Ocurrió a la muerte del cuarto de la tarde. Los tres toreros estaban en la enfermería. Francisco Marco, con una gran conmoción y la rotura de un cartílago de la oreja derecha; Morenito de Aranda, con un hombre dislocado, en trance de que se le pusiera una infiltración; Sergio Aguilar, con una cornada en la mano de derecha. Se para la corrida, hasta que alguno de los espadas reciba la asistencia médica y pueda volver. Finalmente, Morenito de Aranda, recompuesto y sin chaquetilla, se incorpora para lidiar en quinto lugar su segundo toro.
A esas alturas la tarde iba sin casi nada sobresaliente, salvo la triste comprobación –confirmada luego en los dos últimos toros– de que la ganadería de Cebada Gago sigue en la cuesta abajo, no remonta, ni los criadores han dado aún con la terapia veterinaria que se necesita. Por lo pronto, mandaron una corrida muy desigual, que se salvaba por la cornamenta, pero que en su presentación incluía desde toros pasados de kilos y años hasta el retaco que hizo tercero. Todos, además, con las fuerzas y la raza muy medidas, hasta el punto de que más de uno ya se rajaba con los capotes. Y como en el toreo también se cumple eso de que “hay días que mejor no levantarse”, en su primera galopada por la arena el que abría plaza se rompió un pitón, siendo reemplazado por un sobrero de la misma Casa, que respondió al mismo patrón que sus hermanos. Total, deteriorada materia prima.
Con semejante contexto, el navarro Francisco Marco (de rosa y oro) sólo pudo mostrar en su primero su voluntad de seguir ahí, a trancas y barrancas, a la espera de tiempos mejores. La voltereta cuando comenzaba a lancear al cuarto fue de aúpa, con el resultado ya descrito. Para un mejor seguimiento médico, se le hospitalizó.
Que Sergio Aguilar (de violeta y oro) tiene un buen corte de torero, ya se sabe. Pero ninguno de los tres hubo de matar le dieron opciones de demostrarlo, salvo en su componente de decisión y empeño. Lo de este torero se está haciendo eterno: llevamos más de dos años esperando que le salga un toro que medio se deje, pero nada, ni con recomendación. Se podría probar con el pulpo eso de los alemanes, por si acaso.
Completaba terna y tarde Morenito de Aranda (de rosa y oro) que tuvo la suerte de tocarle el retaquito tercero, el único con el que se podía andar, sin tener que estar zafándose de los cabezazos. Tanto en éste como en su segundo, a su cargo estuvieron los pasajes más brillantes de la tarde, como momentos verdaderamente esperanzadores, por más que luego los “cebadas” nos devolvieran a la dura realidad. Dio una vuelta al ruedo en su primero, al que si llega a matar con más acierto le hubiera cortado una oreja.
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