PAMPLONA. Cuarta de la feria de San Fermín. Lleno. Toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo), correctos de presentación y bien armados, aunque de escasa fortaleza y juego desigual. Sebastián Castella (de granate y oro), silencio tras un aviso y una oreja. Miguel A. Perera (de azul pastel y oro), silencio y ovación tras un aviso. Alberto López Simón (de azul cobalto y oro), silencio tras un aviso y una oreja.
La estadística sigue sumando. Cuando concluya el abono servirá para que los taurinos vayan contando maravillas. Este lunes han subido dos más a la casilla de trofeos. La realidad es que, más allá de las singularidades de esta Plaza, el palco va devaluando día a día sus criterios. Un espadazo de efecto rápido o un revolcón en el momento oportuno, anda detrás de más de un trofeo de los concedidos; más que los rodillazos y las reolinas.
La corrida de Ricardo Gallardo tuvo unas bien dotadas espabiladeras, desde luego; de lo que tuvo menos fue de fondo y de casta, por lo que su nobleza rayaba en la nadería. Por eso se decepcionó. Como ya habían dejado patente por la mañana, todos demostraron su predisposición para las carreras: ni se sabe cuantas vueltas le dieron al redondel, con abundante de tendencia hacia toriles. Pero la fortaleza no salió a relucir: no se entiende como no fue devuelto el 3º, inútil para la lidia, y para colmo con un manifiesto problema de visión. Lo que se dice pelear ante el caballo, tan solo el 6º, sin ser un modelo de bravura; los restante o lo rehuían, o había que simular la suerte porque no se sostenían sobre las patas. Qué lejos estaban estos toros de San José del Valle de esos otros que han llevado tantas tardes a la divisa a carteles de toreros esforzados.
Dentro de sus limitaciones, para el torero mejoraron algo de actitud los tres últimos, aunque con lagunas: no tenían capacidad para exponer sus medidas noblezas, o se rajaron muy pronto. El de mayor calidad el 4º, pero también uno de los más débiles. No tuvo mala nota el 5º, pero era de escaso fondo. El que inicialmente más bríos ofrecía, que resultó ser el 6º, dimitió con prontitud para irse a las tablas; curiosamente aguantó más de la mitad de la lidia con la pezuña izquierda rota sin casi acusarlo.
Después de una actuación de escasa hondura con el que se iniciaba la función, que no daba para más, Sebastián Castella sacó a pasear su pulcritud a la hora de construir la faena de muleta con el 4º. Muletazos con cadencia, casi siempre a media altura para el que el fuenteymbro no se cayera. Lo mejor surgió sobre la mano derecha, con la que templó hasta con mimo. El arrimón final y una estocada entera colaboró a animar los pañuelos.
Poco se le podía pedir a Miguel A. Perera con el manso y huidizo 2º; no quedaba más que alguna probatura y a matar. Desde el primero momento supo hacer al 5º: aquellos eficaces lances con la rodilla casi genuflexa, tan reunidos como fueron, enseñaron al toro por donde debían discurrir sus embestidas. Una vez simulada la suerte de picar, aprovechó con mucho temple el buen pitón derecho del fuenteymbro. Hubo tres series con excelencia, de las de muleta despaciosa y muñeca bien dispuesta. Pero al animal le costaba igualar y al final la espada cayó en los bajos y se frustró la oreja. Con todo, los aficionados le obligaron a salir al tercio a saludar.
Nada que reseñar con el muy disminuido 3º. Pero López Simón se vino arriba con el cerraba la tarde, que inicialmente quería humillar. Comienzo y fin vibrantes en las tablas; en medio una voltereta fuerte, de la que se repuso. Antes el de Barajas dejó un par de series sobre la mano derecha razonables. Dejó toda la espada arriba –y traserilla– de efectos inmediatos. Luego la Presidenta de turno y el asesor se hicieron un lío con los pañuelos, que en el placo aparecieron por dos veces; al final le aclararon al alguacilillo que se había concedido una sola oreja.
0 comentarios