Fue el siglo XV, que a tan lejos hay que remontarse en esta página del mundo del toro, cuando Juan de Valencia –un noble que fue mariscal de Castilla– escribió por primera vez la sentencia de que “el poeta y el toreador nacen y no se hacen”. En esa polémica del verdadero origen del sentimiento torero, siempre habrá de agradecerle que pudiendo compararle con cualquier otro oficio, tuviera la sensibilidad de hacerlo nada menos que con los poetas, que con su palabra mágica son quienes glorifican las realidades terrenas.
Entre otras ocasiones, esa comparación de torero y poeta se vuelve a revivir en la obra poética de José Bergamín, como en estos días ha descubierto Morante en su prólogo a la reedición de “El arte de Birlibirloque”, cuando el de la Puebla escribe: “¡Quién me iba a decir a mí, cuando buscaba la explicación de los secretos del toreo, que esta me llegaría de la mano de un poeta!”.
Luego se comprueba que, en efecto, Bergamín escribe la verdad del toreo con palabras mágicas, como ya nos marcaba en el propio título. Al fin y al cabo, el término birlibirloque, tan de uso en el lenguaje popular, viene a significar aquello que ocurre sin que se sepa de qué forma ha sucedido, o en otras palabras: de manera mágica. Al final, eso es el toreo, algo mágico, un misterio que hay que contar, como gustaba repetir a Rafael El Gallo.
Publicado por primera vez en 1930 por la Editorial Plutarco, entonces con el título de “El arte de Birlibirloque (entendimiento del toreo)”, vio la luz entre tres libros que dejaron huella: en 1926, Ramón Gómez de la Serna aportó “El torero Carancho”; en 1935, Federico García Lorca escribió su “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” y Manuel Chávez Nogales su mítica biografía “Juan Belmonte, matador de toros”, luego nunca superada. Traía Bergamín el antecedente de lo que ya había publicado de la mano de Juan Ramón Jiménez: “El cohete y la estrella” o “La cabeza a pájaros”.
Calificado como “barroco y vanguardista, unamunesco y ramoniano”, el poeta nacido en Madrid cuando el siglo XIX llegaba a sus finales, pasa a engrosar la Generación del 27, referente necesario en la historia de las letras españolas. De hecho, es uno de los participante en la célebre reunión del Ateneo de Sevilla, promovida por Sánchez Mejías. Fue aquella una generación de intelectuales y escritores que se acercaron limpiamente al universo del toreo. Bergamín no resultó una excepción.
Gallista acérrimo, defensor de lo que consideraba la estricta ortodoxia, frente a la revolución técnica y estética que traía Juan Belmonte, Bergamín concibe el toreo como “un puro juego inteligible, inteligible juego de prestidigitación”. Por eso nada más apropiado que definirlo como un arte de birlibirloque, cuando se está hablando de un ”cara y cruz, frente a frente, juntas y separadas en el peligro, la muerte y la vida; sombra y sol: como el torero con el toro… si se juntan es para poder separarse; y a la inversa: para ganarlo o perderlo todo; a cara y cruz que es como lo juega uno el todo por el todo”.
Pasaría medio siglo hasta que diera a la imprenta su ensayo “La música callada del toreo”, o aquel otro que tituló “La claridad del toreo” –ambos editados por Turner, en 1987 y 1989, respectivamente). Pero su fe en al arte de los ruedos seguía intacta, en medios de una vida llena de avatares y riesgos, con dos exilios de por medio. Pero su intensa vida literaria no parecía afectada las convulsiones que rodearon a su época, aunque la genialidad del escritor corre suertes diversas.
La nueva edición
Ahora, 86 años después de haber visto la luz, nos encontramos muy oportunamente con una doble reedición de “El arte de Birlibirloque”, a iniciativa de la Editorial Renacimiento. Sobre el primitivo original, recupera los doce grabados originales de “Suertes del toreo”, obra del pintor y grabador Luis Ferrant, que data de mediados del silgo XIX. Como novedad aporta un prólogo, sencillo, sincero y hasta emotivo, de José A. Morante de la Puebla.
Pero incluye también como epílogo la reproducción de un texto de Azorín, que sirvió como prólogo a la edición realizada en 1974. Se trata de un texto que se fecha en enero de 1930 y en cuyas últimas líneas dice de "El arte de birlibirloque" y de su autor: "maestro ya muy considerado fuera de España y en el resto de españa. (..) el presente libro, tan sutil, elegante y hondo, vendrá a autmentar su prestigio". Antes había dejado escrito:
En este caso, Renacimiento ha optado por dos ediciones diferenciadas: una de rústica y otra en de lujo, que se compone de 200 ejemplares numerados y firmados por el prologuista.
El prólogo de Morante
Como se decía, Morante de la Puebla se encarga de firmar el prologo a esta obra de Bergamín, un texto que titula escuetamente “Acerca de El Arte de Birlibirloque”. Por deferencia de los editores, traemos aquí su texto integro:
“Don José, he leído su libro… To… to… totalmente de acuerdo”. Con estas mismas palabras con las que Juan Belmonte felicitó al autor de este libro, aquel día en que Bergamín creyó que el Pasmo de Triana al verlo por primera vez, después de publicar El arte de Birlibirloque, le formaría un escándalo, no por la manifiesta devoción del poeta por Joselito el Gallo, sino por el antibelmontismo que hay en estas páginas, yo podría resumir lo que la lectura de este gran libro ha supuesto para mí.
–don José, totalmente de acuerdo…
Aunque considero que El arte de Birlibirloque es un libro difícil de entender, para mí ha sido un gran descubrimiento, porque al ir leyéndolo he ido poniéndoles palabras a mis sentimientos como torero, esos sentimientos que hasta entonces no había sabido explicarme. Para mí, este libro ha supuesto un despertar espiritual en mi concepción artística, y llegó a mis manos de pura casualidad, curioseando en un listado de libros antiguos, de esos que te mandan por debajo de la puerta de tu casa y recoges en el zaguán sin prestarles la mínima atención, y… ¡de pronto tenía entre mis manos la revelación! Una revelación que no se podría entender si estás cerrado a Dios, o al corazón, o a lo que tú creas que seas… Y es que la espiritualidad es algo que te llega con el tiempo. Quizá en otro momento este libro hubiese pasado desapercibido para mí, pero llegó en el momento justo. es más, ni siquiera recordaba que yo era amigo de Fernando, el hijo del autor, a quien llamé para contarle lo que me había pasado. En ese momento retomamos una amistad que, sin saber por qué, habíamos abandonado. Así que el libro también vino a devolverme un amigo, en el mismo instante en el que descubrí el profundo mensaje de su padre.
Si nos preguntamos por la razón que impulsó a Bergamín a escribir este libro, lo más probable es que esta fuera la de dejar claro y evidente que Joselito era el eje del toreo. Un eje que Bergamín veía peligrar al comprobar la reacción de los públicos que se rendían a la revolución belmontista, con un toreo nuevo donde su quietud, como principal argumento, provocaba el delirio de la afición. Así que el poeta tenía que dejar claro por qué Joselito era el arte real, el verdadero, el que no necesitaba del esfuerzo visible, el que brillaba con luz propia, y que en el toreo de Belmonte existía una tendencia clara a parar el toreo, pero no por valor, que por supuesto lo tenía, sino por sus limitadas condiciones físicas. Ahí está la famosa afirmación del Guerra en la que decía: “el que quiera verlo torear que se dé prisa, porque ese durará un suspiro”. El toreo de Belmonte debía de ser de mucho corazón y poca cabeza, puesto que los toros lo cogían todas las tardes, con el consiguiente entusiasmo de un público que suele emocionarse por todo aquello que sabe a peligro. Por lo tanto, Bergamín temía que el toreo derivara en un quietismo estático que supusiera la pérdida de todo arte en movimiento, del arte de Birlibirloque.
Dijo Nietzsche: “el individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado, pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”. Supongo que de esta forma se sentiría Bergamín al aguantar el peso de publicar este libro, ganándose un gran número de enemigos, dado que se vivía por aquellos años una verdadera apoteosis belmontista. Pero fue valiente y lo hizo. Lo hizo porque así lo sentía y porque no podía convivir con el confuso entendimiento del arte que por entonces se vivía. Eso lo entendemos bien quienes sufrimos el compromiso por demostrar la verdad, sabedores de que no todo el mundo lo comprende.
He hablado de “revelación artística”, pero este libro, además, me ha regalado una gratísima y sustanciosa sorpresa: conocer parte del pensamiento de un filósofo excepcional, Nietzsche. Solo una frase del alemán me bastaría para admirarlo, una frase que también resumiría en gran parte el arte de Birlibirloque: “La sencillez y naturalidad son el supremo y último fin de la cultura”. Una frase que resume en pocas palabras el camino que deberíamos seguir.
Por esas afirmaciones me muevo, como torero y, por lo tanto, como hombre, pues como decía Belmonte: “Se torea como se es”. Y, aunque el torero pueda representar los valores del superhombre, el toreo como arte de Birlibirloque, para Bergamín –y también para mí–, es más bien un arte de geometría e inteligencia que tiene, como una vez me explicó alguien entendido en filosofía, más de manifestación apolínea que dionisiaca. La magia del toreo es un juego medido y equilibrado, y a pesar de que a alguien le pueda parecer un espectáculo de índole circense, para torear bien hay que saber situarse en su correcta medida, como dice el autor: “la mitad es la distancia justa que equilibra todo el juego birlibirloquesco de torear”. Por todo esto y por cuanto me ilumina este libro, dejo, en estas líneas, constancia de mi gratitud tras haberlo leído. ¡Quién me iba a decir a mí, cuando buscaba la explicación de los secretos del toreo, que esta me llegaría de la mano de un poeta! Aunque quién mejor que un poeta para explicar lo inexplicable.
Ojalá que esta nueva edición de El arte de Birlibirloque, que he tenido el honor de prologar con mi humilde y sincera opinión, sirva para alumbrar y guiar a los nuevos aficionados acerca del puro y verdadero sentido del arte de torear. Ojalá esta obra motive un nuevo período de renacimiento en el toreo. El que Bergamín y yo consideramos el verdadero.
►►El libro
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