Es hoy un uso universal, que los Directores imponen invariablemente. Toda noticia, toda crónica, todo reportaje, debe ir precedido de una “entradilla” a modo de resumen de los que luego se escribe. No está uno para cambiar el rumbo por donde discurre todo esto, que ya es costumbre universal. Pero desde hace tiempo pienso, aunque luego caigamos en el mismo error que denunciamos, que en el mundo del toreo nada hay más injusto –menos representativo, además- de lo que ocurre en un ruedo que ese dichoso resumen, en virtud del cual todo queda circunscrito a un lacónico “ovación y vuelta”, que poco o nada dice de lo que realmente se vio, siendo así que en el toreo, como en la vida misma, el matiz lo es todo.
Cuando esto se escribe, en Bilbao quedan 12 toros por salir por los chiqueros: seis de La Quinta y seis de Victorino, con dos ternas a las que se le supone conocedora de la responsabilidad que entraña Vista Alegre, entre otras cosas porque todos ellos necesitan el triunfo, bien que por diferentes motivos.
Aunque este planeta tan especial siempre anduvo preñado de sorpresas, a la espera de lo que ocurra en el sábado y el domingo, las Corridas Generales han confirmado con firmeza que Miguel A. Perera es el torero más sólido, más en forma de cuantos ahora ejercen la profesión. Anda lo que se dice imposible de seguir su marcha. Tanto que en el bocho sólo le ha hecho alguna sombra un novillero, José Garrido, y los “pellizcos” del embrujado y singular misterio de Morante.
Supongamos, aunque prefiera uno equivocarse, que en estos días que restan de Semana Grande no ocurre nada de un relieve especial; incluso aunque en este fin de semana se corten unas orejas de más o de menos, quien ha marcado el ciclo, si nos atenemos a los dichosos resúmenes, todo lo ha saldado con dos “vueltas”, una “ovación” y una “oreja”, un balance que nada dice de la forma y la dimensión de arrasar que ha tenido el torero extremeño, con el toro bueno y con el malo. ¿Qué hacer si ahora, por ejemplo, uno de los toreros que quedan por llegar le corta las dos orejas a un toro? ¿Eso deberá relegar la contundente actuación de Perera en función del susodicho ”marcador”?
Dejando al margen la importancia tan relativa que tienen estos premios a los triunfadores –que más que nada buscan los efectos sociales de la “gala final”–, todo esto requiere de muchísimos matices, claro está. Un ejemplo evidente. Ordoñez y Camino habían estado enormes en la valenciana feria de julio de 1965, cuando aún quedaban las dos últimas corridas. En las dos estaba anunciado Diego Puerta. Conociendo su casta, muy probablemente espoleado porque ya todo el mundo daba por sentado que el triunfador de esta feria ya había hecho el paseíllo, el de San Bernardo salió arrollador y al final ocurrió lo más improbable de todo: a sus cuatro toros les cortó las dos orejas y el rabo. Adiós a las premoniciones anticipadas sobre los triunfadores de la feria de San Jaime, que hubo que archivarlas para mejor ocasión.
No está escrito, afortunadamente, que en Bilbao de este 2014 no pueda ocurrir otro tanto entre el sábado y el domingo, que el toreo es un arte que se crea en un instante, sin avisar del día ni de la hora. Sin meternos en el jardín del cálculo de probabilidad de que tal ocurra, sea lo que sea lo que la fortuna nos depare, y ojalá que fuera mucho, una cosa permanecerá inamovible: la demostración de poderío de Miguel Ángel Perera ha sido incontestable. Si la faena de “Hechicero” acabará por ser de las mejores de esta temporada, aunque luego quedara mancillada con un alevoso “guardia” con la espada, su firmeza frente al alocado “jandilla” fue lo que se dice “de pantalón largo”. Las dos caras de esta única moneda que es la Fiesta: el toreo profundo y el toreo poderoso. Es la estricta realidad.
Por eso, las reticencias de algunos empresarios del trust en nada ha conseguido frenar el paso insoportable de Perera. Por eso, también, le corresponda a quien le toque ser declarado triunfador oficial del ciclo de Bilbao, la Semana Grande ha tenido un nombre por encima de todos los demás. Y ese ha sido, precisamente, Miguel A. Perera, un torero carente de los misterios del barroquismo, tan sugerente como es, pero que se sabe al dedilllo la lección inmarcesible del gran Domingo Ortega: torear es llevar al toro por donde no quiere ir. Y el maestro de Borox no establecía distingo si con su lapidaria definición se refería al toro bueno o al malo; bien claro que dejó que se refería a todos. En Bilbao Perera lo ha demostrado con los dos, digan lo que digan las estadísticas y esas dichosas entradillas carentes de matices con las que se resume lo que presuntamente ha ocurrido en un ruedo.
0 comentarios