Desde hace ya más de cinco años, por no remontarnos más allá, la Asociación Nacional de Presidentes de Plazas de Toros de España (ANPTE) viene reclamando la unificación de los actuales y dispersos Reglamentos[1], entre los que conviven el de carácter nacional y los diferentes aprobados por las comunidades autónomas. Y casi desde su reconstitución, la Comisión Nacional de Asuntos Taurinos se había propuesto la elaboración de un nuevo Reglamento –iniciativa incluida en el PENTAURO, propuesta A.2, del capitulo “Competitividad–, aunque hasta la fecha no se haya concretado en nada. En aras de tal propósito se remarcaba también en el PENTAURO, el objetivo de recuperar la integridad del espectáculo, a la vez que se trataba de “adaptarse a los tiempos modernos y a los cambios políticos, sociales, económicos y culturales que se van produciendo”[2].
Sin embargo, no se puede pasar por alto que, como una especie de Guadiana –que lo mismo está que desaparece–, de nuevo ahora se ha reabierto el debate de lo que en términos más o menos eufemísticos se viene a definir como “la adaptación de la Tauromaquia a las circunstancias y condiciones del siglo XXI”. En este caso ha sido, como se sabe, a iniciativa del Gobierno de Andalucía[3].
Con esta incubación a lo largo de cinco años y con una ley y una sentencia del Constitucional sobre la Tauromaquia de por medio, parece bastante razonable pensar que para todos los sectores de la Tauromaquia –aficionados incluidos–, se ha llegado al punto necesario para dar una respuesta definitiva a esta cuestión. Como luego se verá, sus frutos no podrán ser inmediatos, pero hay que emprender ese camino desde ahora. Mantener abierto sine die un debate de esta naturaleza carece de sentido, porque no sería otra cosa que continuar en un impasse en el que muy poco hay que ganar. Al menos, la Tauromaquia tiene que armarse ideológica y argumentalmente para acertar en su defensa, aunque el objetivo de máximos –la reforma en profundidad– sea difícilmente posible hoy.
Hace más o menos un año, a raíz de los propósitos de la Comisión de Asuntos Taurinos, en estas mismas páginas expresábamos nuestra opinión sobre las “dudas razonables acerca de la conveniencia y oportunidad de modificar ahora el Reglamento Taurino”[4]. De entonces a hoy no han cambiado demasiado las condiciones sociales y taurinas.
Una cuestión más que preliminar
Pero antes de adentrarnos en ese tema, conviene despejar lo que es bastante más que una cuestión preliminar. Nos referimos a un factor tan elemental como el lenguaje. Si se repasa la hemeroteca se comprueba que, sin duda con las mejores intenciones, en demasiadas ocasiones se están adoptando por activa o por pasiva los modos de decir –diríase incluso que las consignas– que usualmente utilizan los abolicionistas de la Tauromaquia.
Y así, por ejemplo, entender que la tarea que se tiene pendiente se refiere a “la humanización de la Tauromaquia”, resulta tanto como admitir que estamos ante una actividad cultural que en sí misma es inhumana. Obviamente es un punto de partida falso, que presupone dar por bueno que se trata ante una actividad cruenta, como sostienen los animalistas.
Por eso, aceptar, por ejemplo, el debate de una Tauromaquia sin sangre no conduce más que a una desnaturalización, a una pérdida de identidad, de la propia Fiesta. La Tauromaquia es un hecho cultural con unas notas definitorias de una tradición milenaria. Y así debe seguir siendo.
Si se permite una digresión colateral para fijarnos en lo que viene ocurriendo en la vida política española, observamos como, a derecha y a izquierda, algunos partidos han incurrido en el grave error de hacer suyo el lenguaje que utiliza las formaciones más radicales. No sólo desnaturalizan su propia imagen y su propio lenguaje, sino que, sobre todo, potencian las posiciones de sus opositores. En el caso de la Tauromaquia no debiéramos incurrir en semejante error.
Prefijar objetivos y conceptos
Por eso, antes de abrir un melón tan complejo como la actualización de la Tauromaquia, conviene fijar con nitidez los términos en los que se trata de trabajar y delimitar de forma adecuada los márgenes en los que nos debiéramos mover. En paralelo, habrá que sentar las bases para que todas las partes entiendan que contenido específico se da a cada cuestión.
Por ejemplo, no todos los sectores taurinas interpretan en idéntico sentido el propósito de reconducir a la ganadería de lidia: se coincide en que hay que primar la buena casta sobre el volumen, pero luego no todos entienden lo mismo por ese regreso a la integridad de la bravura, ni siquiera se da un mínimo de consenso sobre el justo trapío. Y tiene su lógica que así ocurra, en la medida que cada sector en juego tiene sus propias cuotas de riesgos, tanto profesionales como físicos. Nada más natural que un torero pretenda minimizar los riesgos, mientras que un ganadero prime la plena integridad del toro.
Prefijar los objetivos trae cuenta, además, de una realidad: romper el circulo vicioso de la escasa credibilidad que se concede a los taurinos, viciados históricamente por un abuso de la picaresca y la informalidad, que han hecho y hacen mucho daño.
Los cuatro puntos cardinales
Una vez que la ley 18/2013 resolvió qué se entiende por Tauromaquia[5], el terreno de juego en el que nos debiéramos mover queda ya delimitado con claridad, abarcando además todas las facetas que concurren en el hecho taurino. De hecho, podría decirse que los cuatro puntos cardinales no son otros que la crianza y selección del ganado de lidia, el arte de lidiar, la corrida moderna y las distintas expresiones culturales que le van anejas.
Se trata de cuatro elementos que, en su amplio contenido, vienen ya muy estudiados en todas sus facetas, aunque la teoría luego no se haya traspuesto a la práctica. Es probable que haya ocurrido así por un razón de base: la ausencia de un sector cohesionado que unifique a todas las actividades taurinas y en el que tengan cabida las organizaciones de aficionados. Pero debe contemplar también un hecho absolutamente novedoso, que viene obligado por la naturaleza jurídico-cultural de la Tauromaquia: la imbricación dentro del Sector de todo ese capítulo tan diverso que conforman, como dice la Ley, “toda manifestación artística y cultural vinculada a la misma”.
Sin un Sector que represente a todos los estamentos y que tenga conciencia de su unidad, aventurarse a hacer cambios encierra muchísimos más riesgos que ventajas. El problema, en el fondo, radica en que cada segmento taurino defiende unos intereses –legítimos, desde luego, la mayoría de las veces– que se confrontan entre ellos. Nada diferente a lo que ocurría hace más de un siglo; la diferencia se produce en que hoy se vive en una sociedad destaurinizada y compleja.
Sin embargo, si se quiere entrar seria y responsablemente en el debate, será necesario que cada una de las partes haga abstracción de sus propios intereses y conveniencias, para ceñirse exclusivamente al bien de la Tauromaquia. Y hoy con un elemento nuevo a contiderar: el componente cultural que se ha reconocido para cuanto significa y contiene lo taurino.
Pero la Tauromaquia es lo que es. También según la ley. Por eso, resulta indispensable ser extremadamente cauteloso a la hora de establecer los límites. Escribía en estos días Antonio Lorca en "El Pais" una crónica importante sobre esta modernizaciñon de la Tauromaquia. El titulo lo dice todo: "Eliminar sangre del toro es la antesala de la desaparición de la tauromaquia"; venía a ser el resumen de las opiniones de 8 taurinos con relevancia[6].
Más que un nuevo Reglamento
Entendido en estos términos, parece bastante claro que se trata de una tarea que excede en bastante a la reforma en todo o en parte del vigente Reglamento, por más que sea muy necesaria. Hoy tiene que ir más allá, tanto por motivaciones estrictamente taurinas, como por el entorno social en el que se desarrolla.
En el ya citado PENTAURO se planteaba la necesidad de contar con una nueva ley taurina, que viniera a sustituir a la actual ley 10/1991, sobre potestades administrativas en materia de espectáculos taurinos[7]. Una ley que ha dado frutos positivos, como el Reglamento que de ella se derivó, pero que 26 años después ha quedado superada.
Ya no se trata de establecer cómo y de qué forma deben ser las puyas, ni de cuáles deben las obligaciones de cada actuante, ni de regular los trámites administrativos. Nos encontramos en otra dimensión radicalmente distinta, más profunda, como ocurre cuando se quieren corregir anacronismos y prácticas en desuso, en aras de contar con un espectáculo más ágil y más diverso, más atractivo también.
Pero sería ingenuo pensar que una ley como la que se necesita pueda elaborarse en circunstancias políticas y parlamentarias como las actuales. Se necesita de voluntades y consensos amplios, que en hoy no se dan. Por eso, resulta más que dudoso que hoy sea prudente emprender esta reforma; mucho menos, abrir en canal a la Tauromaquia.
En cambio, sí es el tiempo para que dentro de cuantos conforman ese concepto tan amplio de Tauromaquia, se dedique todo el esfuerzo necesario para sentar las bases de lo que en el momento adecuado se puedan llevar a una nueva Ley. Se contará así con argumentos sólidos para sustentar la vigencia y los valores de la Tauromaquia. Tan sólo eso ya constituiría en sí mismo un paso muy importante. Y hay formulas muy diversas para hacerlo; aquella "Convocatoria por la Tauromaquia", que promovió la UCTL, puede ser una de ellas, aunque entonces, con su escasa visión, los "pesados pesados" de lo taurino pasaran de largo la oportunidad.
[1] Conclusiones del III Congreso Nacional de ANTPE, noviembre 2011.
[6] Antonio Lorca. “Eliminar sangre del toro es la antesala de la desaparición de la tauromaquia”, en: http://cultura.elpais.com/cultura/2017/01/10/el_toro_por_los_cuernos/1484046775_838253.html
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