SEVILLA. Sexta de feria. Lleno de “No hay billetes” , en una tarde casi veraniega. Toros de Núñez del Cuvillo, en límite de presentación el remate exigibles, salvo 6º; de juego desigual y casi todos con escasa duración. Morante de la Puebla (de corinto y oro), gran ovación y gran ovación. Sebastián Castella (de blanco y oro, con bordados también en hilo malva), ovación y ovación tras aviso. Alejandro Talavante (de añil y oro), silencio y ovación tras aviso.
No se dio ni una vuelta al ruedo. Pero no hizo falta: de la Maestranza se salía toreando. Qué grande es el toreo cuando verdaderamente es Arte. Tan grande que no hicieron falta que se concedieran trofeos para que haya pasajes que algún día se contarán a los nietos como algo completamente excepcional. La culpa, si así puede llamársele, fue de Morante y ese capote suyo. Algo de todo punto excepcional.
En su primero ya puso al personal en guardia, cuando mecía con esa suavidad tan suya las nobles embestidas del “cuvillo”, un precioso jabonero. Pero luego, cuando salió apretando el 4º, ahí estaba de nuevo el prodigio de ese capote. Cinco verónicas extraordinarias y una media colosal. Sin embargo lo excepcional vino en el quite, una media que pedía las manos prodigiosas de Benlliure para inmortalizarla, tres lances que cortaban la respiración y el remate airoso de una revolera. No se puede torear con más temple, ni más despacio. Solo en lo que duró esa media cabían al completo una serie de capotazos de los que vemos tantas tardes. Sonó la música, pero aunque le hubieran puesto altavoces no se habría oído, tal era el grado de la ovación que la plaza entera, puesta en pie, le tributó al torero.
Con ese jabonero que abrió plaza, que tenía una suavidad a su medida, Morante nos regaló series de muletazos –-sobre todo, dos con la derecha y una con la zurda– de cinco tenedores. Una serie de naturales a los sones de "Suspiros de España", !sombrerazo a la Banda de Tejera¡, fue como para convertirle en video de cabecera. Luego, entre el cambio de los terrenos y, sobre todo, lo abajo que se vino el ”cuvillo”, el de la Puebla no pudo llevar más allá la faena. Media bien puesta. Y un público extrañamente frio y un Presidente que no quería que la tarde se embalase; no le concedió la oreja. Y digo yo: ¿Por qué?
Como el tercio de capote ya de por sí constituía toda la lidia que le cabía en el cuerpo a este mansito 4º, y como el toro nunca venía realmente metido en la muleta y además se desfondó pronto, la faena no pudo alcanzar los niveles de la anterior. Eso sí, empaque tuvo para regalar.
Pero no fue sólo Morante, que ya habría sido más que de sobra para salir satisfecho. Es que tanto Castella como Talavante han llegado a esta feria arreando. Lo del torero de Beziers tiene su mérito. En su primero se plantó en la puerta de toriles; pero es que, después de la soba que le había dado ese toro, cuando sonaron los clarines volvió a repetir en el 5º el paseo hasta el portón de los sustos. Toda la tarde se la pasó entre los pitones como el que oye llover. No se puede estar más firme y más decidido. La pena es que le correspondieron los dos toros que más y antes se rajaron. En cualquier caso, en Sevilla se ha visto a un Castella muy mentalizado, como dejando en el olvido el agobio que antes le provocaba verse en el centro de la Maestranza.
La única decepción de la tarde la dejó Alejandro Talavante con el 3º: no se entendieron, o parecía que no se entendían. El de Cuvillo metía bien los dos pitones en los engaños, pero el extremeño en ningún momento estuvo a gusto. El sabrá mejor que todos por qué discurrieron así las cosas. Pero a toro pasado, viéndole fajarse –también desde la larga en toriles– con el 6º, el más serio de todos los lidiados, se entendía aún menos lo de su primero. Con éste último sacó a relucir su toreo de siempre, en un palmo de terreno, con esas improvisaciones que unas veces salen y otras no, pero con los pitones rozándole los muslos. Calentó los tendidos y si no se pone a fallar con los aceros hasta le habría cortado la oreja.
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