BILBAO. Cuarta de las Corridas Generales. En el límite de los tres cuartos de entrada. A ratos cayó un ligero sirimiri. Toros de Jandilla, cabezones –alguno se tapa con eso—y de mal juego. Julián López “El Juli” (de burdeos y oro), palmas y silencio. Alejandro Talavante (de celeste y oro), silencio tras un aviso y ovación tras dos avisos. Jiménez Fortes (de celeste y oro), que tomaba la alternativa, ovación tras aviso y ovación.
Para tardes como ésta, el maestro Díaz Cañabate tenía el recurso, brillantísimo recurso, de echar mano de sus relatos costumbristas. A los del taurinismo les ponía de los nervios que tan sólo al final dedicara tres líneas a lo que había ocurrido en el ruedo, que en realidad había sido nada. Los lectores, en cambio, lo solían agradecer, porque leer al maestro era una delicia y mejor ir por una crónica amena que dar la turrada con el relato de la nada. Probablemente en esta tarde, habría tirado por ese camino, porque en realidad poco de un mínimo de enjundia ocurrió en el reconstruido ruedo de Vista Alegre.
Pero que no cunda la alarma. Para hacer esas cosas hay que tener la pluma de don Antonio, que se la llevó a la tumba sin dejar sucesor. Así que por respeto a su memoria y a su pluma, iremos a la reseña al estilo clásico.
Y si hay que ir por lo clásico, digamos de aperitivo que la corrida de Jandilla fue una desgracia. Eso sí, con muchos pitones por delante, que luego no siempre se correspondían con lo que venía detrás. Pero clase, bravura, raza…, de todo eso, nada. Se salvó algo el primero, que al menos se desplazaba. El resto, vacío de todo contenido, salvo alguna que otra mala idea: siempre con la cara suelta, sabiendo lo que se dejaban atrás… Con decir que El Juli, la muleta más poderosa de hoy en día, no pudo más que lidiarlos con eficacia está dicho todo.
El nuevo matador de toros, el malagueño Jiménez Fortes, cumplió muy dignamente con el toro del doctorado, el único al que se podía torear con cierto empaque. Sobre todo con la mano izquierda, hubo series de calidad y largura, con el mérito de torear siempre con la panza de la muleta. Luego lo que iba para mayores alegrías, se quedó tan sólo en una gran ovación por su premiosidad en el manejo de la espada. La buena impresión la reiteró con el sexto, en este caso en versión más de lidiador reposado, sin agobiarse ante las dificultades del “jandilla”. Cierto que esta alternativa no tenía en Bilbao ambiente alguno, parecía un tanto forzada para que alguien fuera de primero; pero este torero merece que se le espere un poco, que se vaya haciendo, porque tiene un buen corte de torero, sobre todo por su loable empeño de hacer las suertes con pureza.
El Juli mató la corrida. Técnico y poderoso, en algunos momentos trató de sobrepasar las fronteras de dificultades que presentaban sus toros; pero con los de Borja Domecq que le correspondieron era un empeño baldío.
Me gustó Talavante con el quinto, un toro que se quedó crudo en el caballo y que embestía con brusquedad. El torero de Taurodelta se plantó firme y decidido, hasta poderle al “jandilla”. Sólo ocasionalmente cabía esperar mayores florituras, pero las que se presentaron las aprovechó, sobre todo en una serie con la mano izquierda. Vamos, lo que dicen los taurinos: hizo un esfuerzo, que le fue reconocido después de escuchar dos avisos. En su primero, tampoco era un dechado de virtudes precisamente, fuera de reconocer su voluntad sólo se le puede poner el pero de haberse puesto un poco pesadito ante lo que era imposible.
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