SEVILLA. Novena de Feria. Medio aforo cubierto. Toros de El Pilar (4º bis y 5º bis, como sobreros), bonitos de lámina, pobres de cara, con su punto de casta pero sin poder alguno; el 6º, cinqueño. Juan Bautista (de grana y azabache), silencio y silencio. Alberto López Simón (de burdeos y azabache), silencio y silencio. José Garrido (de agua de rosa y oro), vuelta al ruedo tras aviso y una oreja.
Entre los banderilleros que se desmonteraron, el único que lo hizo con fundamento fue Antonio Chacón. Se aplaudió también el valor de Vicente Osuna, en dos pares de riesgo y mérito.
En el día declarado oficialmente festivo, buena parte de la afición también se lo tomó de asueto. Un miércoles de farolillos y tanto asiento vacío…., quién lo diría. La Empresa también se tomó sus vacaciones y bajó el nivel de lo anunciado, como reservándose para los dos días de figuras que nos esperan. Consecuencia: tarde de poco ambiente. Y para colmo, larga, lenta y pesada: 3 horas 3 de duración. ¡Cómo pesan jornadas como éstas!
La versión domecq de los toros de El Pilar (Moisés Fraile) dejó mucho que desear. Muy en el tipo habitual y con su pequeña dosis de casta, luego se desinfló como soufflé, por su falta de poder y fuerzas, que iba in crescendo conforme avanzaba la lidia, hasta acabar en cortos e informales en sus viajes. Buen ejemplo de ello fue el 2º, que metió bien la cara en los primeros muletazos, para inmediatamente autosacarse la tarjeta roja, a la voz de “ni uno más”. Prácticamente no se les picó, pero ni por esas. Los dos sobreros, del mismo hierro, no enmendaron la situación; tan sólo se distinguieron por estar peor hechos. La realidad, toros que no decían ni oste ni moste, menos el 6º que era gruñón, vamos que andaba enfadado todo el rato, sin querer jugar ni a pares ni a nones. De este deslucimiento se salvó el que hizo 3º, con mayor vigor y, sobre todo, porque fue bien entendido por José Garrido, que le dio los terrenos y las distancias precisas que pedía, sin permitirse ni permitirle un respiro.
Prácticamente en blanco, con algunos detallitos sueltos, pasaron por Sevilla Juan Bautista –muy académico siempre, frío también– y López Simón. Su hoja de servicios quedó vacía de recuerdos. Otro año será, cuando lo decida el Sr. Valencia.
Mala suerte la de José Garrido. Le tenía cortadas las orejas al 3º, con una faena vibrante y con clase; pero el toro tardó un mundo en caer –en alguna medida porque la estocada quedó trasera y tendida– y los ánimos se enfriaron. Pese a todo, el público le pidió que diera la vuelta al ruedo. Sin esspaada, pero aquella había sido una de las mejores versiones de Garrido que hemos visto.
En Sevilla, el torero dejó claro que pocos en el escalafón manejan con tanta pureza y tanto temple el capote. Pero también con la muleta anda sobrado de autenticidad. No le están dando el mismo cuartel que a otros de los nuevos que destacan. Pero Garrido les va por delante a la hora de concebir el toreo, como venía demostrando desde que era novillero. Le falta ese zambombazo que le ponga en órbita. ¡Ay si cayera una puerta grande de Madrid…!
Gustaron a la concurrencia sus lances, siempre hacia delante, profundos y rotundos, cerrados con una media magnífica. Tras el simulacro de rigor en el caballo, un quite primoroso. “Con la franela, superior”, qué dirían los revisteros antiguos en La Lidia. Y es que sobre la derecha hubo series impecables, muy centrado el torero, con temple y con hondura. Por el pitón izquierdo el pilareño parecía otra cosa, hasta que Garrido lo cogió muy por abajo, despaciosamente, e impuso su ley. A efectos de facilidades para matar, quizás sobró la última serie de naturales. Con todo, se fue muy derecho tras la espada, pero cayó traserilla y tendida, con efecto retardado, tanto que bajo los niveles del ambiente. Si no marra a espadas, y con el nivel que se lleva en los trofeos, en esta feria, hubiera sido de dos.
El cinqueño enchiquerado como 6º, el único verdaderamente malaje del conjunto, Garrido se la jugó; desde el primer momento apostó a fondo, que el toro no era ni fácil, ni agradecido. Pero el torero extremeño acabó por imponerse con gallardia. Una faena muy meritoria, que se basó en un continuado toma y daca, en el que Garrido nunca volvió la cara. Por lo fino, eso se llama echarle casta; por lo no fino, son palabras mayores. Salvó, desde luego, una tarde insufrible. Pero sobre todo dejó claro que con Garrido hay que contar, ande o no ande metido en el trust de siempre.
0 comentarios