Rosa Montero, reconocida escritora española, acaba de consignar en una reciente colaboración periodística, y justo en el texto que tituló como “Una hermosa lágrima”[1], el pasaje de un mendigo callejero que produjo en ella la profunda sensación de “un regalo en forma de cristal que refleja la dignidad y la belleza de la vida”. Por su relevancia, lo reproduzco a continuación:
En su interior, hay una expresión que hoy, tras admirar la nueva comparecencia de José Antonio “Morante de la Puebla” nos lleva a entender que cuanto se produjo en el ruedo de la “México” fue tan similar a aquel sucedido que nos cuenta en el clímax de su texto la autora, entre otras obras como La loca de la casa:
“Horas más tarde, aún trastornada por el suceso, escribí a un amigo contándole la historia, y él me contestó: “Es un hierofante; no sientas pena de él”. Me pareció precioso: sí, un hierofante, que en la Grecia antigua era el sumo sacerdote de los cultos mistéricos. De hecho, la palabra hierofante significa “el que hace aparecer lo sagrado”, y eso era exactamente lo que había logrado…”
… y logró, ahora volviendo a estos territorios espirituales, el de la Puebla del Río.
Así que, convertido “Morante de la Puebla” en auténtico “hierofante”, parece que la referencia, aunque compleja en el uso de una expresión que no es común, comprende su dimensión como un absoluto.
Y el “torito de la ilusión” se llamó… Peregrino que como todos los de esta tarde, correspondieron a la traída y llevada ganadería de Teófilo Gómez, por aquello de que es “garantía de éxito”, aunque no en presentación, pues todos a pesar de los pesos que se definieron, no se correspondían con la realidad. Veamos si no.
El Programa. Plaza México. Año 30 N° 1025, 8ª corrida. 11 de diciembre de 2016
El orden en que salieron fue este:
Más claras no pueden ser las evidencias.
Con Peregrino sucedió el reencuentro. Y José Antonio, enfundado en ese lila y azabache que daba aires de invocación cercana al milagro, comenzó un despliegue de lo bello y efímero. Se le veía ya en estado de gracia, cuyos inciensos bordaron verónicas y chicuelinas, rematados ante el alarido de una asistencia ávida del milagro, como el que ya rememoran los mexicanos y guadalupanos creyentes del sucedido al pie del cerro del Tepeyac.
Del castigo justo, como de trámite, con el piquero pasamos a un tercio de banderillas donde a su término los de la cuadrilla saludaron la ovación con montera en mano. Y “Morante” al brindar la faena, nos advertía que el sobresalto estaba por suceder.
Y así fue.
Andándole de las tablas a los medios concibió el preámbulo bordado de gozo. Por la derecha, consiguió prodigiosos momentos. “Morante” tiene la virtud de escaparse con ligereza de esos cartabones que en realidad no dicen nada, salvo que se repitan una y otra vez, con lo que se pierde la esencia de una estética que intentan pero no encuentran. Así que el andamiaje de esta faena se forjó con el toque de la gracia.
El de Teófilo Gómez cumplió a cabalidad con los estándares de tan consentida ganadería, por lo que la garantía de triunfo llegó felizmente, como llegó el momento de la culminación, en la que tras una estocada que ejecutó dentro de las normas clásicas, consiguió que el cuarto de la tarde-noche rodara “patas pa´rriba”, como bravo guerrero. (Dos orejas y vuelta al ruedo, tras el arrastre lento a los restos del ejemplar).
Morante de la Puebla, en olor de santidad. Fotografía: Sergio Hidalgo.
En su primero, ya nos había anticipado entre buenos y firmes apuntes lo que vendría con su segundo. Con tal escenario, José María Manzanares intentó dos trasteos que no pudo rematar como quizá era su propósito. Pero los duendes no lo permitieron, así que todo quedó en buenas intenciones.
Por lo que respecta a Gerardo Rivera, nos llevamos una grata impresión en el de la confirmación. Bien plantado con la capa, con banderillas superior, con mucha habilidad y certero. Es ya un rehiletero que confirma, en su caso, a uno más de los de la escuela clásica mexicana. Con la muleta también estuvo muy valiente, corriendo la mano y deletreando cada pase, entre los que destacaron los saboreados pases de pecho. De tan valiente, y al intentar una “arrucina”, se puso en calidad de carne de cañón, con lo que se llevó tamaño susto, del que ni siquiera se miró la ropa. En ese toro y con el sexto mostró pocas habilidades con la espada así que el gozo… se fue al pozo.
[1] EL PAÍS SEMANAL, N° 2097 del domingo 4 de diciembre de 2016, p. 96.
© José F. Coello Ugalde/Aportaciones histórico taurinas mexicanas/2016
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