Miguel Ángel Perera culmina una feria de ensueño: segunda Puerta Grande en dos semanas

por | 3 Jun 2014 | Temporada 2014

MADRID. Vigésimo quinta de feria. Casi lleno. Toros de Adolfo Martín, muy desiguales de presentación, tres de ellos cinqueños –2º, 3º y 4º–, que no terminaron de empujar ante el caballo,  sin humillación y de poco recorrido, salvo el 6º, que fue el mejor y el único enrazado. Antonio Ferrera (de nazareno y oro), silencio y silencio.   Diego Urdiales (de verde botella y oro), silencio y silencio tras un aviso. Miguel Ángel Perera (de turquesa y oro), ovación y dos orejas; salió por la Puerta Grande.

Qué torero, qué valiente, qué entregado, qué cabeza tan bien amueblada. La de Miguel Ángel Perera, naturalmente. Y a esos efectos, casi da  igual que haya sido también su segunda Puerta Grande en el escaso plazo de 12 días. Eso ha sido el colofón final. Lo auténticamente importante vino antes. Podría decirse que desde que hizo el paseíllo. Por eso de esta feria Perera sale como la figura refulgente que hace falta, esa capaz de centrarse con un toro de la rama “domecq” y con estos encastados “adolfos”, porque a los dos les pone los muslos de verdad y los templa más que la espada del Cid Campeador.

Para centrar la cuestión conviene decir pronto que la corrida de Adolfo Martín se ha quedado muy lejos de lo deseable. Si no llega a ser por el que cerró plaza, se diría que decepcionante. En primer término, porque hubo una escalera de presencias, desde el recortado 1º a la los dos grandullones que cerraron la tarde; se comprende que también con este ganadero se haya asistido a un baile de corrales hasta un rato antes del sorteo.  Salvo en alguna medida el 5º, ninguno de los lidiados empujó de verdad ante la caballo; humillaban sí en el encuentro, pero luego simplemente se dejaban pegar. Demasiados buscaban casi de salida el amparo de las tablas. Y a todos, menos al 6º le faltó ese tranco final necesario para dar unidad a una faena; el resto o iban al paso, o a un trotecillo que dejaba al torero siempre descolocado. Respetando a la mayoría, no termina uno de explicarse la ovación que se le dedicó al 5º, pero se la dieron.

Frente al 3º Perera ya dejó establecidas sus intenciones. El toro de poco recorrido y sin entrega alguna, acabó entrando en la muleta del extremeño a base de temple y de firmeza, aunque no diera ocasión a una faena redondeada. Era como la antesala de lo que nos esperaba luego. Y en efecto, con un tal “Revolotoso”, rayando en los 600 kilos, dejó sobre la arena madrileña una faena admirable, con naturales sensacionales, macizos. Y el toro tenía su aquel, porque como se acostaba casi al inicio del muletazo, exigía el toque muy abajo,  darle un poquito de salida hacia fuera, para luego rematarlo en la cadera. Todo el trasteo fue a más, con buena parte del público en pié, fruto de esa mágica conjunción del arte y de la emoción. Y para culminar la obra, un espadazo de los de verdad, del que el “adolfo” cayó patas arriba.

Un cartel de toros de Diego Urdiales

Lidiador poderoso y oportuno, Antonio Ferrera confirmó su actual trayectoria, por si quedaba alguna duda.  Ni su 1º, que no terminaba de pasar por ninguno de los dos pitones, ni con el 4º, que se desplazaba algo más pero echó el freno a mitad del trasteo, las cosas pudieron ir a mayores. Banderilleó a los dos con lucimiento, destacando dos de los pares, con mucha exposición. Toda la tarde ejerció como verdadero director de lidia.

Qué poca sensibilidad se da en algunas ocasiones en una plaza. Y se dice por esa indiferencia con la que se acogió la actuación de Diego Urdiales frente al 5º. Si después de los majestuosos muletazos que desgranó el riojano todo queda en un silencio, incluso con algunos votos en contra, ya no se entiende nada. Era un toro que metía la cara incluso bien, pero que por sus condiciones resultaba imposible ligar los muletazos: cuando el torero se la dejaba puesta, el toro invariablemente protestaba y no permitía la ligazón. Frente a ese problema central, Urdiales sacó a pasear una pureza, una hondura, un arte, en el manejo de las telas que compensaba con creces esa carencia de unidad, que no era de su responsabilidad. Hubo auténticos cartelazos de toros. Cierto que luego se demoró al despachar al toro. Pero todo lo anterior merecía mucho más que la menos que tibia reacción que se produjo en Las Ventas. Y para colmo, la ovación cerrada que se le tributó a este toro. Resulta triste que a tanta verdad se le dé luego semejante trato. Su primero, por más que se le insistiera, invalidaba todo intento de toreo bueno.

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Taurología

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