Manzanares abrió la Puerta Grande; Morante embelesó con el capote

por | 15 Mar 2014 | Temporada 2014

VALENCIA.- Séptima del abono de Fallas. Lleno. Seis toros de Juan Pedro Domecq –el 1º como sobrero–, sólo correctos de presentación, la mayoría con nobleza y todos con las fuerzas muy escasas. Juan Serrano “Finito de Córdoba” (de nazareno y oro), silencio tras un aviso y una oreja tras aviso. José A. Morante de la Puebla (de verde botella y oro), una oreja y ovación tras aviso. José María Manzanares (de marino y oro), dos orejas y palmas; salió por la Puerta Grande.

En la plaza hubo fiesta. Sin duda que fue así. Y el personal salió incluso eufórico, pese el jarro de agua fría del ultimo toro, que quedó inútil para la lidia al comienzo de la faena, que todo empujaba para traer la apoteosis de Manzanares. Saludable y bueno es para el toreo que se den tales circunstancias. Nada que ver con esas otras tardes de muermo al cuadrado, que son las que desaniman al personal para volver a los tendidos.

A partir de ahí, cuando las aguas se remansan, cuando hay lugar ya para repensar lo ocurrido, todo baja unos cuantos escalones en su graduación. No se puede decir, porque sería falso, que aquello que pareció un exquisito “jerez” haya pasado a ser un vaso de vino peleón. Eso supondría un exceso. Pero nada de lo anterior quita para afirmar que no todo fue tan maravilloso en esta tarde. Por fortuna, a favor de la Fiesta trabaja que es un espectáculo en vivo, que las emociones nunca son en diferido. Y en el recuerdo queda lo que tanto llamó la atención, en tanto se diluye lo demás. Sin embargo, cuando se somete a un posterior análisis en frío, las cosas comienzan a verse con otros matices, con otras visiones sin duda más realistas pero menos emotivas.

Para comenzar, la corrida enviada por Juan Pedro Domecq era notoriamente mejorable, desde luego en cuanto a fuerzas se refiere, pero también en todo eso que dice de la casta, de la raza. Fue, eso sí, noblota, dejando estar, con la excepción del mansote que hizo 5º. Pero cuando a un toro hay que cuidarle en lugar de poderle desde que sale por la puerta de toriles, algo falla en esta arquitectura de la lidia. Debe reconocerse que esta tarde todos necesitaron de cuidados asistenciales. ¿Cuánto habría durado en el ruedo el flojísimo sobrero que abrió la tarde si no llega a ser por la primorosa y modélica lidia que le dio Álvaro  Oliver? Y como él, en los siguientes la de Curro Javier, la de José A. Carretero y la de todos los demás lidiadores.

Puede ser humanamente comprensible que el torero busque un margen de comodidades, como ofrecen encastes como el de esta tarde. ¿Y quien no lo hace en la tarea que desempeña? Lo que ocurre es que el Arte del Toreo  asienta su hecho diferencial en el binomio inseparable de la emoción y el riesgo; rota esta pareja de hecho y de derecho, aquello no pasa de ser una manifestación de las artes escénicas. Es el inmenso riesgo que se cierne sobre la Tauromaquia. Perdida la autenticidad, lo demás pasa a ser un tanto superfluo.

Pues pese a todo, la fuerza estética del toreo es algo tan grande que en la tarde valenciana se vivieron momentos verdaderamente sobrecogedores. Y en primer plano, la locura de arte que desató Morante con el manejo casi mágico de su capote. No es fácil ver unos lances más lentos, más templados, más armoniosos, más arrebatadores que los que el de la Puebla cinceló al recibir a su primer enemigo. Pura fantasía los delantales y el recorte con los que luego lo llevó ante el caballo. Vivencia pura de todas las esencias del maestro de la Alameda en el quite con unas chicuelinas de mano baja, lento trazo y templado desarrollo. ¡Y qué media como punto final! En recuerdo de todo eso fue por lo que los aficionados pidieron la oreja al concluir una faena sencillamente correcta, comenzada con unos ayudados por alto de muchísimo sabor, pero que luego discurrió con algún que otro chispazo, pero ni la continuidad ni la intensidad de otras veces. Para este torero el 5º era lo que se dice un imposible metafísico; pese a todo estuvo insistente, por más que ese papel no le va ni mucho ni poco.

Notable la actuación de Manzanares con el 3º de la tarde; se pudo ver su toreo exquisito y suave, que necesariamente no podía ser a la vez poderoso. Pero de estética, de unidad y de empaque andaba muy sobrado. Hasta la misma puesta en escena, que tiene su aquel, le salió redonda; por eso metió en el canasto al personal, que a los comienzos estaba un poco renuente. Lo mejor de todo: que se vio al de Alicante en una disposición mucho más firme y clara que en la pasada campaña. Por lo demás, pasemos por alto la rapidez de la presidencia a la hora de sacar el segundo pañuelo, un poco en plan paisanaje.  La cruz le vino con el que cerraba la tarde. Después de un primer tercio, a caballo entre lo artístico y lo bullidor, había verdadera expectación ante el último tercio. El gozo general en un pozo, porque al quinto o sexto muletazo el toro se partió una mano y hubo que irse a por la espada de matar.

Encabezaba la terna “Finito de Córdoba”, más que porque lo apoderara la Empresa, en recuerdo de la faena antológica de Zaragoza en las fiestas del Pilar, de la que todavía hablan los aficionados. No la pudo repetir en el mismo nivel, pero con el 4º hubo fases de su trasteo mucho más que estimables, haciendo que toda la faena fuera a más. Que el torero se “sintió” era evidente: había sonado ya el primer aviso y continuaba tan tranquilo, embebido en su bella obra. Y hasta tuvo sus alardes de valor. Pasado de faena, el toro acabó por rajarse y en tablas le recetó una buena estocada. Frente al primero nada se  podía pedir, por más que el cordobés abusara en su insistencia; lo que tocaba era matarlo con guapeza, circunstancia que no se dio.

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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