Cuenta el cronista que por entonces era “un estudiante verdad, del 6º año de Medicina, que ha trabajado a las órdenes del doctor Cardenal, se ha empeñado, sin dejar los libros, ser torero. Y digo sin dejar los libros porque el año pasado, yendo camino de una moruchada que había de torear, devoraba la Patología, sin dársele un ardite de lo que le aguardaba al término del viaje”.
“Pues bien –continúa Eduardo Palacio– , este inminente licenciado en Medicina, que se llama Victoriano de la Serna y compareció ayer ante el tribunal taurino madrileño de matador de novillos, realizó tan brillantes ejercicios, que luego se detallarán, que mereció por sufragio unánime, la calificación de sobresaliente y la concesión de la matrícula de honor”.
Y es que nada más abrir de capa ya sorprende y mucho: “Lanceó de capa su primero y único novillo con pasmosa serenidad, con quietud sin igual, tan templado y tan artista, que sobrepasó los ejercicios que en ocasión análoga hicieron ante el mismo tribunal Rayito Joaquín Rodríguez (Cagancho) y el infortunado Gitanillo de Triana. Y es que con tan asombrosa quietud lanceó el muchacho, que el propio concurso quedó asombrado y tardó unos segundos en desbordarse en una ovación clamorosa, engarzada en la que premió al primer quite, realizado con igual arte y facilidad”.
Le brindó su faena al el veterano picador Agujetas y según narraba ABC, la faena de muleta que hizo Victoriano de la Serna fue breve, “pero tuvo toda ella el mismo sello de temple y majestuosidad que tan brillantemente destacara manejando el capote el casi médico. Un pinchazo soberbio, que agarró hueso, y un magno volapié hasta la guarnición, y en las agujas, hizo rodar al toro cuando ya flameaban en el aire trece mil pañuelos, cuyos propietarios acamaban en pie del nuevo lidiador”.
Se le concedieron las dos orejas del bicho “tan admirablemente matado”, pero de la Serna tuvo que pasar luego a la enfermería a curarse una cortadura que se había hecho con el estoque en la mano izquierda. Ya no pudo salir a matar el sexto, pero los aficionados no salían ““de su asombro ante lo que acababa de ver”.
A partir de este triunfo, la carrera de Victoriano de la Serna, un muchacho de clase acomodada, empeñado en ser torero, como había demostrado en las primeras plazas importantes en las que había sido contratado. Demosyto que era un torero sólido, porque con tan sólo 16 novilladas más ya estaba preparado para, también en Madrid, tomar la alternativa, acontecimiento que ocurrió el 23 de octubre de aquel mismo año, de manos de Félix Rodríguez y con Pepe Bienvenida de testigo, con toros de doña María Hernán.
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