Lo que «El Juli» quiere que sea su nueva primavera

por | 19 Mar 2016 | La opinión

Contaba don José Flores “Camará” que en su etapa más cumbre “Manolete” le pedía una y otra vez que le hablara de los grandes toreros de la historia. En los largos inviernos, testigo de aquellas conversaciones solía ser don Álvaro Domecq, que un día me dijo que esa era “la verdadera obsesión” del torero. Para mi sorpresa pude comprobar, leyendo prensa de otras épocas, que ya fuera Joselito, ya fuera Belmonte, como ocurría más tarde con Marcial, con Pepe Luís o con Antonio Bienvenida, todos los que han marcado la historia del toreo han tenido esa sana obsesión de mirarse en el espejo de las figuras históricas, probablemente porque estaban convencidos que para ellos constituía un verdadero valor entroncar con los grandes protagonistas de la Fiesta, aquellos que dejaron su huella indeleble.

La lectura en estos días de las dos entregas de la extraordinaria entrevista de José Luís Belloch (¡enhorabuena, Director!)  le ha hecho a “El Juli” en “Aplausos”[1], me ha traído a la memoria estos recuerdos, que en nada se alejan del sentir del torero madrileño, que cuando pretende abrir una nueva etapa, rupturista total con su pasado, no puede dejar de mirar hacia atrás, hacia la historia. En este amplia conversación, El Juli se reafirma en su vocación gallista.

Permítaseme un breve paréntesis antes de seguir adelante: Sabido es que las comparaciones cuando del toreo se trata resultan siempre extremadamente peligrosas de manejar. Sobre todo cuando a un taurino se le oye decir eso de “es igualito que…”; en los casos que conozco, ninguno de los que recibieron semejante bienvenida han sido gente importante en los ruedos. Pero es que, además, siempre se ha tenido –como debe ser– un respeto reverencial a los verdaderamente grandes; por ello, establecer paralelismos con Juan y José resultaba y resulta un empeño poco recomendable. Y además, mal visto. Constituyen el ejemplo, la meta, pero no admiten las emulaciones.

Sin embargo, es lo cierto que el toreo moderno, a partir de esos grandes colosos, se bifurca en dos grandes líneas. Y así, con todas las paradas intermedias que se puedan citar, de Juan Belmonte se pasa de forma natural a Manuel Jiménez “Chicuelo” y de éste a Pepe Luís, en los que viene a ser el resumen abreviado de la evolución del belmontismo que llega a nuestros días. Pero otro tanto ocurre con “Gallito”, cuya sabiduría y su poder hacen parada y fondo en Marcial Lalanda y Domingo Ortega y  llega años después hasta Antonio Ordoñez, el rondeño. Debe reconocerse que lo anterior no deja de ser una simplificación, porque en todas las artes los matices acaban siendo tan relevantes como los hechos rotundos. Pero en los grandes trazos, la historia es esa.

Pero si, tras el paréntesis, retomamos el hilo de este artículo, no cabe pasar por alto que declararse gallista es tanto como asumir que se ha elegido una vida de sobresaltos continuos. Estando en todo su apogeo el hijo de la Señá Grabiela, tenía que leer que firmas entendidas dijeran con frecuencia que qué iba a esperar la afición de “semejante larguirucho”. Y estando en vísperas de la tarde negra de Talavera, se produce la tan repetida conversación con Juan Belmonte:

— Juan, hay que irse de Madrid. El público se ha cansado de nosotros. Que vengan otros toreros. Esto se está poniendo imposible y es necesario marcharse.
— Sí, José, si esto continúa de esta manera, tendremos que marcharnos.

Nada nuevo, por lo demás, porque ya Rafael Guerra “Guerrita”, estando en un gran momento, había dicho unos cuantos años antes su tremendo lamento: “Yo no me voy de los toros; me echan”.

No es menos cierto que esa consideración de primera figura le obligaba a “Gallito”, como hoy le obliga a quienes quieren acercarse a tu trono mítico, a renunciar a ese aliviarse en momentos de poca relevancia, algo que todos, cada uno en sus actividades profesionales, se pueden permitir. Y es así porque todos los públicos, el de Madrid, pero también el del último pueblo de la geografía, quierían verle en el plan arrollador de la primera figura. Ese verbo de “aliviarse” no estaba permitido en su vocabulario.

Pero puestos a seguir mirando hacia la historia del torero de Gelves, su paso triunfal pero dramático por el toreo estuvo marcado por la contradicción. Recuérdese por ejemplo el papel que desempeñó como cuando se produjo el pleito –nacido de un falso malentendido– de Juan Belmonte con el duque de Veragüa, al trianero las empresas lo dejaban fuera de muchos carteles. Tuvo que entrar José en un pleito que formalmente le era ajeno, pero que lo consideraba injusto. Y se plantó ante el empresario de turno para decirle aquello de: o los dos o ninguno. Naturalmente allí se acabó la cuestión[2].

Guardando las distancias y los respetos debidos, no pocos de estos elementos reaparecen ahora en las palabras de “El Juli” en su conversación con Belloch. Y así, afirma: “El toreo ahora mismo es un compendio entre las dos filosofías y es verdad que la vida me ha llevado hacia el gallismo, me ha llevado al liderazgo, a estar arriba siempre tirando del carro y del toreo, pero artísticamente siento que tengo algo que transmitir, un algo que se corresponde con el espíritu del belmontismo que tenemos la mayoría de los toreros”. Para luego concluir: “mi forma de afrontar la tauromaquia, eso no lo puedo negar, es más gallista en el sentido de dar la cara, estar en las plazas más importantes y competir con los mejores”.

Sin embargo, ese “tirar del carro” del que habla, luego se hace duro. De hecho, por no remontarnos más arriba, desde que se constituyó el G-10 hasta el plante ante Eduardo Canorea, “El Juli” no ha podido eludir estar en el centro de todas las borrascas. No hubo charco en el toreo en el que no tuviera que meterse. Y aún sabiendas que en el mundo del toro la solidaridad se práctica con el prójimo necesitado, no con los colegas del oficio. De hecho, al final se quedó prácticamente solo. “Nadie más sólo que yo”, como dijo Joselito. El clásico añadiría que “es el peso de la púrpura”; el más benévolo añadiría, ”son las cosas de los artistas, que son muy especiales”.

Otro tanto se aplica a ese otro “dar la cara” en las plazas relevantes y compitiendo con los mejores, tan ligado como va al “no aliviarse”. A quien se proclama figura se le exige como tal sin hacer distingos mayores con la condición de la plaza en la que actúa. Y El Juli lo sabe.

Pero en esta dinámica surge otro rasgo muy gallista. “El Juli” parece como si hubiera retomado ilusiones nuevas cuando se le abre el camino a competir con los toreros que ahora mismo, los feamente llamados “emergentes”. “La idea base de la temporada –le dice a Belloch– es alternar y competir con los toreros jóvenes”. Y todo a raíz de la pasión con la que se vivió su tarde del pasado año en Albacete, toreando con López Simón y José Garrido, en la que por cierto indultó un toro de Daniel Ruíz. Se abre para “El Juli” lo que podríamos resumir como una nueva primavera[3].

Y junto a todo ello, resta al menos un cuarto elemento, que también aparece en la entrevista de “Aplausos” y en la vida de “Gallito”. Dice “El Juli” que para él, “lo primero es torear bien. Luego dentro de que torees bien, hondo y profundo quiero decir, tienes que torear lo más bonito posible, pero cada uno se siente y se expresa con determinados gestos y unas sensaciones que no se entrenan, surgen”. Más o menos, es la adaptación a hoy de aquella sentencia de Belmonte en la que cantaba el toreo y el poderío de José.

Pero hoy vivimos un siglo después de aquella edad de oro de la Tauromaquia. Nada es lo mismo, salvo la soledad del toro y el torero. Quizá por eso, las palabras de “El Juli” se alejan un tanto de la concepción de Joselito cuando habla de su propósito de preocuparse tan sólo de su tauromaquia, quedando al margen de todos los avatares, tan complejos y cambiantes, del mundo del toro. El torero de Gelves eso nunca lo hizo. O no le dio tiempo a hacerlo, porque por medio se cruzó Talavera.

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 [1] Por si no se ha leído y se quiere buscar, esta entrevista aparece en los números 2006 y 2007 de la Revista “Aplausos”.

[2] El 17 de septiembre de 1915 debía haber estoqueado Juan Belmonte en Madrid una corrida del duque de Veragüa. Los toros llegaron al cartel por la vía de sustituir a la corrida de otro ganadero, corrida que había sido desechada. El cambio de ganadería incumplía el contrato firmado y Belmonte no aceptó este cambio, tendiéndose que suspender la corrida. Veragüa interpretó la actitud de Belmonte como una ofensa personal, promoviendo un boicot de los ganaderos al torero de Triana.
La mediación del ganadero Miura y del propio Joselito consiguió enderezar el entuerto. En estas gestiones, Juan concedió plenos poderes a José, diciéndole sentencioso: "Tu vas a ser por unas horas Joselito Belmonte".

[3] Sobre este propósito de “Gallito” de competir con los nuevos, contaba don José Flores  “Camará” lo ocurrido en 1918, la temporada en la que Belmonte no actuó en España: "Mi fuerte eran las banderillas. De inmediato me buscó Joselito y a la tercera corrida que toreábamos junto me cogió el toro, porque me impuso ponerlas mejor que él y me obligó a dejarme coger. Su forma de competir era de hombre cabal, que iba siempre por derecho". Pero lo significativo viene ahora. Se le repreguntó a Camará como, siendo así, había aceptado el reto de “Gallito”, a lo que contestó con rapidez: "Pero como no lo iba a hacer, si cuando íbamos haciendo el paseo ya me iba ofreciendo las banderillas".

 

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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