En la madrugada del 29 agosto, una fecha tan tristemente marcada en los Anales de la Fiesta, en su casa de Bilbao y rodeado por los suyos ha fallecido el pintor Luis García Campos, reconocido unánimemente como uno de los grandes de la época moderna en la pintura taurina.
Aquejado desde hace unos meses de una grave enfermedad, ya este año no pudo acudir a la cita anual que siempre mantuvo durante más de medio siglo: su exposición en el Hotel Carlton con motivo de la Semana Grande de Bilbao. Pero al renunciar a esta cita, no perdió el sentido del humor: “Este año hago pira –comentó–, pero espero volver el año que viene con más fuerza”. Sus amigos sabíamos que era un empeño imposible; pero su ánimo era fuerte y nunca tiraba la toalla, acosumbrado como estaba a librar siempre toda las batallas hasta el último minuto, ese minuto que llegó en la pasada madrugada.
Pero con su muerte se va nos va no sólo un gran pintor, que indudablemente lo era. Mucho antes se nos va un amigo entrañable y querido, con el que tuvimos la suerte de dar los primeros pasos profesionales por el Bilbao periodístico y taurino, hace ya tantos años, y de quien aprendimos las singularidades de aquella afición y de aquella plaza de Vista Alegre. Juntos vivimos muchas correrías taurinas por los pueblos del Norte, pero también en los campos de Salamanca, desde su casa de Vecinos. Pero, sobre todo, compatimos una amistad sincera y profunda, junto a un pequeño grupo de amigos íntimos, para los que siempre ha sido y seguirá siendo "el maestro". Y cómo olvidar que suya fue la idea de ceder a taurologia.com una serie de apuntes, para poder formar la galería que siempre ha figurado en lugar destacado de nuestro periódico. Por eso hoy sentimos una doble pérdida: la del amigo cabal y la del pintor admirado, parte de cuya obra tengo la fortuna de ver cada vez me siento ante el ordenador. ¡Qué pena da maestro! Ya tendremos que esperar hasta que, cuando Dios quiera, nos volvamos a encontrar en los palcos del cielo, allí podremos reanudar aquellas tertulias singulares y únicas, en las que el anecdotario era extenso y tu sabiduria mucha. Tanta como el valor de tu amistad y la de los tuyos.
Pero hay que seguir adelante. Y bajo la anterior impresión, intentado superar el impacto de su adiós definitivo, tenemos que recordar que había nacido García Campos en el popular barrio bilbaino de Rekalde el 12 de enero de 1928, que como le gustaba decir al maestro “era una zona muy bonita llena de espacios verdes e, incluso, de chalés. Hoy todo ha cambiado. Se han hecho cosas muy buenas, pero quedan otras muchas por hacer”. Y allí, desde muy niño, tuvo clara sus dos grandes vocaciones: la pintura y los toros. Con palabras muy expresivas, recordaba hace unos años el pintor: “Los toros me han hablado desde muy niño”.
Recordando su trayectoria vital, García Campos fechaba en 1938, en la exacta fecha de un 15 de mayo, su descubrimiento de los misterios de la Fiesta: “Regresábamos de Santander a la escuela y recuerdo que ese día se celebraba una novillada que era a beneficio de los niños pobres de las escuelas. Nos llevaron a la plaza y, a la entrada, nos dieron un bocadillo de mortadela. Aquello me impactó mucho y al día siguiente, copiando fotografías que aparecían en la prensa, realicé mis primeros dibujos de toros con lápices de colores. He nacido con esa afición”.
Y añadía: “He trabajado desde muy joven en diferentes oficios, pero la pintura siempre ha estado en mi cabeza. Estudiaba cuando podía, quería mejorar porque esta es una disciplina en la que tienes que mejorar cada día que pasa. Y, por su parte, los toros suponen mucho para mí. Siempre me gustó pintarlos”.
Tan apasionado de los toros era que en su primera juventud probó fortuna como becerrista. Se anunciaba con el sobrenombre de “Maravilla” y participó en su primera capea en Lapuebla de Labarca, luego toreó algunos festejos por pueblos de Vizcaya. De todo ello deja constancia Antonio Fernández Casado en su interesante libro "Toreros de hierro". Pero pronto dejó su intento en los ruedos, para centrarse en la paleta y los pinceles.
Esta pasión por la pintura le llevó a la Escuela de Bilbao, porque se negaba a ser meramente un autodidacta. “En esto siempre hay que estar aprendiendo”. Y cuando se sintió preparado, en 1952 comenzó a publicar sus apuntes taurinos a la prensa bilbaína. Ahí comenzaba una carrera brillante y reconocida, hasta situarle en un lugar privilegiado.
No hace mucho recordaba García Campos como a los trece años ´hacía puerta´ para conseguir un autógrafo de los toreros que se hospedaban en el hotel Carlton y en el Hotel Torrontegui, que era por aquellas fechas donde se alojaban los toreros que acudían a la Semana Grande. Con el correr de los años, volvió de nuevo al hotel de la plaza Moyúa, pero ahora cuadros y apuntes bajo el brazo, esos que tanto se echaron en falta en esta pasada semana. Era una tarea que en los primeros años compatibilizaba con su actividad profesional en el entonces Banco de Vizcaya. Hasta que a comienzos de los años 70, cuando era ya muy reconocido como pintor y cartelista, lo deja todo para centrarse exclusiva e intensamente en la pintura.
Esa pasión por el toro le llevó en esta época a buscarse una casa en la ruta salmantina del toro, en la que nacieron muchas de sus obras más cotizadas. Allí podía disfrutar del toro en su paisaje natural. Como en su obra quedó plasmado, fue un paso vital muy importante en su carrera.
Junto a los toros su otra gran pasión pictórica, que para era él resultaba entrañable, era la Ría de Bilbao: “La he conocido cuando era ría con todo su ambiente, que llegaba hasta El Arenal. Había grúas, gabarras, barcos de calado… Todo era vida”. Fiel a su pasión, en sus exposiciones nunca faltó este motivo. Incluso hubo años que realizaba exposiciones monográficas, allá por el mes de febrero.
Como testigo artístico de cada instante taurino, García Campos fue siempre fiel a su plaza de Vista Alegre, pero también hubo años que hizo incursiones durante los sansidros madrileño. “Siempre he acudido a la plaza –explicó un día– con sentido periodístico y plasmo lo que más me puede llamar la atención de la corrida, que igual no es ni el toro ni el torero. Recuerdo cómo una vez, en Bilbao, una empresa comercial regaló sombreros chinos en uno de los tendidos. Cuando entré en la plaza y vi aquel tendido lleno de orientales… el apunte fue por ahí. Me pareció mucho más periodístico que el resto de lo que sucedió esa tarde porque parecía que había llegado un barco de chinos y que todos habían acudido a Vista Alegre. Siempre intento plasmar aquello que más me llama la atención. Y si no hay más remedio, vas a los recursos de siempre”.
En su haber cuenta con 24 carteles para la Semana Grande, pero también varios para los Sanfermines, para Mont de Marsan, para Azpeitia… para muchas ferias conocidas. Se trata de una modalidad en la que tuvo gran renombre, probablemente porque junto a la calidad pictórica nunca olvidó lo que bien podría ser su lema: “Los carteles tiene que saberse de dónde son, no dejan de ser un reclamo”.
Pero como podía ser de otra manera fue llamado también a colaborar en la edición de numerosa bibliografía taurina, siendo quizás la más lograda el libro “Toros y Toreros”, realizado en edición de gran formato y elaborado en unión de los cronistas Javier de Bengoechea y Javier Ilián.
Pero en cualquier de estas manifestaciones artísticas, su verdadera preocupación radicaba en que ”cada vez hay que hacerlo mejor. En este mundo, no basta con darse a conocer. Aquí el público te cataloga enseguida: ve si vas para arriba, para abajo o, por el contrario, si te quedas estancado. Cada día soy un poco más exigente. Me gusta y pretendo que cada exposición o cada trabajo que afronto sea mejor que los anteriores. Me ayuda en la creación. Siempre digo que existe un techo imaginario que cuando vas a tocarlo se alza un poco más para que no te quedes ahí y poder seguir subiendo".
Con más de un centenar de exposiciones a sus espaldas, con una actividad continuada de casi 70 años como colaborador en la prensa diaria, García Campos recibió el reconocimiento de sus admiradores. Entre otros muchos, tuvo en su corazón la fecha en la que el Club Cocherito de Bilbao –cuyas efemérides fundamentales él había acartelado— le nombró “socio de honor”. “Me enorgullece que hayan tenido ese detalle conmigo», aseguraba, para añadir que entre otras cosas porque constituía un honor figurar en la misma relación en la que aparecían nombres como la Condesa de Barcelona y madre del Rey, el conde de Motrico, José María de Areilza, Antonio Ordoñez e, «incluso, el Athletic», añadió.
El otro reconocimiento, también el más reciente, data de finales del pasado año, cuando un día de noviembre recibió la llamada del presidente de la Asociación Taurina de Parlamentarios para comunicarle que, dentro de sus premios anuales, se le había concedido el correspondiente a "la manifestación artística relacionada con los toros”. Nunca supo quien le había propuesto para este galardón, pero quien lo hiciera debe conocer que, además de inesperado, constituyó una de las grandes alegrias de su vida.
Cuando semanas más tarde en uno de los salones del Senado, en un solemne acto, recibió el galardón, sus palabras –tan emocionadas que en más de un pasaje le quebraron la voz–, para quienes le conocíamos nos sonaron casi a una despedida. En ellas hubo no sólo palabras de afecto, hubo también una verdadera declaración de las razones profundas su pasión por la Fiesta y por la pintura, esa pasión que en la pasada madrugada ha dejado de latir en su corazón.
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