PAMPLONA, 7 de julio de 2012. Primera de feria. Lleno total, en tarde ventosa, que molestó mucho durante la lidia. Toros de Dolores Aguirre, bien presentados, pero desrazados y mansos. Antonio Ferrera (de blanco y oro con cabos negros), silencio y silencio. Eduardo Gallo (de verde oliva y oro), silencio y silencio. José Miguel Pérez “Joselillo” (de marino y oro), una oreja y silencio.
Si por la mañana protagonizaron un encierro lleno de vibración y de emociones, por la tarde presentaron la otra cara de la moneda: mansedumbre, feo estilo, problemas y la raza por los suelos. Esta ha sido la realidad, la dura realidad, de la corrida lidiado por Doña Dolores Aguirre en la Monumental pamplonesa, que en ocasiones resultó desconcertante: el quinto fue, sucesivamente, el de más clase ante el caballo y el más manso para la muleta. Todos con el rasero de una magnífica presentación, es cierto que hubo toros, como los dos primeros, a los que se les pegó una barbaridad en el caballo y llegaron ya exhaustos al último tercio; pero es cierto también que, en su conjunto, se trató de una corrida para lidiarla toreramente y matarla con dignidad, sin pretender ninguna otra alegría por más empeño que se quisiera poner. Con lo que se preocupa esta ganadera con sus reses, habrá sido tarde de disgusto gordo. Otra vez será, porque el trabajo bien hecho acaba dando sus frutos.
Con semejante material, la tarde acabó siendo aburrida para el gran público. Desde luego, para los meticulosos de la estadística la tarde debió resultarles insignificante: a los amigos solo le podrán contar que “Joselillo” le arrancó una oreja a su primero. Para quien mirara hacia el ruedo con la amplia óptica del aficionado, fue una tarde con el interés de las dificultades nacidas de la mansedumbre y de la poca casta, que no siempre es momento de los grandiosos naturales nacidos del sentimiento; sólo abundaba el trapío y los pitones.
En medio del barullo sanferminero, y sin opciones desde el principio para el lucimiento, quizás pudo pasar algo desapercibida la tarde que echó Antonio Ferreras: técnicamente sin un sólo fallo como lidiador, salvo haber dejado masacrar a su primero bajo el caballo. Pero tanto con el capote como con la muleta, sus intentos, primero, de enseñar a embestir a sus dos toros y, cuando ya se veía que no era posible, prepararlos para la muerte, aunque luego la espada no funcionara con eficacia. Una actuación de torero muy cuajado, que pudo con sus dos enemigos con desahogo y toreramente.
Pero otro tanto cabe afirmar del serenado Eduardo Gallo, que sin mayores lucimientos de Pamplona sale con el mismo crédito con el que llegó. Su tarde transcurrió entre intentos de mucha voluntad y nulo lucimiento. Con todo, cuando su enemigo se equivocó, a favor de la querencia dejó cuatro naturales monumentales en el mansísimo quinto, siempre huyendo de los engaños.
“Joselillo”, que en Pamplona juega en casa, le echó arrestos al tercero, aguantándolo de los medios con las dos rodillas en tierra. Luego hubo muletazos todo lo largo que permitía la corta embestida de su enemigo, pero siempre muy entregado. Un estoconazo muy bien ejecutado fue el preámbulo a la única oreja de la tarde. El que cerraba era, sencillamente, imposible.
El primer encierro
El primer encierro de los sanfermines fue rápido pero peligroso. El mayor peligro ha llegado con el acceso de los astados al tramo que conduce directamente al ruedo, Telefónica, donde uno de los toros ha prendido a un mozo por la ropa y lo ha llevado colgando por el callejón hasta la entrada en la plaza, aunque todo quedara en un susto.
Entre los corredores heridos en el encierro y trasladados a centros hospitalarios abundaron los golpes y luxaciones, que han recibido el alta médica, salvo un pamplonés de 73 años corneado de pronostico menos grave en la pierna izquierda en el tramo de Santo Domingo.
0 comentarios