Sin afanes de petulancia o de arrogancia alguna, vengo aquí para presentarles diversos y distintos panoramas sobre lo que fue, es y será el espectáculo de toros en nuestro país. Sobre lo que será, cualquier planteamiento me parece bastante atrevido, porque es difícil prever el futuro y apenas es posible dar una contemplación desde nuestra perspectiva, convertida a su vez en prospectivas con diversas trayectorias, aunque la “balística” planeada, con toda seguridad no tendría la o las trayectorias pensadas. Y aunque acudiendo a cierta metáfora de que “el futuro es hoy”, aún así es difícil pensar lo que puede suceder en una dimensión que pertenece al abstracto.
El toreo, resultado de largos siglos y milenios, con todas las dificultades que entraña en la actualidad, permanece vigente. Quienes acudimos con frecuencia a la plaza de toros sentimos una intensa tristeza la cual no concibe el estado de cosas que guarda al enfrentarse a otra más de las reincidentes crisis, punto en el que confluyen infinidad de circunstancias que, para bien o para mal, intervienen en su difícil transitar. Al hacer esta primera reflexión, es porque, invocando la grandeza y el esplendor, eso deseamos profundamente para no seguir contemplando el panorama tan desolador que viene azotando a peculiar diversión pública.
Hay en todo esto un contraste abismal con otras épocas que tampoco están alejadas de nuestro tiempo. Sin embargo allí cambian muchos aspectos que indican el grado de importancia donde se refleja la asistencia masiva de aficionados entusiastas llenando los tendidos en su totalidad, cosa que en nuestros días es imposible.
Busquemos algunas explicaciones. Tomando como caso particular el de la ciudad de México en tres épocas aleatorias: primera, quinta y última décadas del siglo XX. Aquellos primeros diez años representaron para el toreo nacional estabilidad y equilibrio. Surgen Rodolfo Gaona, Vicente Segura y Juan Silveti que enfrentan al numeroso grupo hispano que dominaba el escenario siendo muy pocas las posibilidades para aquellos. Afortunadamente en poco tiempo lograron verdaderas confrontaciones, divulgadas en un importante número de publicaciones periódicas que informaron con amplitud aquellos hechos. Entonces, la capital del país, que no era ni por casualidad lo que hoy es, y más bien era una especie de ciudad provinciana, contaba con alrededor de 100,000 habitantes, los cuales gozaban de espectáculos como teatro, zarzuela, cinematógrafos y otras áreas de esparcimiento como parques y jardines. Conforme se acercaba el año de 1910, las condiciones sociales y políticas, junto con las económicas entraron en una difícil tensión debido al cuestionamiento al que quedó sujeto el régimen de Porfirio Díaz que llegaba a poco más de 30 años entre notables avances económicos, pero también amargos retrasos sociales. La sentencia del héroe de la batalla del 2 de abril se cumplía exactamente: “Mucha política. Poca administración”.
El matador de toros, ha realizado la suerte suprema. Se desconoce su nombre.
Es la plaza de toros “El Toreo”. Ca. 1907-1908. SINAFO, 15853
Durante los últimos 15 años del siglo XIX y de manera intermitente hasta 1945, se consolidó un proceso en el que el aprovechamiento de la cruza de ganado español con el nacional fue permitiendo que la ganadería se constituyera perfectamente, dejándose ver un estilo propio, donde el caso particular de San Mateo adquiere una trascendencia singular, que hasta nuestros días no hemos terminado de entenderla en su exacta dimensión, porque en todo esto se han incrustado una serie de intrigas, de políticas, problemas emanados de la Revolución mexicana misma, cuyo reparto agrario afectó sensiblemente a las grandes extensiones de las consideradas unidades de producción agrícolas o ganaderas, cuyo periodo de esplendor terminó con el movimiento armado de 1910.
He ahí, en pocas palabras lo que sucedía en esos primeros años del siglo XX que se vivieron bajo un ritmo a veces violento, a veces sosegado que mostraba –sobre todo-, a un Rodolfo Gaona encumbrado, dueño de la situación aquí y allá, provocando al solo anuncio de sus actuaciones llenos completos, fuera en la plaza “México” de la Piedad, fuera en el coso de la colonia Condesa, apenas inaugurado en 1907. El disfrute de la afición era máximo. No se nos olvide que en la época de su “imperio”, el cinematógrafo fue un instrumento de divulgación que superó, incluso, la notoriedad que buscaba el mismo el Gral. Porfirio Díaz, pues entre los años que van de 1895 a 1911, se tienen consignados alrededor de 125 títulos con tema taurino, contra 41 en los que Porfirio Díaz o su familia fueron motivo de propaganda.
¡Qué poderío, el de Gaona! El Toreo. Madrid, 6 de julio de 1914
Durante los años cincuenta nos encontramos ante una ciudad en expansión, alejada de cualquier provincialismo y colocada en el concepto cosmopolita que se acusa desde el sexenio de Miguel Alemán, quien empuja aquellos cambios, mejorándose muchas condiciones y quedando otras en el abandono más notable.
A los medios de comunicación masiva como el periódico y la radio que a mitad del siglo XX conservan su jerarquía, se suma la televisión que se convirtió en un instrumento insustituible debido a la extraordinaria herramienta que era en aquel entonces, siendo la transmisión de las corridas de toros un excelente vehículo de divulgación que ya se ve, no representaba riesgos para la empresa que no gozara con el valioso apoyo de la programación. Existen casos evidentes donde habiendo corridas tanto en la plaza “México” como en el “Toreo de Cuatro Caminos” ambas se llenaban, a pesar de que en una de ellas se estuviera transmitiendo el festejo. La población debe haber oscilado entre los 3 y 4 millones de habitantes, la cual tenía ante sí una opción múltiple de formas para divertirse: el teatro, el cine, hipódromo, estadios de futbol y beisbol, donde la televisión poco a poco no solo se sumaría a este conjunto de entretenimientos, sino que los desplazaría y absorbería para que desde ahí y en la comodidad de la casa, los ciudadanos comunes y corrientes, con o sin afición; con o sin intereses definidos comenzaron a ver reunidas con la opción del cambio de canales, toda esa gama de posibilidades. Sin embargo, empiezan a darse una serie de cambios que se están adaptando a los nuevos tiempos debido al ritmo revolucionado de la vida, a su mutante y sintomática patología.
Debemos entender hasta aquí, que también operaban una serie de cambios de mentalidad, producidos por la forma de ser y de pensar de las sociedades, puesto que se estaba pasando de una que se conjugaba entre aquellos citadinos y los que viniendo de provincia, se integraban a ese modelo, a otra que comenzaba a hacer del consumo una nueva posibilidad de lograr la satisfacción y el confort, como resultado de los cambios impuestos por una nueva “revolución industrial” que evoluciona en términos sumamente rápidos.
Entre los acontecimientos actuales, colocándonos en la última década del siglo XX y los primeros cinco años del nuevo siglo XXI, se tienen factores tales como el crecimiento desmesurado de la ciudad (cuya mancha urbana, al unirse al estado de México hace que se tenga una concentración de poco más de 20 millones de habitantes), o el de una impresionante posibilidad de medios de comunicación, incluyendo la internet. Pero también un debilitado intento del manejo de la situación a través del último de nuestros empresarios: Rafael Herrerías quien, apoyado por no sé qué extraños influjos y por amigos o sociedades que le tienden todo tipo de tratos y favores, logra como resultado plazas semi-vacías, a veces con asistencia de 1000 o 2000 aficionados, promedio más bajo en las últimas temporadas, el cual ha sido la media estándar no solo en los tiempos de “Herrerías”, sino de otros empresarios, incluyendo Alfonso Gaona quien teniendo la sartén por el mango, para organizar buenos carteles, después ya no supo cómo manejar ese asunto en un puesto donde se eternizan y ni Dios puede con ellos. Quitarlos menos. Gaona empleaba métodos oscuros de chantaje sentimental, donde o se empeñaba en dar carteles hasta la mitad de la semana o simplemente cerraba la plaza argumentando diversos pretextos.
Por su parte, Rafael Herrerías, quien desde su llegada a la administración de la plaza “México” ha mostrado un perfil basado en métodos contraproducentes y represivos, lleva 12 años al frente de la empresa del coso capitalino, montando temporadas que, para el caso de las que ocurren entre los meses de noviembre y marzo, presenta un elenco previo y resulta otro (aunque en pocos casos se haya cumplido la sentencia de que unos las firman y otros las torean), por lo que las alteraciones al “derecho de apartado” son graves. A menos que me equivoque, pero no he sabido de más que de un caso de demanda levantada para cuestionar legalmente dichos incumplimientos, mismo argumento que se tiene como prueba en el caso del ganado a lidiar, donde se anuncia uno y se lidia otro, además de que es bajo sospecha de no tener la edad reglamentaria pocas veces comprobada a la luz de exámenes post morten, o de haber sido víctimas de alteraciones en la cornamenta, sin que ello deje de presumir el caso de otras agresiones en órganos vitales.
Bajo ese reino de impunidad hemos vivido desde hace doce años, reino cuyo reflejo o reacción natural es el que muestra la afición no acudiendo a la plaza, en un alejamiento forzoso, plagado de decepciones por parte de aquellos que sienten agredida su larga trayectoria, incluso sus recuerdos que son violentados gracias a estos métodos de represión. Sin embargo, ciego de poder, nuestro empresario proclama que no hay tal, que todo, al mismo estilo de nuestro actual presidente, va viento en popa y nada se interpone en el buen curso de la fiesta que él, junto a una controlada complicidad con otros empresarios a quienes no queda más remedio que apoyarlo de “dientes para afuera”, pero que en su interior no soporten tal humillación y connivencia no deseada.
Estos hechos no pueden quedarse en la mera exposición de argumentos para declarar solo, una sentencia sumaria. Por qué no ver ahora qué los genera y alguno o algunos razonamientos que indiquen hacia dónde va todo esto, pero que también apuesten por una salida más favorable, digna, incluso para el bien y prosperidad deseados. Esto debemos propagarlo y además analizarlo para eliminar todo factor de ruido que nos genera duda, indiferencia y desacuerdo. Insistiendo sobre el asunto, yo no sé en qué medida esto se esté convirtiendo más en un juicio que en una lección. Sin embargo, es preciso hacer notar la suma de circunstancias que en una y otra dimensión, han participado en beneficio o en perjuicio del buen curso de una fiesta que no siempre es lo que se dice que es, pues vive bajo el régimen de una encontrada marcha, porque por un lado están quienes sin intereses de por medio, la defienden; y por otro se encuentran aquellos que la utilizan para sus propios intereses, ganando un prestigio despreciable.
Leonardo Páez apuntaba[1] que algunas plazas provincianas como la de San Luis Potosí o la de la Villa Charra de Toluca, tuvieron que suspender festejos debido a la escasa concurrencia, faltándole a esto un poder de convocatoria capaz de convencer a los más incrédulos y resistentes. Dice Páez:
Los falsos empresarios taurinos, lejos de corregir los vicios que han sacado a la gente de las plazas, exhiben una serena negligencia, hasta cancelar las posibilidades de realizar buenos negocios taurinos, evidenciando sus intereses en beneficios extrataurinos con el pretexto de hacer fiesta.
Por lo pronto, el mercurio de tan singular termómetro ya tocó fondo y el porvenir que espera a unos empresarios taurinos tan soberbios como desunidos no puede ser más oscuro. El de San Luis Potosí se vio en la necesidad de suspender la corrida programada para ayer domingo, tras constatar la pobre entrada del mero día de la feria, el pasado 25 (de agosto), en que a una plaza para seis mil gentes entraron 2 mil, y el de la Villa Charra de Toluca debió hacer lo mismo el pasado sábado (…).
Además -como si les apuraran a ciertos personajes incrustados en la misma organización de esos festejos, lo que los hace siniestros- a tomar la puntilla para cometer pillerías como la ocurrida en la plaza de toros de Tlaxcala el 1° de septiembre de 2002, cuando a un ejemplar de “Brito” -por cierto, ganadería propiedad de Carlos Slim-, y que le tocó en suerte a Christian Aparicio, se hizo harto notorio el pésimo, deliberado y descarado despunte. Ya lo dijo Julio Téllez: “los novilleros están empezando como terminan las figuras del toreo”.[2] Es decir, dueños de la situación, con privilegios de seguridad y comodidad en eso de buscarse oscuros “colaboradores” para torear las más veces posibles en medio de condiciones envidiables. Qué terrible es apreciar ciertos cambios, promovidos con las mejores y buenas intenciones de una organización, cuando esta, ignorándolo o solapándolo también, encubren el ejercicio indebido de personas non gratas que perjudica en vez de ayudar a que se den avances representativos.
Estas son, apenas, unas cuantas advertencias del riesgo que se puede correr en caso de no ser atendidas con verdadera precaución, porque aquí, de lo que depende, es aplicar medidas precautorias para evitar que la fragilidad del espectáculo termine fracturándose o, peor aún, fragmentándose en una ruptura irrecuperable e irreversible, en medio de un síntoma que forma parte de las constante crisis[3] que enfrenta la fiesta de los toros en nuestro país.
Veamos el caso de la fiesta que se celebra en España, donde una de las principales condiciones para realizar este tipo de espectáculos es convocando a los diversos postores que, en algo parecido a una licitación, presentan sus mejores ofertas. Aquel que es aceptado deberá satisfacerlas plenamente durante una temporada con los naturales beneficios económicos tanto para la empresa como para el estado (o la comunidad). La periodicidad de este emplazamiento permite que, al año siguiente, tanto el empresario vigente como otros vuelvan a proponer la celebración de la nueva temporada y así, sucesivamente, hasta generar una confiable estabilidad de lo que se convierte más en una industria que en un negocio o empresa. Hasta el momento esto no ha ocurrido en nuestro país, y ya sabemos que los empresarios permanecen durante varias temporadas, lo que provoca resultados desagradables, cuya mejor respuesta de parte del aficionado es su ausencia, señal de protesta. Pero la réplica de los empresarios es en muchos casos más incómoda: tener la plaza cerrada.
Sin embargo, son tan grandes y lejanas las diferencias entre España y nuestro país, que no es lo mismo la industria en cuanto tal, a aquello que en nuestros días se llama, en lenguaje puramente foxiano[4] “changarro”.
Para darnos una idea de lo que significan esas dos distancias, veamos el balance arrojado en 2001:
Este comparativo no pretende poner en evidencia o destacar grandezas o miserias. Pero es la mejor escala que nos deja entender entre sus naturales realidades, las notables diferencias de dos países que históricamente conservan entre sus tradiciones las corridas de toros como fenómeno social e histórico con un arraigo secular importante.
Finalmente, queda nuestra propuesta de la convocatoria a licitación entre quienes, teniendo la capacidad de proponer y afrontar una temporada lo hagan, en el entendido de ofrecer garantías de continuidad, si para ello se cuenta con toda la infraestructura: plazas, toros en las ganaderías, matadores de toros y novilleros, el apoyo mediático y la siempre fiel presencia de aficionados que, convencidos de una notable mejoría, regresen y llenen los tendidos de las plazas de toros, con lo que cualquier empresa esté plenamente correspondida.
Por otro lado, al declararme agnóstico es porque creo en el misterio. Pero cuando manifiesto mi escepticismo, es porque lo pongo en duda. Por cierto, Antonio Caballero ha dicho de esto último que “Nuestro santo patrón es Santo Tomás Apóstol, aquel escéptico que se negaba a creer en la Resurrección del Señor mientras él mismo en persona no metiera su puño en la llaga del lanzazo de su costado”.[5] A esta circunstancia se agrega la sentencia de Santo Tomás de Aquino que dijo “Hasta no ver, no creer”.
Lo anterior viene al caso como el método de asepsia mental que pongo en práctica no solo en mi vida común y corriente, sino como aficionado a los toros, luego de haber superado ese estadio de contemplación gozosa pero falsa que produce una fascinación de todo aquello que se nos impone pero que no podemos cuestionar (como la religión, por ejemplo), o de hacernos creer que la excelsa tauromaquia de fulano o sutano diestro es o ha sido como tocar el cielo con una mano.
Cuando una institución como la iglesia está detentada por una serie de individuos que imponen no el espíritu inicial concebido bajo postulados tan diferentes a los que hoy pretenden que se pongan en práctica, con el agregado de ciertos condicionantes, me parece que lo único que se está creando es dogma y fanatismo. De igual forma, cuando cierto sector de la prensa taurina nos habla de los portentos de tal torero, primero es o porque están convencidos de su ejercicio o están comprometidos por razones tristemente lucrativas.
Por todo lo anterior, es que he aprendido a usar el escudo del agnosticismo y el escepticismo al mismo tiempo.
Habría que decir que conforme el aficionado a los toros va madurando –los hay que nunca maduran, quedándose bajo la figura de villamelones-, entiende el trasfondo, el intríngulis o, como lo dijo José Bergamín: El arte del birlibirloque que flota en un mar revuelto, huraño, difícil, donde navegan embarcaciones cuyas tripulaciones se someten a esos vaivenes tempestuosos, pero también a una fauna acuática peligrosa, semejante a las orcas, tiburones y pirañas (cualquier semejanza con alicatas o víboras, es mera coincidencia).
Todo ello deriva en infinidad de intereses, oscuros intereses que nos marginan, pero porque entienden que esa marginación es posible, debido a la poca solidez que mostramos los aficionados, ya sea por nuestro aislamiento o por la limitada consistencia de los pocos grupos de combate que quedan en el tendido, mismos que se han conformado solo a lanzar además de su grito de batalla, alguno que otro reclamo el cual no encuentra eco, a menos que la falta cuestionada tenga todos los elementos de inconsistencia y de desfachatez.
Pero hay más. El protagonismo de quienes detentan el poder o de quienes se empeñan en darnos gato por liebre y luego hasta nos reprochan, o acusan a aquella prensa honesta de intolerante, producen un desaliento mayor, porque su doctrina simplemente no es hacer su trabajo con vistas a conseguir calidad. Y no dudo de sus quehaceres y sacrificios cotidianos. Dudo de sus resultados que, deliberadamente se proponen conseguir, pues lo que se nos muestra es francamente desalentador.
Por todo esto, y por muchas otras razones es por lo que al declararme agnóstico y escéptico al mismo tiempo, lleva en el fondo un velo de desconfianza, y si la desconfianza tiene que ver con la pérdida de la fe, del amor o de la pasión, ¿en qué creer entonces?
Y por si no lo saben esas personas, ya estamos en el año 2005, bajo la era de infinidad de conceptos donde la sociedad en su conjunto, se mueve en medio de factores como el de la calidad total y su certificación.
Nuestro actual empresario taurino tiene para con el instrumento legal que rige los destinos de la fiesta un verdadero rechazo, acusando a diestra y siniestra al o a los “estúpidos” que lo redactaron, olvidándose que este documento ha sido consecuencia histórica de las necesidades que la autoridad ha tenido para lograr controlar el desorden, evitando no solo los desmanes públicos. También los excesos de asentistas del pasado y empresarios del presente. Yo quisiera saber o escuchar de nuestros gobernantes cualquier reproche sobre la “Constitución política de los Estados Unidos Mexicanos”, cuando de tal instancia emanan sus privilegios de elección popular que los obliga a cumplir principios y compromisos con la sociedad. Claro, la “Constitución”, desde 1917 y hasta la fecha ha sufrido innumerables modificaciones o cambios conforme la época o los criterios que prevalecen. Bajo esa misma circunstancia, el reglamento para las corridas de toros ha sufrido, a lo largo de 240 años diversas alteraciones, las que seguirán presentándose en aras de hacerlo cada vez más perfectible.
Si el reglamento taurino que viene ordenando el espectáculo en nuestro país –a través del tiempo-, por lo menos desde 1765 -y hasta nuestros días- ya no es viable. Y si a eso pretenden desregular dicha diversión, pues nada mejor que someterse a los principios de la calidad total y a una rigurosa vigilancia, determinada por certificaciones permanentes (cada temporada, por ejemplo), conscientes de que si no cumplen sean sancionadas las partes infractoras hasta no lograr el orden de nueva cuenta, recuperándose las condiciones normales por donde tiene que transitar un espectáculo cuyas bondades lo hacen ver merecedor de otros tratos, y no bajo la deleznable presencia del imperio de la soberbia, del despotismo y de la falta de escrúpulos y vergüenza profesional que respiramos hasta la nausea.
El criterio de la certificación, es decir, aplicar la norma ISO9000-2000 viene imponiéndose cada vez con mayor relevancia al interior de las empresas, públicas y privadas, en aras de mejorar el servicio o producto que ofrecen directamente al usuario, al cliente, quien es su certificador más exigente, pues con un sencillo “lo toma o lo deja” decide escoger el mejor producto conforme a sus conveniencias. Probablemente sea un término al que tendremos que irnos acostumbrando para encontrar la fiesta deseada.
Dicho lo anterior: ¿Qué les parecen estas propuestas? Así, hasta nuestra creencia sería terrenable y no utópica.
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[1] Leonardo Paez: ¿La fiesta en paz? (La Jornada, Nº 6471, del 2 de septiembre de 2002, p. 18a).
[2] (Toros y toreros, programa del 2 de septiembre de 2002, transmitido por canal 11 de televisión mexicana).
[3] Nicola Abbagnano: Diccionario de filosofía. Traducción de Alfredo N. Galletti. 7ª reimpresión. México, Fondo de Cultura Económica, 1989. XV-1206 p., p. 262. Crisis. En la Introducción a los trabajos científicos del siglo XIX (1807) Saint-Simon afirmaba que el progreso necesario de la historia está dominado por una ley general que determina la sucesión de épocas orgánicas y de épocas críticas. La época orgánica es la que reposa sobre un sistema de creencias bien establecido, se desarrolla de conformidad con tal sistema y progresa dentro de los límites por él establecidos. Pero en cierto momento, este mismo progreso hace cambiar la idea central sobre la cual giraba la época y determina así el comienzo de una época crítica. (…) ninguna época denominada orgánica, ni siquiera la Edad Media, ha estado exenta de conflictos políticos y sociales incurables, de luchas ideológicas, de antagonismos filosóficos y religiosos que testimonian la fundamental incertidumbre o ambigüedad de los valores de la época misma. Cuando al diagnóstico de la crisis se añade el anuncio del inevitable advenimiento de una época orgánica, cualquiera que sea, la noción misma revela con claridad su carácter de mito pragmático, ideológico o político.
[4] Refiriéndome en este caso a un término cotidiano que nos remite al entonces presidente de la República Vicente Fox Quezada (2000-2006). (N. del A.).
[5] Antonio Caballero: 6TOROS6, Nº 443, del 24 de diciembre de 2002, p. 40.
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