El paseo por las librerías de viejo siempre guarda para el visitantes sorpresas de interés. La última, prácticamente por casualidad, una viejísima edición de “Currito de la Cruz”, edición en dos volúmenes, salidos de la gallega de “Librería Gali”.
Todos están de acuerdo en que de este texto de Alejandro Pérez Lugín es uno de los más afortunados de la literatura de fondo taurino, pero con importantes vetas costumbristas, que conforman una obra que siempre se vuelve a leer con agrado y en la que cada vez que se ojea se encuentran matices nuevos.
Pero pese a la notoriedad que este título adquirió desde su primera edición, los escritos taurinos de Pérez Lugín viene de una docena de años antes. Y así, ahora hace un siglo comenzaron a editarse los primeros trabajos literarios taurinos de Pérez Lugin, “Don Pío” en el revisterismo taurino. Y así nos encontramos con una trilogía verdaderamente deliciosa. La primera fue El torero artista. Rafael Gómez «Gallito», una semblanza editada por primera vez en 1911, en la que encontramos relatos en muchos casos sorprendentes en torno al mayor de los “Gallo”. Con el sobretítulo de “nota de un reporte”, en 1912 publicó De Titta Ruffo a la Fons, pasando por Machaquito, colección de artículos ya publicados en diferentes periódicos. Y dos años más tarde, en 1914, aparece ¡¡¡Ki ki ri kí!!! Los «gallos», sus rivales y «su» prensa, otra semblanza cuya lectura se agradece.
La llegada al periodismo
Por más que fuera en sus orígenes un hombre de formación jurídica, que como abogado ejerció durante años principalmente en Madrid, realmente siempre tuvo una profunda vocación periodística.
En este sentido, ya de estudiante se hace asiduo en las páginas de El Pensamiento Galaico. Trasplantado a Madrid, continuaría su labor en publicaciones como años El Correo, El Globo, España Nueva y Diario Universal. Años más tarde, y dentro sus progresos en la profesión pasó por las Redacciones de La Mañana y de El Mundo, donde además de redactor y corresponsal pasó a ejercer por primera vez de forma estable el revisterismo taurino. Entre 1907 y 1909 podemos encontrarlo ocasionalmente en la revista Por Esos Mundos.
Su llegada al periodismo de toros la hace bajo el seudónimo Don Benigno, pero ya en 1910 lo cambió por el de Don Pío, para evitar la coincidencia de firma con otro crítico de la época, Enrique Cerezo Irizaga, que por aquel tiempo escribía en El Heraldo de Madrid. Durante 1911 escribió semanalmente en la revista Arte Taurino. Y en febrero de 1912 entró desde su primer número como uno de los principales redactores en un nuevo periódico: La Tribuna. En 1916 fue también el cronista taurino de El Liberal y el encargado de la crítica teatral en el Heraldo de Madrid. Fue justamente en esta etapa cuando publica sus primeros trabajos literarios de naturaleza taurina.
En 1919 abandonó El Liberal junto a varios compañeros para fundar La Libertad, donde escribió hasta 1921 crónicas taurinas y cuadros de costumbres. En este tiempo también colaboró en el diario Hoy. Después de abandonar La Libertad ingresó en El Debate, donde publicó su más afamado reportaje sobre la guerra de Marruecos. Simultáneamente, encontramos su firma ocasionalmente en La Voz de Galicia.
Su obra novelística
Sabido es que en Pérez Lugín encontramos a un escritor en el que el costumbrismo adquiere un especial papel y en el que llama poderosamente la atención su curiosa alternancia entre los ambientes gallegos y las reminiscencias andaluza, que conjuga, además, con un estilo sencillo y expresivo que demuestra un gran dominio de los lenguajes populares de ambas regiones, incluidos sus vulgarismos y localismos propios.
Precisamente en el entorno gallego escribe su primera gran novela, La Casa de la Troya, aparecida por primera vez en 1915. Las ediciones se sucedieron rápidamente en poco tiempo, en parte como consecuencia de una polémica que se levantó por una acusación de plagio, luego demostrada como falsa, realizada por José Signo en relación a una obra de Camilo Bargiela. En esta novela sin duda se esconden en la trama retazos autobiográficos. Fue uno de sus títulos más celebrados, de hecho al año de salir a las librerías recibió el Premio Fastenrath, concedido de la Real Academia Española.
También dentro de la narrativa costumbrista se enmarca su segundo libro, Currito de la Cruz, aparecida por primera vez en 1921. Originalmente y muy al uso de la época se publicó como un folletón, pero enseguida ya estuvo en las librerías divida en dos tomos. Fue eso que hoy llamaríamos un bett seller y lo fue en un escasísimo margen de tiempo. De hecho en poco más de 20 años ya se habían realizado 33 ediciones de este título y con posterioridad continuó reeditándose. Conviene tener en cuenta que este boom de la obra de Pérez Lugín fue anterior incluso a sus primeras versiones cinematográficas.
Contextualizándola en la época en la que se escribió, Currito de la Cruz destaca por la forma con la que el autor dibuja el ambiente andaluz y la temática taurina; de hecho, es una prueba del dominio que tenía de la jerga y el vocabulario propiamente.
Cuando le sorprendió la muerte, Pérez Lugín dejó varias novelas inacabadas que, a posteriori, serían concluidas por otras personas y publicadas. En ellas continúa predominando la novelística costumbrista. Y así, en Arminda Moscoso, terminada por Alfredo García Ramos en 1928, se torna al ámbito rural gallego y se denuncia la política caciquil. José Andrés Vázquez, bien que con el seudónimo de Manuel Siurot, acometió el trabajo de concluir la novela La Virgen del Rocío ya entró en Triana; que como avanza ya su propio se desarrolla en ambiente andaluz.
Su aportación a la cinematografía
Pero pronto la letra impresa se le quedó pequeña y mira hacia lo que entonces representaba la modernidad: el cine. Por eso, al amparo del éxito de ventas que había obtenido, en 1925 acomete la empresa de adaptar para el cine Currito de la Cruz, rodada bajo la dirección de Fernando Delgado, quien también era actor principal. El propio Delgado dirigió la segunda versión de film diez años más tarde.
Pero el éxito definitivo llegó con la tercera versión cinematográfica, rodada en 1948 bajo la dirección de Luis Lucia y con Pepín Martín Vázquez, una de las figuras de la época, como actor principal, apoyado por Jorge Mistral. Ha sido ésta una de las películas taurinas que, aún hoy, se ve con más agrado, incluso pese a las deficiencias técnicas propias del momento de su rodaje.
De hecho, el crítico Luis Gómez Mesa escribió en su libro Toros y toreros en la pantalla que esta versión de Currito de la Cruz era "la mejor película taurina hecha hasta el momento en España". Gómez Mesa se pronuncia en este sentido por entender se consiguió "eliminar en lo posible la parte folletinesca del relato, sin pérdida de lo esencial y de las situaciones básicas, comprimiendo la acción para agregar aspectos taurinos, con especial importancia de la parte de toros en el campo, que quedaría como uno de los valores documentales sobresalientes del filme".
Pero al éxito de la película contribuyó también la trama melodramática contenida en la adaptación realizada por Pérez Lugin, en la que refleja bien el ambiente social de la época.
La cuarta y última de las adaptaciones para el cine fue llevada a cabo por Rafael Gil en 1965 con Francisco Rabal y Arturo Fernández como protagonistas, con la colaboración de Manuel Cano “El Pireo”.
Perfil biográfico
Alejandro Pérez Lugín nació el 22 de febrero de 1870 en Madrid, hijo de padre andaluz y madre gallega. En 1879 ingresó en el Instituto Cardenal Cisneros, donde estudió los primeros cursos del Bachillerato. No obstante, en 1883 se trasladó con su familia a Santiago de Compostela, donde sus padres instalaron una camisería llamada «El Buen Gusto». En la Universidad de la ciudad compostelana estudió Derecho, licenciándose en junio de 1891.
En 1893 se traslado a Madrid para ejercer como abogado sin pleitos, pasante, secretario de algún político menor y juez municipal. Dentro de su carrera es quizás el hecho más destacable su actuación en el Supremo como defensor de Celestino Rodríguez, acusado de haber cometido el «Crimen de la Herradura».
Con posterioridad desempeñó trabajos burocráticos en distintos organismos del Estado: la dirección general de los Registros y el Notariado, el Ministerio de Agricultura, Fomento y los Ferrocarriles del Norte.
Finalmente pareció encontrar su vocación en el mundo de las letras y así se adentró en el ámbito periodístico, pasando rápidamente de gacetillero a redactor y en poco tiempo alcanzó una fama considerable con sus colaboraciones.
Falleció en Madrid el 5 de septiembre de 1926, como consecuencia del tifus, enfermedad contraída unos meses antes en Sevilla.
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