MADRID. Décimo novena del abono de San Isidro. Dos tercos de plaza; según la empresa, 16.967 espectadores (71,9% del aforo), en tarde calurosa.
Toros de Zalduendo (Alberto Bailleres), bien comidos (570,2 kilos de promedio) y con abundantes espabiladeras. Un conjunto con nobleza, pero sin entregarse nunca; todos permitían en algún grado hacerles el toreo moderno, pero les faltaba ese punto de más con el que rebozarse con ellos; en cambio, el que abrió la función, con mucha clase, fijeza y ritmo. En memoria de Fernando Domecq las reses lucieron divisa de luto.
Antonio Ferrera (de verde esperanza y oro), una oreja con dos vueltas al ruedo y dos orejas tras un aviso; salió a hombros por la Puerta Grande. Curro Díaz (de marino y oro), ovación y ovación. Luis David Adame (de nazareno y oro), ovación tras un aviso y palmas tras aviso cuando se retiraba a la Enfermería.
Incidencias: Tras ser intervenido, se facilitó el siguiente parte médico de Luis David Adame: “dos heridas por asta de toro: una, en región perineal izquierda con una trayectoria ascendente de 5 centímetros que contusiona uretra, y otra en región perianal de 5 centímetros. Contusiones y erosiones múltiples. Es intervenido bajo anestesia general. Pronóstico: Reservado”.
Enorme, magistral, ha estado toda la tarde Antonio Ferrera. La estadística refleja la realidad de su actuación. Pero debió ser justamente al revés: dos orejas con el que abrió plaza y una en el 4º; un detalle marginal: lo importantes es la dimensión de su primer paso por el abono. Pero desde las dos orejas a Perera, el día del Patrón, en el Palco parece que se sufre un cierto “síndrome de Estocolmo”: es muy humano que a nadie le guste que, cada vez que aparece en la Presidencia, pidan su dimisión con gritos y pancartas precisamente los guardianes de la estricta observancia. Es por lo que el Presidente de turno el jueves –el de las dos dichosas orejas que tanto dan que hablar– no se atreviera a concederle un trofeo a Roca Rey con la corrida de Adolfo Martín y que esta tarde su compañero de oficio se mostrara remiso en sacar el segundo pañuelo para Ferrera con su 1º. Menudencias de la vida.
Pero cuestiones administrativejas al margen, lo que importa de verdad es que cuando la inspiración está hasta en la yema de los dedos, cuando los sentimiento andan despiertos en todo momento, cuando el magisterio y temple nace por parto natural… Cuando todo eso ocurre la sorpresa, el ensimismamiento, no conoce límites. Es lo que ocurrió este sábado en Las Ventas, con un Ferrera verdaderamente grandioso, en la que por el momento ha sido la faena más rotunda de este abono.
Los postmodernos de la cocina, que no saben ya qué inventar, dirían que ha sido la suya una faena deconstruida, entre otras cosas porque toda resultó absolutamente diferente, hasta en ese manejar las telas sin montar, dejando la espada en la arena desde su comienzo. Nada allí era según los usos convencionales. Basada en un toreo templadísimo, la inspiración del extremeño surgía a borbotones, en pasajes de una enorme belleza. Ya había dejado una estampa para un cuadro en su forma tan original de llevar y sacar al zalduendo al caballo. Al final, como remate, un espadazo recibiendo, ejecutando desde muchísima distancia y trayendo a su enemigo toreado hasta cruzar el fielato. Los estrictos trataran ahora de medir –que la informática todo lo puede– cuantos milímetros estaba desviada de la absoluta rectitud. Es un poco monserga. Como lo fue también la renuencia del Palco, que como aficionados no quedan precisamente en buen lugar.
Con el 4º, que era otro cantar, el toreo extremeño construyó una faena de menos a mas, al mismo ritmo con el que iba enseñando al de Zalduendo a seguir los engaños. La segunda mitad, desde luego fue de mucha nota, calidad en cada muletazo y la plaza entregada por completo. Volvió a matar recibiendo y ahora sí, ahora el Palco concedió las dos orejas.
A tenor de la menguada calidad de los restantes zalduendos, Curro Díaz tan sólo pudo dejar detalles de torería, muy en su estilo, aunque sin poder rematar la tarde. Luis David Adame apostó por la entrega y la insistencia: más voluntad de triunfo, imposible; pero después de lo que había hecho Ferrera todo parecía escaso. Pagó su esfuerzo con una espeluznante voltereta, de la que al concluir el festejo debió ser atendido por los médicos.
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