El espada, Manuel Lucas Blanco (Sevilla), popularmente conocido como El Guapo Lucas, fue uno de los discípulos predilectos de Sombrerero, a cuya cuadrilla se incorporó la temporada de 1813, en sustitución de Leoncillo. La campaña de 1814, trabajó de medio espada a las órdenes de Francisco González Pachón. Siete años después, ya con el doctorado de matador de toros, se presentó en la capital madrileña. El curso de 1822, su nombre aparecía entre los lidiadores ajustados para pasaportar el abono madrileño.
Lucas Blanco, hombre vehemente y de personalidad algo simplona, coincidiendo con la reacción absolutista de 1823 se declaró partidario de la causa monárquica, a la vez que se integró, como voluntario. en un escuadrón de caballería, en la sección a la que se conocía como “la cáscara amarga”.
Estos mismos días, los ejércitos del Pretendiente intentaban conquistar la capital del reino, tras arrollar a sus oponentes en las guerras desatadas al norte de Castilla y de las provincias vascongadas. En España se vivían tiempos de recias disputas entre los partidarios de las corrientes liberal y absolutista.
Manuel era un acérrimo realista, que no conseguía comparecer en los ruedos con demasiada frecuencia, entre 1823 y 1829, especialmente en el coso madrileño, en el que aún conservaba cierto prestigio. A partir de entonces, solo ejercería de lidiador en contadas ocasiones, pues dedicaba la mayoría de sus energías al ejercicio activo de la política.
En 1833, una vez fallecido Fernando VII, aumentó de manera significativa la influencia liberal, de manera que Lucas Blanco comenzó a sentir, en primera persona, las represalias de sus numerosos enemigos, pues se mantenía devoto a su ideario político sin el mínimo recato.
El 18 de octubre de 1837, el Guapo Lucas –que atravesaba por uno de los mejores momentos de su carrera–, fue acusado de asesinar al miliciano isabelino Manuel Crespo de los Reyes, en una trifulca desatada a la puerta de una botillería de la madrileña calle de Fuencarral, que frecuentaban numerosos andaluces, una jornada en que ambos contendientes habían ingerido más cantidad de alcohol del aconsejable.
Condenado a garrote vil, el mes de diciembre de este mismo año, le quitaron la vida en un cadalso levantado en la Plaza de la Cebada. De nada sirvieron las peticiones de clemencia de sus compañeros de oficio; entre ellos de Francisco Montes, el ídolo de la afición en esos días, quien acompañado de Juan León, se postró a los pies de la Reina gobernadora, María Cristina, a quien demandaron el indulto de su colega de profesión.
En el lado opuesto, se posicionó el amplio espectro de toreros liberales, quienes utilizaron toda la influencia a su alcance para que se cumpliese la pena de muerte. Tres días antes habían ajusticiado, en el mismo escenario, al bandolero Luís Candelas.
Igualmente, era de ideología absolutista y partidario del infante carlista, Don Carlos, el banderillero de Pepe Hillo, Manuel Sánchez Ojo Gordo, quien sumaba ochenta años de edad, cuando afirmó que volvería a colocar un par de rehiletes, sí triunfaba el rey absoluto.
El autor
Este articulo forma parte del primer capitulo del libro de próxima aparición, “Garapullos por Máuseres” (Las corridas de toros en la Guerra Civil, 1936-1939), que publicará Editorial La Cátedra Taurina (www.editorialacatedra.com).
0 comentarios