Resulta indiscutible que las fiestas de San Fermín son tan singulares y tienen tanto arraigo popular, antes y después de Ernest Hemingway, que son únicas y difícilmente trasplantables a otros escenarios que no sean las calles pamplonesas. Pero sentada tal premisa, cabría preguntarse si no hay cosas que aprender de los responsables de la Casa de Misericordia, la popular MECA, en cuanto se refiere a la forma de trabajar y de concebir su feria. Tengo para mí que podrían localizarse más de una y más de dos.
Esta claro que la simbiosis que se produce entre los espectáculos taurinos –incluso más genéricamente, el toro bravo– y las peñas y aficionados navarros, es algo que no puede copiarse al pié de la letra. Es un fenómeno irrepetible, aunque también en estos casos hubo sus altos y bajos, generalmente por razones ajenas a lo taurino. Lo que ocurre es que los señores de la MECA, y a su lado toda la sociedad pamplonesa, supieron afrontarlos con particular buen tino.
En este sentido, no se puede olvidar, por ejemplo, la profunda crisis que por factores no taurinos se produjo en 1978, cuando las fiestas tuvieron que suspenderse tras los graves incidentes producidos a partir del 8 de julio. No es sitio ni momento de recordar todo lo ocurrido, que por lo demás es bien sabido. Pero lo relevantes es que la MECA supo reaccionar, organizando una especie de segunda parte de los sanfermines en el torno a la fiesta que en Pamplona se denomina del San Fermín chiquito en el mes de septiembre.
Por otro lado, el hecho de saber desde antes de empezar que lo más probable, casi lo seguro, es el “No hay billetes” cada tarde, no les lleva a relajarse a la hora de organizar los carteles, porque no es cierto eso de que “Pamplona se llena anuncie quien se anuncie”. Por el contrario, para garantizarse año tras año la fidelidad de sus abonados, tienen bien en cuenta lo que estos opinan y los alicientes que esperan cada año por estas fechas. Es una primera lección que no vendría nada mal que se importara para el resto de los abonos: trabajar, en primer término, pensando en la clientela que te es fiel, en sus gustos y en personalidad.
Se podría decir, bien que con una razón un poco débil, que ellos pueden hacerlo porque no necesitan trabajar forzosamente para asegurar el beneficio, porque al final forman parte de una institución, no de una entidad mercantil con ánimo de lucro. Formalmente es así, en la práctica no: ellos también necesitan que su feria alcance beneficios porque es una partida importante para poder mantener su obra asistencial. Es decir, no trabajan a tontas y a locas, con independencia de la realidad de los números.
En su caso, la necesidad de la rentabilidad la hacen compatible con dos elementos muy principales. El primero, ser sensibles al momento económico: ahora, por ejemplo, han asumido la subida del IVA para no encarecer el precio de venta. El segundo, elaborar sus combinaciones de toros y toreros pensando en el usuario final, dejando al margen el intercambio de cromos y otras corruptelas parecidas, porque ellos no andan en esos circuitos, que al final constituyen el origen y la causa de la extrema monotonía que hoy reina en los ruedos.
Y siendo como son gentes discretas, que no se pasan el día brujuleando de callejón en callejón, se han ganado el respeto de los principales actores de la Fiesta: los toreros y los ganaderos. El principio de “el que triunfa vuelve”, constituye una regla de oro. Cómo tienen también la sensibilidad de abrir los carteles a toreros que, sin estar en la baraja habitual, ha hecho méritos para comparecer en su feria. Por cuestiones de fecha, tal ocurre especialmente con la feria sevillana.
Pero hay un factor que puede considerarse incluso más relevante que los anteriores. Los señores de la MECA piensan ante todo en la Fiesta, en sus valores auténticos. Por eso Pamplona muy rara vez falla en ese binomio esencial de la emoción y del riesgo. El lucimiento constituye un valor sobrevenido, como en todo arte que nace con naturaleza efímera y en vivo. Pero para que pueda materializarse requiere de forma necesaria que antes se hayan dado esos otros dos valores de la emoción y del riesgo.
Los taurinos profesionales dirán, dentro de un discurso en ocasiones escasamente fundado, que el caso de Pamplona no se puede trasladar a ningún sitio, que es tan singular que resulta irrepetible. Tal razonamiento puede ser cierto en el orden organizativo, pero se cae por su base en lo que es más importante: los valores que inspiran la gestión de la MECA. Y esos son trasladables a cualquier punto de la geografía: basta tener la voluntad de hacerlo. Lo que ocurre es que muchas veces apuntarse a tales valores, que son los mas verdaderos, chocan con los intereses económicos de quien de la Fiesta tiene una visión tan sólo mercantilizada y además cortoplacista.
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