"Somos, los apoderados, los últimos románticos del toreo, entre otras cosas porque, como es notorio, el mundo del toro no es otra cosa que un negocio como otro cualquiera, en el que casi todos aspiran a ganar un dinero importante; toreros y empresarios, anhelan un mejor porvenir con sus gestiones taurinas. Muchos, en su conjunto, lo consiguen; pero somos nosotros, los apoderados independientes, los que voluntariamente les conseguimos la “materia prima” para que, las grandes empresas, una vez descubierto el nuevo valor, nos lo vayan arrebatando de las manos, dejándonos, a su vez, con la miel en los labios”.
Quien así opina es Antonio Picamills, un veterano profesional, bregado en mil callejones, curtido en todas las batallas taurinas, y que a la postre son los que hacen posible que la Fiesta esté presente en cualquier punto del país. Aunque no siempre ha sido en los anales de la Fiesta la figura del apoderado y promotor ha estado cortada por el mismo patrón, en nuestros días es lo cierto que su figura resulta indispensable. Sin tantos y tantos Picamills como derrochan su vocación taurina, nada sería lo mismo.
Una realidad que hace años el propio Picamills describió hasta con sentido poético: “Somos los creadores de la nada; o quizás del todo para gozo y disfrute de las grandes empresas; somos los soñadores de la luz cuando el mundo del toro está teñido por las tinieblas; somos la esperanza de muchos sin que nuestra alma tenga consuelo; somos el viaje a ninguna parte puesto que, cuando pensamos que tenemos un boleto para viajar en primera clase, pronto se nos apea para seguir andando. Somos, en definitiva, como diría un conocido bolero, un sueño imposible dentro de la oscuridad de la noche”.
¿Por qué si la realidad es tan cruda, se vuelve a reincidir una y otra vez? Si hacemos caso a Antonio Corbacho, porque “cuando se apodera a un muchacho, la idea es la de gozar juntos con sus éxitos; claro que, si las cosas no funcionan como uno piensa, se sufre más de lo que nadie puede imaginar”.
Miguel Flores, un romántico que nunca ha renunciado a serlo, lo tiene claro: “Hacer un torero cuesta mucho dinero. Sin pensar en ninguno en concreto, ¿Cuánto? Depende de muchas cosas: de la velocidad que coja el torero, de sus posibilidades… Torearían sin cobrar todas las novilladas que les dieran. Los gastos de un novillero con caballos es ya de medio millón de pesetas y los hay por ahí que montan ellos sus propios festejos”.
O lo que es lo mismo, en palabras de Picamills, “apoderar a un muchacho que empieza es, ante todo, opositar a la ruina económica y, desdichadamente, a la ruina moral; nos destruye mucho más la ingratitud, el no aprecio, que todo el dinero del mundo. En mi caso, en otros menesteres, crematísticamente, pude haber vivido de forma holgada; períodos he tenido que han hablado por si mismos; pero me envenenó el mundo del toro y, aquí estoy, como diría el poeta, cantando espero a la muerte. Convengamos que un apoderado puede aspirar a vivir, pero nunca a enriquecerse, salvo las pocas excepciones que existen, como en toda regla”.
Por si las dificultades fueran pocas, quien pelea pasa sacar a un torero nuevo se toma con una tozuda realidad: "No puede ser que una figura del toreo toree en un pueblo donde antes toda la vida habían toreado novilleros. ¿Dónde van a torear si no los novilleros? Yo propongo que cierta parte del escalafón de matadores, la parte de arriba, no se prodigue toreando en pueblos, porque no es su sitio. Se tiene que reconducir el espectáculo hacia el gran evento, y el gran evento sólo se puede dar en contadas ocasiones”, como afirma con sensatez Salvador Boix.
Pero el papel que les toca en la Fiesta no es cómodo, no puedo serlo. Confiesa Antonio Corbacho que en ese oficio, “no se puede engañar a nadie. En este oficio no se está para reírle las gracias a nadie, ni tampoco para contar milongas ni chistes; siempre les he dicho a los chicos lo duro que es ser torero; aun teniendo condiciones, como sabes, fracasan muchos. Mi deber no tiene que ser otro que la concienciación de tan cruda dureza. No estoy en esto para llevarme un dinero fácil de nadie; soy un tipo absolutamente responsable que, claro, mis acciones, suelen doler, de forma muy concreta a chicos muy jóvenes que, por su juventud, no alcanzan a dimensionar la dureza intrínseca de la profesión que han elegido”.
Todo ello, peleando con un entorno que parece empeñado en dificultar lo más posible la carrera del aspirante a figura. “No culpo a los toreros –opina Miguel Flores–, porque ellos no tienen personalidad, no están maduros, no están hechos. Es el entorno, lo que tienen alrededor, los que no les hacen caso cuando no tienen ni muleta para entrenar, que es como yo he cogido a algunos. Y en cuanto cortan una oreja o dos les salen treinta amigos, les dan golpes en la espalda, se los llevan a comer y los ponen incluso al lado de su señora… Los vuelven locos, y ya empiezan las complicaciones. Enseguida ´el apoderado no tiene categoría´, ´tienes que buscar una cosa mejor, porque tú eres un fenómeno´, en fin. Y yo, que gracias a Dios no vivo del tema, pues no aguanto esas cosas y prefiero quitarme de en medio”.
Y Flores matiza: “¿Quiénes forman ese entorno? Los padres. Y los amigos. Los padres juegan un papel muy importante y muy malo en esto. Prueba de ello es que no conozco a ningún apoderado actual que antes de hacerse cargo de un torero no pregunte si tiene padre. Es el peor enemigo de los toreros. ¿En qué se equivocan los padres de los toreros? En querer saber de lo que no saben y en el egoísmo propio del hijo. Dice el refrán, un poquito feo, que ´a nadie le huelen sus pedos ni sus niños le parecen feos´. Está descargando de culpa a los que se visten de luces. Sí, porque no son hombres aún. Primero por su edad, y segundo, porque no lo demuestran, haciendo cosas que no deben”.
Un planteamiento que engarza como anillo al dedo en la experiencia de Santiago López: “nadie espera traiciones, por favor; uno sigue creyendo en lo mejor, en que todo irá como debiera; pero sí te digo que a ilusionado, no me gana nadie. Y no me arrepiento de nada, puedo jurártelo. Mis “matrimonios” con los diestros, lamentablemente se parecen mucho a los de la vida real y, cuando te has portado como un hombre y te dan la patada, eso certifica que, la sociedad actual no camina muy bien”.
Cuando estas situaciones llegan, Antonio Corbacho lo tiene claro: “cuando una relación no funciona, no pasa nada. Ocurre que, entre torero y apoderado, al cincuenta por ciento de las culpas o aciertos, se produce la circunstancia de que el apoderado cree que el torero lo arreglará todo en los ruedos con su muleta y espada; a su vez, el torero piensa que le llegarán los contratos por la fuerza del apoderado. En vez de dichas “creencias” tan particulares se tiene que dar cita esa conjunción de valores en el que, juntos, sin pausa y sin tregua, torero y apoderado tienen que luchar contra la circunstancias, y vencer, claro”.
Como dice Santiago López, “cuando se produce una ruptura, una decepción, hay que seguir en la brecha; no queda otro camino. Todas las profesiones tienen su lado ingrato y, la mía, no podía ser una excepción. Un puñado de ingratitudes no tienen la suficiente fuerza como para que yo abandone una profesión a la que tanto amo”.
Pero lo que más llama la atención es la forma en la todos ellos asumen su propia realidad. Picamills lo expresa sin rodeos ni paños calientes: “el desengaño es el pan nuestro de cada día porque, como es mi caso, la ingratitud, la han sufrido todos los compañeros que se dedican a este menester en que, por encima de todo, priva el romanticismo de que antes hablaba, no sin antes saber lo que se nos viene encima cada vez que logramos descubrir a un nuevo torero. Somos, y me incluyo, esa rara especie de personajes, que nuestra rareza nos hace indescifrables; y lo digo convencido porque, ¿cómo diablos se puede descifrar a un hombre que es capaz de encontrar tesoros para, una vez en sus manos, que se los arrebaten sin apenas poder disfrutarlos?”.
Sin embargo algo muy fuerte tiene que existir en el toreo para que, en palabras de Picamills, a pesar de todas estas realidades, “el mundo del toro seguirá siempre plagado de esta figura romántica y apasionada como es el apoderado. En el camino, como se sabe, te encuentras de todo; te llama el desesperado que piensa que lo puedes todo; llamas al que le has visto posibilidades y, ante no tener nada, pronto accede a tu ruego; te deja aquel que creías que era tu amigo hasta la eternidad; luchas por causas que, creyéndolas muertas, sigues con la ilusión de que se cumpla el milagro imposible; somos, en fin, ese eslabón mágico entre el torero y la empresa y que, unos y otros, sin lugar a dudas, deberían de respetar y, si se me apura, potenciar al grado máximo”.
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