Como es sabido, los primeros indicios de una mujer torera aparecen en el siglo XVII; en concreto, el 25 de junio de 1654 en un escrito al Consejo de Castilla. Más tarde en el siglo XVIII aparecen las señoritas toreras, aprobadas durante el reinado de José I Bonaparte.
El estudio don José Daza menciona en uno de sus trabajos como en 1778 la presencia en los ruedos de mujeres de procedencias y oficios varios. Repetidas veces se contó la anécdota que narra Daza acerca de la joven que antes de meterse a monja pasó la tarde toreando becerros con el hábito.
Para entonces ya hay constancia histórica de mujeres profesionales del toreo. En este sentido, es conocido el caso, que data de 1774, de la rejoneadora Francisca García, natural de Motril y esposa del banderillero navarro Francisco Gómez. Décadas más tarde adquiere notoriedad Nicolasa Escamilla, “La Pajuelera”, cuyo mayor mérito radica en haber sido retratada en 1816 por Goya en uno de sus célebres, en el que aparece picando un toro en la plaza de Zaragoza.
Pero es a finales del siglo XIX cuando el toreo femenino adquiere mayor popularidad, si bien en espectáculos de orden menor. En esta época aparecen las cuadrillas de mujeres. Conocida fue la dirigida por Martina García, donde picaban Teresa y Magdalena García y banderilleaba Rosa Inard y Manuela Renaud.
Más popular se hizo la cuadrilla de “Las Noyas”, que reunía a ocho jóvenes catalanas: como espadas Dolores Pretil “Lola” y Angelita Pagés “Angelita” y como banderilleras Julia Carrasco, Justa Simón, Encarnación Simón, María Munubeu y Francisca Pagés. Dicen escritos de la época que tuvieron muy buena acogida por el público y que sus actuaciones se prodigaban por toda la geografía.
En 1886 aparece Dolores Sánchez, “La Fragosa”, que es quien abandona la antigua faldilla corta con la que hasta entonces toreaban las mujeres y viste la taleguilla clásica. Pero, sobre todo, se hizo acompañar por una cuadrilla de hombres. Toreó con éxito durante media docena de años. Siguiendo su ejemplo, empiezan a aparecer otras con carácter más profesional, como Ignacia Fernández “La Guerrita” o María Salomé “La Reverte”.
Pero antes de que pasaran dos décadas el clima social de oposición al toreo femenino aparece con fuerza, en paralelo con la reacción de los propios toreros. Y así, se ha repetido muchas veces la anécdota de Rafael Guerra, “Guerrita”, se niega a torear en plazas donde lo hubiera hecho antes “La Guerrita”. Es de este clima del que se hace eco en 1908 el Gobierno de Antonio Maura cuando dicta una Real Orden prohibiendo específicamente a las mujeres torear a pie en las plazas españolas.
Sucedidos intermedios al margen con la llegada de la Segunda República Española las mujeres toreras a partir de 1934. Una de las primeras en hacer uso de la nueva situación fue “La Reverte”, que reapareció con 60 años y 24 de inactividad. Fue un fracaso total.
En cambio aparecen nuevas caras, entre las que destaca la madrileña Juanita Cruz, que había contribuido decisivamente a que de nuevo se dejara actuar a las mujeres. Se presentó como novillera con caballos en la plaza de Las Ventas, en 1936 cortando una oreja a su primer toro. Con todo, lo más conocido popularmente de esta torera fue su actuación en Cabra en 1933 compartiendo cartel con Manuel Rodríguez, “Manolete”.
A la caída de la República, el toreo a pie de la mujer desaparece en la práctica, por más que la prohibición legal no se formaliza hasta 1961. En cambio, toma auge el rejoneo femenino, con la figura estelar de Conchita Cintrón, que llegó a sumar 650 actuaciones y siendo considerada como una verdadera figura.
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