En el mundo del toro, desde tiempo inmemorial, se topa uno con dos condicionantes nada despreciables a la hora de exponer algunas opiniones. La primera, y no pequeña, el mal uso que siempre se ha hecho de las comparaciones entre toreros y del recurso al pasado; de otro, la reiteración de lugares comunes, que si nada aportan a la realidad, no dejan de condicionar muchas actitudes.
El preámbulo viene a cuento para poder afirmar a continuación, alejándome tanto de un condicionante como del otro, que esas palabras –atrevidas para no pocos– de
El Juli de establecer su modelo en la mítica figura de Joselito El Gallo responden bastante bien a la realidad.
He dedicado unas horas de fin de semana a ir cotejando esa especie de vademécum de opiniones del torero –tomadas de trabajos de plumas fiables: Juanma Lamet, Pablo García Mancha, Alfredo Casas, entre otros— con textos del torero de Gelves, básicamente dos libros que ya se reseñaron en estas páginas: los de Gustavo del Barco y Daniel Pineda, a los que en su elaboración separa más de 70 años. Y la comparación es interesante.
La comprobación primera a la que se llega es que, en efecto, el recurso al estudio de la Historia taurina es una de las fuentes principales para quien quiere progresar en ese oficio. Y tiene su lógica: acudir a las páginas de gloria y de tragedia, de grandeza siempre, que se encierra en la historia constituye la mejor escuela de aprendizaje que pueda encontrarse. Como ocurre en otros saberes de la vida, es la vía segura para, desbrozando el camino de lo sustantivo de lo anecdótico, remontarnos a los orígenes, a las raíces profundas que dan razón de la Fiesta. En los citados libros se comprueba como para Joselito era casi una obsesión conocer todo lo que hasta sus días había ocurrido en el toreo. Hay que reconocer, lisa y llanamente, que este argumento de fuerza se cumple también en los criterios con los que se desenvuelve El Juli.
Pero quien lee con inteligencia la Historia, llega un momento que se identifica con ella, también en los aspectos más concretos. Dos ejemplos, en las palabras que se recopilan en el trabajo de documentación que ahora publicamos, El Juli a la hora de reconocer su heterodoxia a la hora de matar –rectitud y eficacia, pero no las reglas estrictas de la ortodoxia– vienen a repetir casi de manera textual las propias opiniones que Gallito decía de sí mismo en esta suerte.
Y si nos fijamos en las razones profundas que llevan al progreso en el oficio, nos ocurre otro tanto: el deseo de superación permanente, el legítimo orgullo de ajustarse cada vez a las raíces verdaderas, la disposición de alcanzar la propia plenitud personal, incluso por delante del éxito, la capacidad para no ceder en el progreso en el oficio… Esto es, las razones últimas que siempre han movido el desarrollo tanto de las Artes como de cualquier oficio: el progreso desde el pasado, el desarrollo armónico de lo que fue para traerlo al día de hoy, sin que las nuevas circunstancias desvirtúen sus mejores realidades. Todos estos elementos, que definen en el fondo un estado anímico, se confunden entre estos dos toreros, a los que distancia más de un siglo.
Con lo dicho no se trata, porque es bastante absurdo, establecer una suerte de parangón entre José y Julián. Eso es una idiotez. El arte del toreo, precisamente porque es un Arte verdadero, siempre ha sido y siempre será algo radicalmente individual y propio de cada protagonista. Con razón siempre se ha diferenciado entre el artista y el copista. Pero eso no quita para que se produzcan coincidencias de fondo en las grandes cuestiones que definen al Arte, en este caso, a la Fiesta.
Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".
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