Manzanares salvó el «siniestro total» de los toros de Juan Pedro Domecq

por | 26 Ago 2015 | Temporada 2015

BILBAO. Tercera de las Corridas Generales y quinta del abono. Casi lleno en los tendidos. Toros de Juan Pedro Domecq, grandullones pero desigualmente hechos, descastados y sin fortaleza. Enrique Ponce (de gris perla y oro), ovación tras aviso y silencio. José A. Morante de la Puebla  (de nazareno y oro), pitos y pitos.  José Mª Manzanares (de negro y azabache), silencio y una oreja.

Qué cosa tan compleja es el toro de lidia. Ni la báscula presupone trapío, ni la procedencia representa mucho más que una acotación de su origen. Son mil matices los que en la práctica lo definen: desde los andares a la fortaleza, desde la encornadura hasta la culata,  pasando claro está por la casta, la bravura, la nobleza… Suele ser habitual que de todos esos elementos algunos brillen más que otro, que vengan medio a compensar los que salen al revés. En el primer cartel rematado –que no fue capaz de poner el “No hay billetes”– de las Corridas Generales, para Juan Pedro Domecq el naufragio fue casi completo, porque al menos el que cerraba plaza se movía algo más y con mejor aire; el resto, de siniestro total. Ni uno que fuera al menos ese “medio toro” tan al uso.

Se dirá con toda razón que el conjunto de la corrida, además de poco pareja, estaba muy fuera de tipo. Como si se hubiera seleccionado bajo el criterio de todo lo grandullón y con cuernos sirve. Sin embargo, eso de estar en el tipo resulta elemento definitorio no que no suele fallar; desde luego, en Bilbao se cumplió largamente:  la destartalada corrida fue de mal en peor.

Surgirá probablemente la polémica de si el Presidente no debió mostrarse más diligente a la hora de devolver a los corrales varios de los toros. Cuestión de un si pero no. ¿Había que devolverlos por falta de fuerzas? En esa hipótesis, el primero que ya de salida debió volver para dentro fue el que abrió plaza, el más blando e inconsistente de todos, cuando sin embargo resultó el más noble. ¿Había que devolver aquellos que tuvieran continuas genuflexiones? En esa hipótesis, los seis se debieron ir vivos para atrás. Y es que ese concepto de “apto para la lidia”, cuando el toro ya está en el ruedo, tiene demasiados matices como para acertar siempre cuando se tiene que hacer una interpretación en tiempo real, salvo casos clamorosos.

¿Cuántas veces decimos que el Presidente se precipitó, que aquel toro que había devuelto se podría haber recuperado? Los taurinos se cargan de mil razones, que si este encaste se viene arriba durante la lidia, que si podría ser solo un calambre en los chiqueros… Y nada digamos del tópico habitual: el devuelto  habitualmente era el que mejores cosas llevaba dentro, una afirmación que jamás se pudo comprobar en la historia de la Tauromaquia por la sencilla razón de  que el animal ya había sido apuntillado en los corrales. Pero se repite a diestro y siniestro. Desde luego, no resulta fácil ocupar el sillón de don Matías González en tardes como las de este miércoles.

Sin embargo esa falta de una definición mucho más precisa y de su aplicaci y una actuación más compaactaa plaza. Entre medias, la nada.para las especulaciones. Porque: buena parte de sacaron las entradaón, que probablemente constituyan un imposible metafísico a efectos normativos, luego trae cola, no sólo por la ausencia de lucimiento en los toreros, sino especialmente por el efecto social que provoca. En un abono que –no andemos con medias verdades– está muy cogido con alfileres como es el de Bilbao, que el día en que al amparo de tres nombres rutilantes casi se llena la plaza, el personal salga con la depresión al hombro, ¿a cuantos espectadores de ocasión se les habrán quitado las ganas de volver?  En el toreo en otras épocas las tardes deprimidas se resolvieron siempre con esas otras en las que el personal salía toreando por las calles. Lo que ocurre es que ahora vivimos en una circunstancia diferente: buena parte de quienes sacaron las entradas para el miércoles no lo hicieron para el jueves, con lo cuál no tienen opción de ver esa otra cara de la moneda. Y para colmo, como se habla poco de toros, no nos queda ni el recurso del célebre cómico: ”Ahora vas y lo cuentas”. En el fondo, eso sería lo más nos debiera preocupar cuando se dan espectáculos de tan bajo nivel como el que comentamos.

El lector disculpará semejante exordio. Pero es que una tarde tan bajo mínimos como esta 3ª de las Corridas Generales da mucho tiempo para las especulaciones, porque al final ¿qué vimos en Vista Alegre?. Una pulcra faena de Enrique Ponce ante un toro que requería de respiración asistida y una actuación más compacta de lo que viene siendo habitual en José María Manzanares con el que cerraba plaza. Entre medias, la nada. Balance pobre donde los haya, pero es que no podía ser otro con la materia prima que aportó Juan Pedro Domecq para la ocasión. Meterse por tanto en mayores descripciones son ganas de aburrir.

Innecesario de todo punto resulta cantar la capacidad técnica y estética de Enrique Ponce, como demostró manteniendo de pie al desinflado toro que abrió la tarde y además tener momentos de un temple y un arte exquisito. Pero también casi todo está dicho sobre el concepto de José Mª Manzanares; lo singular del día es que lo desarrolló de forma más reunida, todo lo reunida que permiten las telas de grandes dimensiones que se gasta. Pero la oreja que se le concedió se la había ganado de verdad, aunque siga teniendo pendiente una tarde arrolladora en Bilbao. ¿Y Morante? Hizo toreramente el paseíllo y se marchó con cara de circunstancias; en medio, lo que correspondía: intentos tan inútiles como carentes de convicción.

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Taurología

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