SEVILLA.- Ultima de la Feria de San Miguel. Lleno. 1 toros de Moisés Fraile (1º), cuatro de El Pilar y un sobrero de Salvador Domecq (6º), de dispareja presentación y deficiente juego. Curro Díaz (de rosa y oro), una oreja y palmas. Julián López “El Juli” (de marino y oro), ovación tras aviso y silencio. José Mª Manzanares (de nazareno y oro), silencio y silencio.
Se acaba la Feria de San Miguel y hoy por mí y mañana por ti se nos ha escapado entre la manos dejando muy poco poso en ellas. Ni hubo oportunidades reales para quienes aspiraban a consolidarse, ni las figuras y asimilados tuvieron demasiadas opciones. Y es que ninguno de los tres hierros anunciados dio el juego deseable. De verdad de la buena, se ha visto a Talavante y hoy a Curro Díaz; lo demás, perfectamente archivable en el epígrafe de los apuntes, como mucho.
Este domingo ha sido otro deslucido y variopinto encierro el que nos dejó la tarde en blanco. Y como diría el castizo, es que “lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible”. No puede venir el ganadero a una plaza como la de Sevilla, cuando está comprometido desde el mes de marzo, con una corrida como la que ha traído. De entrada, toros de tres camadas: las de guarismo 6, 7 y 8. Uno de la procedencia lisardo, cinco de los de Aldeanueva. Unos justitos de presencia, otros grandullones y bastos. Al final, el resultado necesariamente tenía que ser malo. Y así nos fue la cosa. Se salvó el primero, que estaba entre los bastos y mal hechos, pero que sin embargo tuvo tanta nobleza como poco fondo. Por un golpetazo en un burladero, hubo de devolverse a corrales el sexto y en su lugar se lidió un sobrero de Salvador Domecq, con peligro en ocasiones manifiesto y siempre sordo, una prenda. Y por decirlo todo, a los seis se les pegó fuerte en el caballo.
Desde que desplegó su capote, Curro Díaz supo entender bien al basto toro que abrió plaza, que metía con buen estilo la cara en los engaños. El acierto del torero radicó en ver que era toro de 25 muletazos y ni uno más. Y en efecto los aprovechó, con calidad, con su estética propia y siempre con buen pulso, para luego recetarle una buena estocada. Se le concedió una merecida oreja. Comenzó toreramente su faena al cuarto, pero el descastado animal no permitía más que dejar detalles sueltos. De nuevo estuvo expeditivo con la espada.
El Juli dio toda una lección de técnica con su primero, que no tenía ni clase ni recorrido. Pero a base de someterlo muy por abajo y llevarlo en todo momento metido en el engaño, el madrileño consiguió construir una meritoria faena, que además fue a más. Una faena maciza y con fundamento. Pero el toro le tapaba la salida de forma descarada cada vez que se perfilaba con la espada, lo que le dificultó la muerte y le hizo perder las orejas que a buen seguro le habría cortado. El quinto era de imposible lucimiento y El Juli estuvo breve y eficaz con la espada.
José Mª Manzanares se le fue la tarde en blanco. Ni el grandullón y flojo tercero de la tarde, ni el sobrero de Domecq, encerraban más opciones que las de lidiarlos y darle muerte. Y el publico sevillano así lo entendió.
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