El impacto que en la Tauromaquia tiene el proceso de la independencia de México, a partir de la Constitución de Cádiz de 1812, constituye una etapa verdaderamente apasionante de los anales taurinos. El torero gaditano Bernardo Gaviño y Rueda, instalado en tierras aztecas en las primeras décadas del siglo XIX, después de haber tenido todo un aprendizaje taurino en España, resulta de especial importancia durante toda esa etapa.
El historiador José Francisco Coello Ugalde, autor, entre otras obras, de “Bernardo Gaviño y Rueda: Español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX”, la mejor biografía que se ha escrito sobre este ilustre gaditano de Puerto Real, ha estudiado el importante papel desempeño en esta época.
Gaviño se convirtió en el eje de la fiesta en México. Se le concedió el título de director de lidias y maestro de toreros. El gaditano puso orden en las corridas, dictó enseñanzas y mantuvo la tradición española en los festejos de a pie.
Lo único que Gaviño no impuso en los ruedos mexicanos fue la suerte del volapié, inclinándose más por la facilidad del que allí se estilaba y que llegó a conocerse equivocadamente como "estocada a la española", de tal forma que toreros españoles que intervinieron posteriormente en festejos en tierras mexicanas fueron fuertemente abucheados cuando mataban al volapié, por creerse el público que era una suerte mal ejecutada.
Cuando Bernardo llegó a México, entre 1829 y 1834, de inmediato organizó cuadrillas y recorrió el país, despertando en todas las regiones la afición al espectáculo que, aunque no era desconocido, por los muchos españoles que había en el territorio –muy a pesar de la expulsión que sufrieron hasta antes de 1836, año en que España reconoce la independencia de México–, ofrecía novedad como Gaviño lo presentaba.
Gaviño se ajustó a los gustos del público y creó una manera especial de toreo. Los picadores montaban en caballos con el pecho y ancas cubiertos de cuero y no picaban a los toros, sino que los pinchaban en cualquier sitio. Los banderilleros clavaban invariablemente tres pares, repartidos por todo el cuerpo de la res y, cuando sonaba el clarín, salía Gaviño con un capote arrollado a un palo en la mano izquierda, y después de dar tres o cuatro lances, se colocaba a la derecha del toro con el capote extendido, hacía con éste un movimiento hacia la derecha del toro y al tiempo que el toro embestía al trapo, le introducía en la tabla del cuello, casi siempre bajo, el estoque, que sacaba inmediatamente, dando una vuelta sobre los talones y mostrando al aire el acero victorioso al tiempo que la degollada res rodaba.
Con alrededor de 57 años de vida profesional entre España, Uruguay, Cuba, Perú y México este importante torero decimonónico alcanzó en esos años la friolera de 721 tardes donde su nombre en los carteles.
Pero no siempre le fue bien en sus negocios, ya fuera como torero ya en su vertiente de empresario. Y así Artemio de Valle Arizpe da cuenta de como “quebró la casa de comercio en la que tenía depositados sus ahorros, cosa de ochenta mil pesos, y pronto como había hecho demasiados gastos quedó perdido y miserable para toda la vida.
Ya pasados los 70 años, en este trance tuvo que aceptar un contrato para torear en Texcoco, donde recibió una tremenda cornada, muriendo a consecuencia de ella, el 11 de febrero de 1886. Las crónicas de la época achacan las causas del trágico percance entre otras, a la pérdida de facultades físicas por la edad, y un instante de descuido o de mala percepción que puede tener el mejor de los toreros ante las reacciones imprevistas de una bestia enfurecida. Al dar un pase de pecho, fue cogido por la espalda, suspendido y engatillado, recibiendo una herida en la proximidad del ano, hacia la derecha, en la región anatómica llamada por los facultativos hueco isquio rectal. Murió a consecuencia de la infección de una herida en el recto, a las 9:30 de la noche del día 11 de febrero siguiente en su casa en Callejón de Tablajeros en México D.F.
El mestizaje en el que se envuelve Bernardo Gaviño permitió que actuara incontables tardes en ruedos mexicanos , lo mismo en la ciudad de México que en Toluca o Puebla. También en Morelia o en sitios tan alejados como Durango y Chihuahua. Pero también en Uruguay, Perú, Cuba y Venezuela. Algo que no puede dejar de mencionarse, es el hecho rotundo de que su trayectoria en los toros en esos 57 años en América, desde su llegada en 1829 a Montevideo, y el momento de su percance mortal en Texcoco, demuestran que es una de las más largas carreras en la Tauromaquia universal.
La influencia de Gaviño durante buena parte del siglo XIX fue determinante, y si el toreo como expresión gana más en riqueza de ornamento que en la propia del avance, como se va a dar en España, esto es lo que aporta el gaditano al compartir con muchos mexicanos el quehacer taurino, que transcurre deliberadamente en medio de una independencia que se prolongó hasta los años en que un nuevo grupo de españoles comenzará el proceso de reconquista.
Bernardo Gaviño no es una casualidad para la historia taurina en el México del XIX. Su presencia perfila el destino de aquel espectáculo matizado por la invención permanente y efímera al mismo tiempo, en la que una corrida era diferente a la otra, presentando diversidad de cuadros que hoy pudieran resultarnos increíbles por su riqueza de Mejías o Saturnino Frutos ya solo escucharán hablar de él, como otro coterráneo suyo que dejó testimonio brillante en cientos de tardes que transcurrieron de 1835 a 1886 como evidencia de su influjo en la tauromaquia mexicana de la que ha dicho Carlos Cuesta Baquero, autor imprescindible en el análisis de un trabajo que concluye con esta sentencia: “Nunca ha existido una tauromaquia positivamente mexicana, sino que siempre ha sido la española practicada por mexicanos influida poderosamente por el torero de Puerto Real (España) Bernardo Gaviño y Rueda. En este personaje se deben encontrar los verdaderos cimientos de creación de la que en su tiempo se llamó “escuela mexicana”, como lo afirmaba una publicación taurina española hace poco más de un siglo”.
Este Bernardo Gaviño se viene a convertir en el hilo conductor de este nuevo ensayo de José Francisco Coello Ugalde, quien a modo de presentación de su trabajo escribe:
“Con la Constitución de Cádiz (1812) se obtuvo como resultado el origen del constitucionalismo español. México logra la libertad y comienza su tránsito de auténtica independencia alcanzada en dos etapas: 1821 y 1867, momentos en que la República y la República Restaurada son un hecho consumado, luego de difíciles tiempos en que la estabilidad se vulneró debido a las luchas por el poder.
El nuevo estado de cosas originó en nuestro país un rechazo a la herencia española misma que enfrentó de manera por demás singular el torero gaditano Bernardo Gaviño y Rueda, quien llegó a México entre 1829 y 1835, país en el que permanecería hasta su muerte, ocurrida el 11 de febrero de 1886. Al decidir su residencia definitiva deja un legado de experiencias traducido en amplio despliegue de formas y expresiones que españolas se tornaron mestizas en medio de un ambiente que se enriqueció gracias al amplio concepto de libertades, las cuales propiciaron cierto relajamiento que no se alejó de las raíces, nutrientes hispanas asimiladas por Gaviño y que hicieron suyas muchos diestros nacionales quienes le dieron un carácter distinto, eminentemente nacionalista, que entró en combinación con las actividades campiranas mismas que también se depositaron en las plazas y tuvieron en Ponciano Díaz a su mejor exponente. En Madrid se le concede a Ponciano la alternativa de matador de toros, la tarde del 17 de octubre de 1889 y les regresa a los españoles una buena parte de las riquezas que Bernardo depositó en nuestro país.
La tarde del beneficio a los deudos de Bernardo Gaviño, se escuchó un grito particular: “¡Mueran los gachupines”! como si con aquello se señalara parte del viejo testimonio de lucha con que el propio Gaviño incitaba a los concurrentes en tardes donde actuando otros toreros hispanos, estos representaban un obstáculo a las pretensiones de nuestro personaje por seguir siendo dueño de la situación. Delicado asunto. A pesar de la finalidad que tuvo el beneficio en el que Ponciano participó resulta paradoja ridícula, que loará a la memoria de un “gachupín”, para despertar la odiosidad en contra de otros “gachupines”. Pero tal paradoja daría el apetecido resultado “porque las muchedumbres no reflexionan, son impulsivas”.
Estas son mis reflexiones en torno al “Nacionalismo y Tauromaquia en México. Un recorrido por el siglo XIX. Trascendencia y significado del torero andaluz Bernardo Gaviño y Rueda””.
El lector puede consultar el texto íntegro de este ensayo pinchando aquí.
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