El torero que más orejas cortó en la plaza de Madrid –52 orejas y 3 rabos–, era alto, espigado, rompía de alguna manera con los modelos establecidos en el estereotipo de las diversas generaciones de toreros que emergían con tal potencia luego de la muerte de Joselito, quien ya había impuesto auténticos modelos en la tauromaquia, dejando sólo, por algún tiempo a Juan Belmonte, a quien “arroparon”, Manuel Jiménez, Juan Luis de la Rosa, Marcial Lalanda.
Precisamente por su estatura, tenía una cierta tendencia a llevarse por delante algo tan importante como la estética. Sin embargo, el torero maño era muy consciente de esta circunstancia y siempre se esforzó por evitar ese riesgo, incluso a costa de alguna cornada, como la que sufrió en Bilbao. En España se le cantó siempre su forma de ejecutar el volapié; muchos lo achacaban a la facilidad añadida de su estatura, en realidad no era así: los mataba tan bien porque ejecutaba la suerte en todos sus tiempos y por derecho. En México, su segunda patria taurina, en cambio, se le cantó también su toreo. Y así, un aficionado y escritor tan solvente como Pepe Alameda –que siempre confesó que no le gustaba su toreo- reconoce que Villalta “ha sido uno de los que han dejado herencia, de los que han influido en la evolución del toreo moderno”.
Nicanor Villalta, tras algunos escarceos locales, por motivos familiares se inició en el toreo en tierras mexicanas, durante varias temporadas, especialmente la de 1927, brilló en los aquellos ruedos, alternándolos con los españoles. Grabada quedó, entre otras, la tarde del 30 de enero del citado año 27, en que se anunciaba en ruedo mexicano con “Chicuelo” y Victoriano Roger “Valencia II”, cartel de tres hispanos que hoy habría causado más de un escándalo por el hecho de que estuvieran tres extranjeros y ningún nacional.
Esa jornada, Villalta tuvo en suerte a “Mirlo” de La Laguna y que, según cuenta en “La fiesta brava en México y España” Heriberto Lanfranchi: “Le sacó un partido insospechado (…) sobresaliendo dos derechazos que levantaron a los espectadores de sus asientos. Cuando el toro se negó a conceder una embestida más, se perfiló en corto y haciendo muy bien el cruce, hundió el acero hasta las cintas en sitio inmejorable. ¡Fue la estacada de la temporada!, y todo el público pidió una oreja para él, la cual le fue concedida, y con ella en la mano recorrió el ruedo”.
De ese toreo que comenzó a cambiar su significado entre 1925 y hasta poco antes de iniciar la guerra civil española, se debe en buena medida a la influencia de Villalta, quien adoptó estilos de torear y de vestir que iban rompiendo con esquemas. La foto que acompaña esta pequeña semblanza, permite observar que la casaquilla no lleva golpes, lo que significa una adecuación en la ropa de torear. También se recuerda una chaquetilla que sacó en Bilbao, en cuya espalda llevaba bordado un gran ubano.
Conocido como el expresso Madrid-Barcelona, por el número de viajes que realizó entre ambas ciudades para actuar en sus respectivas plazas, con Villalta el pase natural adquirió en él una extensión inusitada, en tanto que el natural con la derecha tuvo una novedosa composición, juntando los pies, extendiéndolos como bailarín de ballet clásico, lo que supone también su aportación, que debe haber generado diversos escándalos entre los clasicistas o conservadores, pero que luego y con el tiempo, se aceptó con toda normalidad.
De hecho, José Alameda dejó escrito en el periódico mexicano "Heraldo de México" que fue Villalta quien “empezó a instaurar en forma definitiva el toreo en redondo”; si a Chicuelo se el adjudica haberlo hecho con la mano izquierda, al diestro aragonés le denominó el poeta y escritor azteca como “el padre del derechazo”, por eso aseguraba que, sin ser partidario de su estilo, había que reconocer que “Villalta no fue un torero cualquiera”.
Como se sabe, había nacido en Cretas (Teruel) en 1897 y murió en Madrid en 1980. Y hay que reconocer que Nicanor Villalta sigue siendo hoy en día el torero aragonés que mayor proyección alcanzó en la historia taurina, seguido por las campañas fulgurantes de Fermín Murillo y luego Raúl Gracia “El Tato”.
Hijo del banderillero Joaquín Villalta y Odena, siguió los pasos de su progenitor, tanto en su trasplante al otro lado del Atlántico, como en el oficio del toreo. Y ya en 1918 toreó por primer vez en Querétaro (México), para al año siguiente hacerlo ya en España, en Zaragoza, con toros de la ganadería de Cobaleda. Poco después se presentó en Madrid, cuajando una importante faena un 2 de mayo de 1922 con su segundo toro del hierro de Tovar que aceleró la toma de su alternativa, celebrada el 6 de agosto de ese mismo año en la plaza de toros de San Sebastián, de manos de Pablo y Marcial Lalanda, para posteriormente confirmar alternativa en Madrid.
En el año 1925, llego a torear su mayor número de corridas de toros, un total de 55 tardes las que se vistiera de luces, deleitando con grandes actuaciones en Madrid. En 1927 recibió una cornada, que le hizo bajar considerablemente el número de festejos. A partir de 1934, su número de actuaciones bajó considerablemente, pero tras finalizar la Guerra Civil, reapareció en 1939 y se mantuvo activo hasta 1943, año en el que se retirara totalmente de los ruedos en la Feria del Pilar, compartiendo cartel con Morenito de Talavera y Manolete.
0 comentarios