MADRID, 5 de octubre de 2012. Segunda de la Feria de Otoño. Tres cuartos de entrada. Toros de Puerto de San Lorenzo, desiguales de hechuras y trapío, abundantes en mansedumbre; se salvó el 2º. José Pedro Prados “El Fundi” (de grana y azabache), silencio y silencio. Manuel Jesús “El Cid (de rosa y oro), ovación tras aviso y silencio tras aviso. Daniel Luque (de arropía y oro), silencio y silencio.
Al concluir el paseíílo “El Fundi” fue obligado a saludar desde el tercio; también fue despedido con una unánime ovación. Sus compañeros le brindaron sus segundos toros.
Cosas de la vida del toreo. Todos deseando la plenitud de “El Fundi”. Todos menos los dos toros de El Puerto que le correspondieran en un pésimo lote. No es que fueran mansotes, que lo fueron, es que literalmente no tenían un pase. A eso no habíamos ido a Las Ventas, cuando el deseo del personal era, a ser posible, que el torero de Fuenlabrada abriera la Puerta de Alcalá. Maltratado por la Empresa y por la suerte en San Isidro, ahora que se le anunciaba con la dignidad debida, los toros charros se empeñaron en darnos el disgusto.
Pero, maestro, ni lo dude: torero, pero un torero auténtico es lo que se nos va a los aficionados. Sin trampa ni cartón, con una verdad por delante que echaremos en falta. Fajado con muchas corridas a contraestilo, su sapiencia y su torería está muy encima de los caprichos de dos toros nacidos para no embestir. Hoy era el día, en Madrid, la plaza que le debe la rendición a su buen hacer, pero no pudo ser; nos queda el consuelo que aún falta unas cuantas corridas para que su último recuerdo sea de toda la dimensión que merece su hombría y su historia, con esa alta dignidad con la que pasó por los ruedos.
En los ascendientes ganaderos de este hierro, hoy en manos de Lorenzo Fraile, se encuentra, ya es sabido, la sangre de los “atanasios”. Aquel señorial ganadero charro solía ser de muy pocas palabras, sobre todo cuando se le pregunta su opinión sobre el juego de sus toros. Por eso cuando se encontraba con el compromiso ineludible de un micrófono tenía una frase segura: “han sido tres para el ganadero y tres para el torero”. De ahí no se le sacaba. Hoy no lo habría podido decir. Los “atanasios” de Puerto de la Cardenilla fueron uno y medio para el torero y ninguno para el ganadero.
Que fueron abantos de salida, estaba en el guión. Pero que mansearan tanto ante el caballo lo añadieron las vacas que los parieron. En el último tercio tuvo clase, sin duda, el segundo, que duró justamente las cinco series que le enjaretó El Cid. No pudo desarrollar lo que llevaba dentro el 2º, que andaba muy escaso de fuerzas. Infumables 1º y 4º, de los de lidiar sobre las piernas y a matar. Sin una pizca de sal el 5º y de muy irregulares embestidas el que cerró plaza, también abundante en sosería. Balance pobre, en suma.
“El Fundi” se fue de Madrid con toda dignidad. Sin brillo, que era inalcanzable. Pero dejando muestras se u buen oficio a la hora de lidiar a toros como tuvo la poca fortuna de que le correspondieran. ¡Vaya lote!.
En cambio, hoy vimos a El Cid de siempre. Precisemos: de siempre, antes del bache. Su faena al buen 2º tuvo enjundia, temple y conjunción. Con la izquierda, que es su mano, pero también con la derecha. Sin más pausa que las necesarias, centrado y aportando armonía a todo el trasteo. Hacía tiempo que no le veíamos torear tan bien. Hasta estuvo diligente para cortar los intentos del “atanasio” por ponerse andarín. Pero como, en efecto, era El Cid de siempre, el mal uso de los aceros se llevaron por delante las orejas. En esta ocasión no tuvo la opción de una segunda oportunidad: el quinto andaba sobrado de escasez de celo, amén de ir a los engaños de forma muy irregular.
Momento cumbre de Daniel Luque fueron los cinco lances y los dos remates con los que recibió al 3º de la tarde. Excelentes, plenos de sentimiento y de buen gusto. Entre la sosería y la carencia de fuerzas –que era manifiesta–, todo acabó por diluirse con la muleta. Los buenos inicios de su trasteo con el que cerraba plaza se vinieron abajo; el toro charro dijo nones a las primeras de cambio.
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