Ha querido la desgracia que los planes se adelanten en unos meses a quien los había preparado. En efecto, el recientemente fallecido Juan Pedro Domecq Solís había decidido que fuera en el próximo otoño cuando la ganadería pasara a manos de su hijo Juan Pedro Domecq Morenés, convirtiéndose así en la cuarta generación que se pone al frente de la histórica ganadería por su bisabuelo, luego regentada por su abuelo y desde 1978 por su padre.
A manos del que será nuevo ganadero llega el emblemático hierro de Veragua, en el que sus antecesores han conseguido reunir y fijar caracteres logrando un toro bajo de cruz, corto de manos, hondo pero no suelto, bien conformado den pitones y de manos cortas y sienes reunidas. Y con una amplia variedad de pelos: desde el negro hasta el colorado, castaño, burraco, jabonero…
Por encima de todo, debe reconocerse que se trata de un toro de bravo con la cualidad de ir a más, tal y como exige hoy el toreo moderno; esto es, un toro de galope y tranco resuelto, fijo en los engaños y que acomete ante los cites. Un toro que "dura" en la muleta si su condición es buena.
Como explicó en numerosas ocasiones, lo que el ganadero ahora desaparecido buscaba en sus toros son dos conceptos claros: Bravura, entendida como la capacidad del toro para luchar hasta la muerte y lo que vino en denominar Toreabilidad, que no es otra cosa que el afán del toro de coger aquello que se mueve, es decir los vuelos del capote y la muleta. Como plasmó en el libro “Del toreo a la bravura”, estas dos realidades las concretaba en 24 caracteres para poder encontrar ese toro por el que tanto trabajó.
Un legado histórico
Pero el nuevo ganadero no sólo se hace cargo de un hierro con una profunda significación histórica, sino que le llega, además, el legado construido por tres generaciones, que su padre plasmó en su libro. Sin apartarse de esa herencia, en la actualidad buscaba “un toro más fiero, pero eso se tarda años, porque el toro que se lidia en la plaza es el resultado de la decisión que un ganadero tomó cinco años atrás. Las cosas no se logran en un momento y tampoco puedes tirar todas las otras cualidades por una sola: hay que añadírsela. Creo que lo he conseguido y va a ir saliendo de más en más”. Siempre con el objetivo de dar con ese animal que “emociona a un torero cuando torea, al público que ve la faena y a mí que lo contemplo”.
Había experimentado el ganadero que “los toros en todas las épocas han tenido problemas, que luego se han solventado. Cuando yo empecé, en el 75, se caían, y se arregló. En el estudio genético que hice con la Complutense vimos que la fiereza, que también es casta y ese algo en la embestida que da la sensación de vigor o riesgo, era un carácter contrario a la toreabilidad (nobleza y temple); por eso el toro se fue haciendo más suave, pero eso también tenía arreglo”.
Se trata de un empeño en el que desaparecido criador ha dejado acreditado conocimientos y una gran capacidad de innovación. “En mi libro aporto la investigación genética, bases de datos y programas informáticos. Cuando se pidió un toro más grande, que comía más, tuvo enfermedades nutritivas que se arreglaron con una alimentación que mezcla forraje y pienso, y hallé el modo ad libitum, cuanto y cuando quieran comer, salvo el domingo, donde apuran los comederos para limpiarlos. Ahí ya pensaba en lo de entrenarlos, porque se exigen faenas más largas y necesitan mejor forma. Así empecé con el tauródromo, de 1,5 km., donde corren tres veces por semana para su mejor recuperación en la lidia”.
Y todo ello con el propósito de mantener viva la inquietud que tuvieron su abuelo y su padre. “Mi padre entendía la bravura como la capacidad de lucha del toro hasta la muerte, por tanto, no algo que se mida solo en un tercio de la lidia, en el caballo, sino de principio a fin. El toro más bravo es el que va a más. Mi padre lo entendió así y transforma los tentaderos y la forma de seleccionar. Su éxito lo demuestra el hecho de que el 60% de la cabaña brava del mundo proviene de la suya”.
La ganadería originaria
Como se sabe, la ganadería, fundada en 1930, era heredera directa del histórico hierro de Veragua. Sus orígenes se remontan a don Gregorio Vázquez y luego su hijo don Vicente José Vázquez que, eliminando todo lo anterior la forma con reses del Marqués de Casa Ulloa, Bécquer, Cabrera y Vistahermosa. A su muerte, la ganadería fue adquirida en 1830 por el Rey don Fernando VII, para luego cinco años más tarde pasara a manos de los Duques de Osuna y Veragua, quedando en 1849 como único propietario el Duque de Veragua y a la muerte de éste en 1866 su hijo don Cristóbal Colón de la Cerda. En 1910 pasó a su hijo don Cristóbal y Aguilera, de igual título, y éste la vende en 1927 a don Manuel Martín Alonso.
Fue en 1930 cuando la adquiere don Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio, quien la incrementa con dos lotes de eralas y cuatro sementales del Conde de la Corte. Desde 1937 se anuncia Hijos de don Juan Pedro Domecq, estando bajo la dirección de don Juan Pedro Domecq y Díez, quien a su vez la aumentó con reses de la ganadería de don Ramón Mora Figueroa procedente de don Francisco Correa y García Pedrajas, a las que añadió sementales del Conde de la Corte y Gamero Cívico; a su vez, vende todo lo puro que quedaba de Veragua y la mayor parte del cruce Veragua-Conde de la Corte, de la que sólo quedan algunas vacas excepcionales. En 1939 se añadieron más hembras del Conde de la Corte.
El primer Juan Pedro Domecq de la saga realizó su debut como ganadero en una novillada en Cádiz el domingo de Pascua de Resurección de 1931 –un 5 de Abril–, anunciándose por primera vez en Madrid en la corrida inaugural de la plaza de Toros de las Ventas, el 17 de Junio de 1931. Fue el toro Hortelano, que abrió plaza por antigüedad y fue lidiado por el diestro "Fortuna".
Juan Pedro Domecq Núñez de Villavicencio murió en 1937, haciéndose cargo de la ganadería su hijo D. Juan Pedro Domecq Diez, en su propio nombre y en el de sus hermanos, Pedro, Salvador y Álvaro, que luego formarían sus propias vacadas, tomando como punto de arranque la sangre originaria. En su haber hay que anotar la creación de su propio encaste adaptando el toro a su época y a su personal interpretación de la tauromaquia. Para ello se basó en una nueva definición de la bravura, la que llamó bravura integral, y que definió como la capacidad del toro para luchar hasta su muerte.
En 1975, a la muerte de don Juan Pedro Domecq y Díez, pasó a su esposa e hijos y a partir de 1978 el hierro original y una parte de las reses a su hijo don Juan Pedro Domecq Solís, que son las que ahora regentará el cuarto Juan Pedro Domecq de la historia taurina.
De aquel tronco primitivo se derivan hoy un amplísimo número de ganaderías, entre los que se encuentran: Albarreal, Antonio Bañuelos, Carlos Charro, Daniel Ruíz, Domingo Hernández, Domínguez Camacho, El Pilar, El Torero, El Torreón , El Ventorrillo, Fuente Ymbro, Garcigrande, Gavira, Gerardo Ortega, Hermanos Sampedro, Jandilla, José Luis Osborne, Juan Manuel Criado, Juan Pedro Domecq, La Campana, La Palmosilla, Las Ramblas, Loreto Charro, Luis Algarra, Marqués de Domecq, Martelilla, Martín Lorca, Montalvo, Montealto, Núñez del Cuvillo, Ortigao Costa, Parladé, Salvador Domecq, Torrealta, Torrehandilla, Vegahermosa, Vellosino, Victoriano del Río, Virgen María y Zalduendo.
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