Manolo Escudero, por ejemplo. Y luego ni sabe cuántos. Y muchos de ellos han funcionado muy bien. Por lo general, los toreros de mi tierra hemos tenido un corte parecido, un estilo seco, sobrio, de valor… Diría que lo que puede dar una tierra tan árida como la nuestra, ese paisaje tan seco…”
Alternativado en Valencia en octubre de 1952 por “Litri”, matando mano a mano una corrida de Sánchez Cobaleda, llegó al doctorado con la fuerza que le proporcionó una novillada matada en Bilbao, cuatro éxitos consecutivos en Madrid y la ya citada de su debut en Madrid. De hecho, si no hubiera sido por un bajón de salud sufrido en 1955, que le provocó un parón de varias temporadas, su trayectoria se habría mantenida sin solución de continuidad hasta la que luego fue su despedida en Hellín en 1965.
“En el toreo todo tiene su importancia. Pero puestos a elegir, para mí que sin casta no hay nada que hacer en este oficio. Ese constante volver a la cara del toro una y otra vez, es fundamental. Si eso, además, se hace con arte, te encuentras ante una figura del toreo”.
Y al hilo de esta consideración, Pedrés se explaya: “Mi primer percance de importancia fue en Valencia. En total, los toros me pegaron 14 cornadas. Muy gorda fue la de San Sebastián, fueron dos cornadas grandes. Pero uno no puede achicarse ante ellas. Para mí en esto ocurre como con el toro: cuando un toro es bravo, después de un puyazo se crece. Si el torero tiene casta, después de una cornada vuelve con más fuerza; si no la tiene, se va a casa”.
“La verdad es que en mi primera época todo me salía al revés, el toro me pasaba más veces por la espalda que por delante. Luego trataba de hacerlo todo como el mejor. Conmigo había un sector de la crítica, pero también de la afición, que se metía muchísimo. Y quise demostrarles que sabía hacer el toreo como el mejor. Creo que, por lo menos, me defendí con mucha dignidad. Por eso para mí siempre ha sido tan importante la faena al toro de Urquijo en Sevilla, una corrida a la que llegué para sustituir a Jaime Ostos. demostré como sabía torear. Aquella tarde demostré que sabía torear”.
Cuando dejó los ruedos, vivía sin añoranzas falsas, pero con los recuerdos vivos. Quizás por eso su única añoranza no podía ser más cierta: “Creo que a esta profesión se le ha quitado importancia. Esa leyenda tan bonita que tenía, ha ido desapareciendo. Están matando toda esa leyenda de gestas y de gestos de los toreros. Por un lado, parece como si todo el ambiente estuviera muy mercantilizado, y eso se ha hecho llegar al gran público. Por otro, tampoco los toreros tienen que ganarse cada tarde otro contrato más. Y aquello le hacía a uno salir cada tarde con ganas de pelea. Te firman 60 o 70 corridas al principio de la temporada y ya sabes que, estés bien o estés mal, tienes hecha la campaña. Con una cosa y con otra, va desapareciendo esa leyenda. Y lo que no se puede negar es que era muy bonita, casi mítica”.
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