Los valores variopintos que marcan la carrera de un torero

por | 15 Ene 2014 | La opinión

 

 

 

En este tan complicado planeta de los toros encontramos valores que sorprenden, más que nada por lo que tienen de aleatorio en sus orígenes y en sus derivaciones. En razón, precisamente, de tales valores, un torero que en las circunstancias ordinarias permanece en las zonas templadas del barómetro del interés general, de pronto se destaca bajo criterios poco previsibles. Estos valores de los que hablo no necesariamente se basan en factores estables; en muchas ocasiones son casi momentáneos, pero eso no quita para que encierren sus méritos.

Para que situarnos en lo que se trata de explicar, recuerdo una feria de agosto en Bilbao en la que Tomás Campuzano iba anunciado una tarde y acabó matando cinco de las ocho corridas del serial y, además, con el favor del público; todo había consistido, que no es poco, en una cadena de triunfos que en la vida local tuvieron mucho eco y en una feria plagada de sustituciones. Pues bien, nada de eso estaba en el guión de lo previsible cuando se inició la feria y sin embargo rompió sus esquemas.

Un caso sustancialmente diferente se encuentra, por ejemplo, con ese continuado caminar por el escalafón de toreros que, curtidos en mil batallas por provincias, les bastó un aldabonazo en Madrid para que de inmediato cambiara el signo de sus vidas taurinas. De los tiempos modernos, el caso más paradigmático, como bien se conoce, es el de Cesar Rincón, con aquellas históricas cuatro salidas por la Puerta Grande en una sola temporada, sin concederse un respiro a la comodidad.

Este valor de novedad, ya sea más instantáneo, como la de Campuzano, ya con más estabilidad, como la de Rincón, siempre ha sido especialmente rentable en el corto plazo, aunque luego tuviera consecuencias muy dispares. Después de Bilbao, el menor de los Campuzano siguió siendo quien era, pero nadie le quitará la dicha de haber puesto aquella pica en Flandes; después de Madrid, en cambio, hubo toreros como Rincón que no pararon y han conseguido consagrarse entre los aficionados, lo que les permitió circular como primera figura por todos esos ruedos.

Ejemplos como éstos podríamos poner muchos. Recuerdo, por ejemplo, la expectación que levantó en su día aquella novedad que se anunciaba como El Trianero, o la que formaron no sólo por los pueblos la pareja de El Tino con Pacorro. Más recientemente, cuando unos taurinos acuñaron el cartel de los banderilleros,  aquello permitió a Esplá, El Soro y Morenito de Maracay dar varias veces la vuelta a España. Y si nos referimos a la nómina de los novilleros, los ejemplos se harían interminables, desde los sueños de nostalgias sevillanas que levantó Rafaelito Chicuelo –¡qué jueves aquel cuando se anunció su presentación en Madrid!– hasta el apabullar de los inicios del primero de los Tinín, luego truncado por un desgraciado accidente.

Frente a este valor de la novedad, que debe insistirse sirve hasta para resolver una feria,  los aficionados siempre han contrapuesto el valor de la espera.  Un amigo, que se pasa muchos pueblos en eso de esperar,  cada vez que le preguntaban por el torero que acaba de romper con fuerza, invariablemente contestaba: “Cuando haya  salido seis o siete veces por la Puerta Grande de Madrid, ya hablaremos”. No se pueden recomendar esperas de semejante dimensión, que son poco o nada realistas. Pero sí es cierto que a quien se destapa según estos esquemas, es conveniente esperarle al menos hasta la siguiente temporada, para comprobar si le dura el tirón, más bien diría que las mismas ilusiones, cuando se ve anunciado desde enero en plan figura y en base a sus valores propios,  para competir, además, con ese otro que acaba de heredarle el calificativo de novedad del año.

Esta dinámica ha sido siempre la forja de figuras históricas. Deja, desde luego, a mucha gente en el camino, a las que al menos les permitió su minuto de gloria; pero quien  respondió a las expectativas, justamente la novedad le sirvió para encaramarse arriba.

Como bien puede entenderse, este concepto de la novedad tiene sus valores y sus reconocimientos.  Un  caso bien distinto pero mucho más frecuente es el de los toreros que casi desde la cuna se les estampilla con  eso que los taurinos denominan un sello, que les perseguirá hasta que se retiren. No importa si tal sello responde o no a la verdad, en un estricto ejercicio de la lógica: unos taurinos decidieron que ese muchacho para lo que estaba hecho es para las corridas duras y ya puede demostrar calidades mayores, que a los leones se le destinará, si es que le contratan. Esto del sello ha encerrado de siempre bastantes injusticias.            

El encasillamiento en el que menos responsabilidades suelen adquirir los taurinos es el que se corresponde con la denominación de torero local, del que en alguna ocasión ya he hablado.  Por lo que tengo visto, para el empresario suele ser una cruz que sufre y de la que habitualmente saca poco más, como dice el refrán, que la cabeza caliente y los pies fríos: si el torero triunfa, porque a veces también suena la flauta, ya sabe que  le van a dar la vara para que lo contrate en sus otras plazas, aunque no interese a nadie; si las cosas salen mal, la culpa será suya, porque no lo anunció  con una corrida de garantías, porque parece que lo quiere estrellar, porque si…. Cualquier razón parece buena para justificar al paisano.

Pero no debe creerse que es más gratificante la posición en la que quedan los que se dedican a la crítica taurina o los aficionados que no siguen semejante militancia localista, que deben andar con pies de plomo, si no quieren que luego les molesten a todas horas; la libertad que se ha tenido siempre en la Fiesta para enjuiciar y valorar a las figuras, se llega hasta a perder con el torero local. Hasta ese punto alcanza los efectos perniciosos de esta figura. 

Con todo, el torero local tiene su marcha; algunos, más parece que tienen aquellos antiguos kilométricos de Renfe: he conocido el caso de un torero al que llamo de las muchas patrias chicas, porque le he visto presentarse como diestro local en cuatro provincias diferentes, digo yo que será porque viene  de familia numerosa. Esta es la cara un poco cómica del caso. Otras, que son más serias, lo son precisamente por el sano propósito de abandonar con urgencia esta categoría del localismo. No hace mucho le oía a un torero, triunfador en sus dos ferias locales, que éste era “bipatrio”,  que su aspiración era dejar de ser precisamente el torero local. Con tan sincera confesión venía a resumir, mejor de lo que te hago yo aquí, la propia realidad de esta categoría.

Pues bien, de todo esto que tengo escrito, el verdadero peligro lo encuentro en los amigos del torero, esos que se  dicen representar a la afición local. El espada, al final, tiene que hacer el paseíllo y lidiar lo que le salga por chiqueros; los amigos, no, ellos se quedan en el tendido, teóricamente sufriendo, según dicen, pero sobre todo haciendo sufrir a los demás y en no pocas veces confundiendo al torero, que alguna vez habrá que recordarle la realidad de su carrera.

Este del torero local es el sello  más llamativo. Sin embargo, hay otros con peores consecuencias para el propio torero. Y así, cuando a un novillero le colocan cualquier suerte de sambenito, apañado va. En esto, debe reconocerse, los taurinos son tremendos. Reparten el sello del valor, del arte, o de eso tan etéreo de “bullidor”,  o de cualquier otra cosa, y se quedan tan tranquilos.  Cerrando los ojos a la propia historia, no conciben que un muchacho pueda evolucionar desde sus fervores juveniles hasta alcanzar a ser un gran torero, sin otras calificaciones.

Sin embargo, la vida taurina registra no pocas excepciones a estos empeños tan tercos. Sin ir más lejos, a cuento viene el nombre de Diego Puerta, al que en su primer año de matador de toros lo echaron un tanto a las corridas duras, pero que consiguió salir de ahí, para incorporarse al grupo  de elegidos de la Fiesta. Y todavía más clamoroso me parece el caso de Ortega Cano, al que costó más de 10 años que se le reconociera a su toreo más calidades que el exclusivo tesón.

Lo normal es que esto del sello se les ponga precisamente porque en ese momento no hay nada más singular que cantar de su toreo. Recuerdo a un buen banderillero, con una afición enorme, cuando me comentaba de un novillero que, aunque su toreo decía bastante poco, había sido lanzado a todo trapo: “Como ese en mis tiempos había más de un centenar de novilleros y ninguno comió de esto”. No se equivocó desde luego. Por eso el recurso que quedaba al final era encasillarlo  en la nómina del toro grande y el billete pequeño.

Como bien se puede observar, me muestro bastante crítico con este proceder de los taurinos, pero aún lo soy más con aquellos aficionados que se han hecho habituales de semejantes prácticas. Como tengo escrito, el arte del toreo hay que admirarlo sin anteojeras de ningún tipo, alimentando la posibilidad de la sorpresa. Por eso, lo primero es asombrarse con aquello que ha estado bien hecho y luego ponerle nombres y apellidos.

Se trata de un ejercicio muy recomendable, entre otras cosas porque al artista hay que concederle un margen, hay que dejarle hacer, antes de emitir esa especie de juicio inapelable que reparte etiquetas, las más de las veces inconsistentes. No   extrañará, en consecuencia, que aquí lo mismo que se  ha recomendado, antes de lanzar las campanas al vuelo,  la espera frente a la novedad, aconseje ahora una espera no muy diferente para los que han sido encasillados casi desde antes de comenzar.

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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