MADRID. Séptima del abono de San Isidro. Dos tercios de plaza: 15.579 espectadores (65,5% del aforo). Otra vez tarde de frío y viento. Cinco toros de Las Ramblas (Daniel Martínez) muy bien presentados y cornalones, pero muy bajos de raza; y un sobrero (4º bis) de José Cruz, de correcta aunque protestada presencia y ofensivo de cara, de razonable juego. David Mora (de verde manzana y oro), saludos y silencio tras do avisos. Juan del Álamo (de blanco y plata), ovación tras aviso y silencio. José Garrido (de verde botella y oro), silencio tras un aviso y silencio.
Vamos a ver: ¿El bien armado “Opaco”, que salió en 4º lugar, debió ser o no debió ser devuelto a los corrales? El de Las Ramblas salió desentendiéndose de todo lo habido y por haber. La cuadrilla de Mora se fue a buscarlo con insistencia los medios, pero ni por esas: cuando alguien se acercaba, tomaba rumbo a otro puerto. Como conoce la ley taurina para casos como estos, su matador solicitó al delegado gubernativa que, aunque no se le había podido probar con los capotes, salieron los de a caballo, para tratar de picarlo y comprobar definitivamente si era manso de libro. Pero no había terminado tal conversación, cuando desde el Palco el Presidente de turno sacó el pañuelo verde. En lo que se refiere a la norma escrita, incumplía el Reglamento. De eso no cabe duda.
A partir de ahí se dividieron las opiniones. Unos entendían que habría que cumplir la previsión reglamentaria; otros, en cambio, que el usía había actuado como buen aficionado y en beneficio de los espectadores, dado que nada bueno podía esperarse del tal “Opaco”. Nuestra opinión: Si queremos mantener los criterios de la lidia, desde luego habría que haberlo probado ante el caballo e incluso con las banderillas negras, que también eso dicta el Reglamento. En la duda, siempre lo mejor es inclinarse por cumplir el Reglamento, que para eso está. Pero si quienes ocupan el Palco –nadie duda que con sus mejores intenciones– van a decidir por sí y para sí acerca del hipotético bien posible de los espectadores, nos quedamos al borde de un subjetivismo que siempre aporta más males que bienes. Pero ante lo que ya no tenía remedio, se impuso la vuelta a la normalidad.
Mira por donde la trasgresión normativa nos brindó valorar las nobles y largas embestidas del sobrero, con el hierro de José Cruz. No sirvieron de mucho, porque una buena parte de los tendidos se puso a la contra. Y en esas situaciones a poco conduce apelar a la lógica. Totalmente cierto que el sobrero no contaba con el trapío descomunal del que había regresado a los corrales, el primero en todo lo que va de abono; pero reunía todos los requisitos necesarios de trapío y además se adornaba la testa con dos velas de cuidado. Pues fue que no.
Todo lo cual no quita para que al repudiado sobrero lo lanceara David Mora con una gran decisión. Cubierto el trámite del caballo, que eso fue, le echó las dos rodillas a tierra en terrenos de tablas para pasarlo airosamente por arriba. Y de corrido, relajado el torero, ponerse por ambos pitones. Sobre la mano derecha hubo muletazos muy templados y largos; no parecía tan claro por el otro pintón, pero Mora consiguió una serie muy estimable. Y con el público en modo desconexión total, siguió su faena con constancia, antes de aperrearse un tanto en el manejo de los aceros, dando lugar a recibir dos avisos.
A la corrida de Las Ramblas no se le puede poner un pero en cuanto a presentación. Salvo el 6º, que estaba algo menos rematado, todos andaban sobrados de presencia y cara; tres ellos astifinos como una aguja. Abantos y muy sueltos siempre, no caben prácticamente los elogios a su pelea con los caballos: el que no era renuente al entrar, se repuchaba al sentir el hierro, o salía de najas. Al tercio final llegaron con comportamientos muy cambiantes. El más estable en sus cualidades positivas, el que hizo 1º; con su punto de bondad el 2º, que era más andarín que pronto; el 3º decidió pasar por allí sin decir ni pio, del poco celo que se gastaba; el 5º más distraído que el festival de Eurovisión, que por algo se llamaba “Cantante”; el 6º sin apenas recorridos. Por lo demás, todos cortados por el patrón de no humillar o, como mucho, llevar la cara a media altura. O sea, no estaban criados para eso que ahora algunos llaman “la corrida moderna”.
David Mora supo entender las condiciones del que abrió la tarde, que las tuvo aunque con alternancias: lo mismo tomaba bien los engaños, que se acostaba por uno u otro pitón. Pero el toledano estuvo entregado, sobre todo en la fase final de su trasteo, cuando apretó más a su enemigo.
Juan del Álamo tuvo capacidad técnica para acoplarse con el andarín de su primer turno en varias series, sobre todo sobre la mano derecha. Antes lo había lanceado con soltura y dejó dos medias de cartel. Por el pitón izquierdo la cosa cambió y no por culpa del torero. Dejó una entera mientras sonaba un aviso y fue ovacionado. Con el otro, que había cantado desde el principio su mansedumbre, el salmantino le puso garra y ahí nacieron sus mejores momentos; pero pronto no tuvo otro remedio que ir a por la espada, con la que dejó una entera muy habilidosa.
Ni a propósito le corresponde un peor lote a José Garrido. Su primero no tenía maldad, pero tampoco celo: transitaba por el ruedo como quien pasea por la Gran Vía. Pese a todo, dejó series de muletazos con mucha calidad, pero, ¡ay! objetores a toda suerte de emoción. El cabezón que cerró la función, con la cara siempre por las nubes, no estaba dispuesto a dar un paso más de los imprescindible. Y eso que Garrido le daba facilidades, ayudándole con su colocación y con unos templados toques. Nada, misión imposible.
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