Miguel A. Perera y Roca Rey revivieron la teoría de Curro: «el toreo es caricia»

por | 31 May 2017 | Temporada 2017

MADRID. Vigésima del abono de San Isidro. Lleno de “No hay billetes”: 23.798 espectadores. Toros de Victoriano del Río, largos y hondos, con mucha báscula, interesantes en su desigual juego; cuatro de ellos cinqueños: 1º, 4º. 5º y 6º. Miguel A. Perera (de gris plomo y oro) silencio tras un aviso y una oreja. Alberto López Simón (de grana y oro), ovación tras un aviso y pitos. Roca Rey (de granate y oro), una oreja tras aviso y silencio tras aviso.

INCIDENCIAS:  Desde su localidad habitual en la meseta de toriles, asistió al festejo S.M. el Rey don Juan Carlos, a quien brindaron sus primeros toros López Simón y Roca Rey. Dentro de sus singularidades, en el tendido 7 se sentaba el diestro Morante de la Puebla. Corrida de mucho peso: por orden de lidia, en la báscula dieron 590, 556, 639, 640, 649 y 598; la de mayor peso en lo que va de este abono y del de 2016. Con la corrida de este miércoles el total de espectadores que han pasado por taquilla es ya de 404.173 espectadores.

Curro —innecesario el apellido— ha explicado más de una vez que “el toreo es caricia”.  No es tan sólo una frase ocurrente del camero: es una realidad. El toro requiere de una mano adecuada que lo trate; a lo bruto y a las malas, siempre gana. Y si esa mano además se mueve creando arte, la cosa ya pasa a mayores. Pero la caricia que pide el animal no es esa que podríamos definir como de no molestar, o de no exigir esfuerzo. La caricia que necesitan para entregarse no nace de un toque brusco, sino de un suave movimiento con las bambas del engaño; es esa que pervive cuando se les lleva hacia delante con toda la despaciosidad posible, no a base de acelerones; es, en fin, aquella que concluye lánguidamente detrás de la cadera, no por un abrupto golpe de recorte, sino con la caricia final, la caricia del adios.

En el festejo de este miércoles hubo dos momentos para comprobar toda la verdad que encierra esa opinión de Curro. La protagonizaron Miguel A. Perera y Roca Rey, con dos toros muy diferentes: más entregado el 4º, manso completo el 3º. Siendo tan distintos los dos animales, los dos toreros triunfaron, precisamente, porque acariciaron a sus enemigos, huyendo de malos modos y de brusquedades. La consecuencia lógica nació de inmediato: los aficionados disfrutaron de una forma especial.

Pero en esta tarde también se pudo confirmar que cuando los toros tienen dentro una historia que contar, las corridas nunca resultan aburridas. No quiere ello decir que sean, además, triunfales, ni mucho menos fáciles; lo que son es mucho más auténticas que la media.  Los bien comidos ejemplares con el hierro de Victoriano del Río —con un peso medio de 612 kilos—  traía cada uno su propia estrofa a recitar. Una era descaradamente mala: la del 6º, complicado y desagradecido hasta con los mimos; el resto, muy variada de bondades y defectos.

Había un pero casi unánime: antes o después, todos demostraron que lo suyo era irse sueltos, salvo que su torero impusiera su ley. En cambio, las virtudes, como el Gordo de Navidad, andaban más repartidas. Sin clase y un poquito andarín el que abrió plaza, que a cambio tenía un razonablemente buen pitón izquierdo. Con verdadera clase el 2º, pero el único con algún síntoma de flojera de patas. Manifiestamente manso, pero con fijeza a la hora de tomar los engaños resultó el 3º. El mejor para el torero, sin duda el 4º, pronto y fijo. También con calidad el 5º, aunque mediada la faena cambió de partitura: coincidiendo con el momento en el que su matador cogió la mano izquierda, se descompuso.  Pero eso sí, todos dieron espectáculo, no eran precisamente de esos bobalicones del ir y venir hacia ningún puerto. Y ese fue el mérito principal de don Victoriano, su criador.

Dentro de lo posible, había cumplido de forma razonable Miguel A. Perera con el que abrió la función; sus momentos mejores los protagonizó al natural. El pitón derecho ya era otro cantar. Y siempre el victoriano decía bastante poco, antes y después de ponerse andarín. El 4º, en cambio, permitió explicar por qué Curro tiene razón cuando dice que el toreo es caricia. Con una técnica magnífica, pero sintiéndose también, desplegó toda la suavidad necesaria para llevar a su enemigo rítmica y acompasadamente hacia adelante. Pero igual ocurría en los remates: un pase de pecho resultó como para una escultura.  Las tres primeras series sobre la diestra resultaron modélicas. El Perera de 2014, el torero de sus mejores momentos.

Con un toro manso declarado y en la mismísima puerta de toriles cuajó, también sobre la base de la caricia currista, Roca Rey al 3º. Y lo hizo de forma muy notable. Tanto que a uno le llevaba en el recuerdo hasta 1985, con aquella faena de El Niño de la Capea a “Cumbreño”, un manso de Sepúlveda; pero si se tiraba más atrás, hasta 1975, a la gran faena de Paco Camino con otro manso, en este caso un sobrero del Jaral de la Mira, que fue una especie de libro de oro acerca de lo que es el temple. “Beato”, que por tal nombre atendía, se había ido muy suelto de los capotes y hasta buscaba la forma de saltar al callejón; de hecho, los dos puyazos que recibió se los recetó el piquero que hacía puerta. Con su buena cabeza, cuando cambiaron el tercio, lo dejó ir, hasta que el victoriano se asentara en sus terrenos, que no podían ser otros que la proximidad de los toriles. Y allí lo cuajó, primero sobre la izquierda, luego, como si hubiera enseñado el camino a su enemigo, sobre la mano derecha, más arisca en sus comienzos. Una faena de una primera figura indiscutible. Tardó más de la cuenta en echarse, después de un espadazo realizando con verdad la suerte, y quizá eso enfrió algo los ánimos a la hora de que el presidente sacara más de un pañuelo.

Hay que reconocer que López Simón no concibe el toreo como caricia. Tiene, sin duda, otras virtudes, pero no esa. De hecho, este miércoles se le ha visto con un ánimo muy distinto al de las dos tardes anteriores. Y con los dos se puso de verdad, sin mayores dudas. Pero también con las muñecas un tanto mecánicas y poco engrasadas a la hora de llevar a sus toros metidos en los engaños. Con todo, recordó al López Simón de hace un par de años, cuando a base de reaños convencía a los tendidos. Reconozcamos paralelamente que sus dos enemigos cambiaron de actitud mediadas las faenas, impidiendo que mantuviera un nivel idéntico de entrega y de soltura. Con todo, si no se pone pesadísimo con los aceros, hasta podría haber aspirado a algún premio con el 5º. 

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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