Instalarse en la desesperanza o en el escepticismo ante la futura gestión del nuevo ministro con competencia para los asuntos taurinos, carece hoy de sentido, cuando su gestión no ha hecho más que empezar. Hay que concederle al menos los 100 días de gracia.
En la Fiesta estamos ya muy acostumbrados a que de los políticos, salvo honrosísimas excepciones, hay que confiar lo justo. Nunca la han considerado materia suficientemente importante como para apostar de manera abierta por ella. Esa es la cruda realidad.
Pero José Ignacio Wert tiene dos elementos a su favor. Por lo pronto, se confiesa aficionado, incluso se declara fervorosamente tomasista. Aunque la Fiesta es mucho más que el tomasismo, por respetable que sea esta corriente, no es mal comienzo.
Pero, sobre todo, es un acreditado estudioso de los fenómenos sociales. Por eso sabe entender uno de los fenómenos más importantes que hoy afecta negativamente a la Fiesta: el enconado debate social que algunos, que se denominan animalistas, han desatado al unísono contra todo lo taurino. Y sabe, por ello, que ahí debe localizarse una terapia urgente y especializada para el futuro.
Entre sus áreas de competencia se encuentra, justamente, la promoción de la Fiesta, como fenómeno cultural y social de profunda raigambre. Y hoy por hoy, no hay mejor promoción que establecer los cortafuegos necesarios para frenar esa marea antitaurina, y hacerlo por la vía de las convicciones y con la fundamentación necesaria. Cabe esperar, por tanto, que tenga la sensibilidad necesaria para propiciar que puedan llevarse a cabo trabajos que permitan resituar a la Fiesta en el contexto social que le es propio.
Para ello necesitará lo que hoy no resulta fácil de ofrecer: la unidad de los estamentos taurinos, cuando cada cuál va por su lado, en un destructivo “sálvese quien pueda”, que a nada conduce.
Pero cuenta con herramientas para poder conseguirlo, si es que acierta a estructurar el área taurina de forma adecuada en su Ministerio y pone al frente de ella a una persona competente. En este sentido, la Comisión para Asuntos Taurinos, debidamente reestructurada en su composición y competencias, podría ser una buena herramienta administrativa, sin que ello generara un sólo euro de gasto al erario público.
Con todo, hay que ser realista. Ni el país, ni la propia problemática del macroministerio de Educación, Cultura y Deportes, permiten hoy distracciones de esas que los políticos consideran de orden menor, que es lo que habitualmente han hecho con la Fiesta. Sería una sorpresa esperanzadora que José I. Wert no estuviera entre estos últimos.
En buena medida, eso va a depender de qué nombramientos de colaboradores realice entre el área de Cultura. Si tuviéramos la suerte de coincidir con un Secretario de Estado sensible a los asuntos taurinos, tendríamos buena parte del camino andado. A partir de ese punto, las cosas resultarían más fáciles. Por eso, hay que estar atentos a los inmediatos Consejo de Ministros, para comprobar quienes son los llamados a ocupar este segundo nivel del ministerio.
"Adéu als bous; adéu Espanya"
A titulo de recordatorio, José Ignacio Wert publicó en agosto de 2010 un artículo de opinión acerca de la prohibición catalana contra la fiesta de los toros, con el título "Adéu als bous; adéu Espanya". No se trata, evidentemente, de un artículo propiamente taurino, sino que más bien debe considerarse un análisis social y político del acuerdo del Parlamento catalán.
Leído con ojos de hoy, cuando todo el Gobierno sale en tromba con la tesis del diálogo y el entendimiento con los demás grupos políticos, podría considerarse casi “políticamente incorrecto”, en la medida que sustenta tesis que chocan con las posiciones del nacionalismo catalán en sus distintas versiones. Por eso, cabe abrigar algunas dudas de si ahora el nuevo ministro volvería a escribir este artículo.
En cualquier caso, el artículo está en las hemerotecas, como recordatorio permanente de lo que un día se dijo. Su texto íntegro es el siguiente:
"La tribuna de invitados del Parlamento de Cataluña, abarrotada, como la plaza del dúo Sacapuntas, pero en este caso de antitaurinos de vario pelaje, prorrumpe en una atronadora ovación. Benach, el presidente de la Cámara, sonríe beatífico y, ruega, en voz muy baja, un poco de orden, sin que sus ojos oculten la complicidad con los aplaudidores que violan el artículo 186 del Reglamento del Parlamento. En vano. Buen número de diputados y diputadas, a su vez, se vuelven a aplaudir y a jalear a quienes desde la tribuna de invitados se ciscan en la norma que ellos mismos se han dado para regular la vida parlamentaria.
Pero se entiende. ¿Cómo parar mientes en tiquismiquis legalistas ante un paso en la Historia de la Humanidad como el dado por 68 votos (32 de CiU, 21 de ERC, 12 de IC-V, y tres socialistas) que erradica las corridas de toros en Cataluña? Emociones así sólo se viven una vez en la vida.
Es posible que el primer motor de la Iniciativa Legislativa Popular aprobada por el Parlamento sea una sensibilidad hacia la llamada tortura a los toros, que respeto absolutamente, pero que no comparto en absoluto. Creo que la vida de un toro de lidia es envidiable si se compara, por ejemplo, con la de sus congéneres domésticos. A cambio de 15 minutos agónicos el toro vive siempre en libertad, cuando el buey de carne vive estabulado; el toro se alimenta solo de hierba, lo que más le gusta, frente al buey, que debe conformarse con pienso; el toro vive entero y no castrado como el buey. Pero reconozco que no soy toro de lidia (ni, por otra parte, buey de carne) y no estoy en condiciones de hacer el ´trade-off´ entre una y otra vida, una y otra muerte.
Ahora bien, de lo que no tengo la menor duda es de que el impulso político que arrastra a los diputados del ´no´ tiene que ver con los llamados derechos de los animales lo que con el arroz con leche. Si pusiéramos toda nuestra conducta respecto a los animales bajo el estándar de exigencia aplicado a los toros, la consecuencia es que todos deberíamos ser veganos por obligación. ¿O es que el estrés que los etólogos han demostrado que sufre el ganado antes del sacrificio vale menos que los puyazos?
No va por ahí la cosa. La prohibición de los toros en Cataluña es pura política de desidentificación. No basta con afirmar la identidad cultural propia, no llega con la sardana, los ´castellers´ o los ´caganers´ del Nacimiento. No. Es preciso desterrar todo lo que resuene a patrimonio simbólico y cultural compartido: la Fiesta Nacional, Paquito el Chocolatero, y otras adherencias cutres de la bárbara España. El que no lo quiera ver, como Zapatero, y se trague (o diga que se traga) la milonga animalista, allá él. Pero esto va de lo que va. De ´Adéu Espanya´, mayormente. Y, si no, al tiempo".
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