El Congreso Internacional sobre la Tauromaquia celebrado en Albacete ha tenido su importancia. Cometeríamos un grave error si consideramos que ha sido, más o menos, uno de esos ciclo de coloquios como los muchos que organizan en invierno nuestros esforzados clubs y peñas. Ha sido, sencillamente, algo de otro orden. En Albacete han quedado sobre la mesa propuestas muy relevantes, que además estaban suscritas por personalidades con verdadero peso institucional y cultural. Y es que en la ciudad manchega se ha hecho una disección de los problemas de fondo que aquejan al hecho cultural que encierra la Tauromaquia.
Aunque no faltaron criticas cuando se anunció el Congreso, la realidad ha sido tan diferente que mal haríamos si a continuación todo lo dejáramos en unos días intensos de actividades, que además resultaban extraordinariamente entretenidas y variadas. Allí hubo una docena de propuestas novedosas, importantes, trazadas además con visión de futuro, que abordaban las verdaderas cuestiones que hoy tiene planteada la Tauromaquia y que nacían con la firma al pie de personas muy autorizadas, que no resultan fáciles de reunir en un Congreso.
Como reconoció a cuerpo limpio el empresario Ignacio Lloret, los taurinos “no nos hemos creído hasta ahora que el toreo es un patrimonio cultural”. No encuentro explicación más ajustada para la ausencia absoluta en Albacete de los empresarios más relevantes y de los propios estamentos profesionales, con la excepción de los ganaderos, que sí tuvieron una activa participación y un compromiso. En todas esas sillas que ellos dejaron vacías se localiza hoy el mal momento que atraviesa la Fiesta, imbuida como sigue de una profunda endogamia.
Es evidente que resulta grandioso, diríase que único, ser capaz de cincelar media docena de naturales en el platillo de Las Ventas. En ocasiones da la impresión que eso es, al final, lo único verdaderamente definitivo e importante, mientras todo lo demás resulta de algún modo marginal. Sin embargo, con todo el respeto y la admiración que exigen esos seis grandiosos naturales, no radica ahí el problema a combatir. La cuestión a resolver son los muy graves desajustes estructurales que hoy tiene la Tauromaquia, en un momento que debe desenvolverse en un clima social adverso; todo eso es lo que pone en riesgo el futuro, mientras muchos –especialmente, todos esos que dejaron su silla vacía– parece como si hubieran hecho suyo el dicho tan repetido: “así que comiencen Olivenza y las Fallas, aquí no ha pasado nada”. Los hechos, que son tozudos, nos dicen que sí, que aunque lleguen Olivenza y las Fallas, siguen pasando muchas cosas y no precisamente buenas, que no deben marginarse porque ahora empiece el carrusel anual de una nueva temporada, porque no permiten más esperas; como tantas veces ha ocurrido, ya no vale eso de esperar a que pase la feria del Pilar para retomar entonces el trabajo pendiente.
Quien pudo oír, por ejemplo, los testimonios –tan crudos y realistas como fueron– de gentes de Colombia o de Ecuador, incluso de México, advierte que no nos encontramos en un camino de rosas, que el mundo, sus realidades sociales, van por unos caminos y los taurinos han elegido otros, que además no conducen a ningún puerto seguro. Pero cuando eran los expertos en economía o los intelectuales quienes tomaban la palabra, la sensación que se percibía no era diferente. Y es que lo que unos y otros planteaban en el fondo encierra un verdadero y auténtico programa de trabajo, en el que nadie queda excluido a la hora de hacer sus aportaciones y, sobre todo, sus propias renuncias.
Hay cosas por hacer. Y son muchas
►Un primer ejemplo: en ocasiones se produce una corriente general de admiración por lo que han conseguido hacer en Francia, con tan sólo 60 ciudades con actividad taurina, una cifra que representa menos de la tercera parte de las que se dan, por ejemplo, en Castilla La Mancha. Pese a esa cantada admiración, luego nos hacemos los distraídos a la hora de tener en cuenta cómo lo han conseguido, que es lo verdaderamente importante. André Viard y Francois Zumbiehl lo explicaron en Albacete con toda claridad: lo hicieron a base de dedicar muchas horas de trabajo y de trabajar todos juntos, con generosidad, pensando única y exclusivamente en el futuro de la Tauromaquia, dejando a un lado los problemas o inquietudes particulares. Lo que nuestros vecinos del norte han logrado, que es ejemplar, no fue un regalo, ni una concesión gratuita de nadie, fue el fruto de su propio esfuerzo mancomunado. ¿Estamos nosotros dispuestos a trabajar junto y a dedicarle todos los esfuerzos que sean necesarios? En la respuesta a esta pregunta está la diferencia.
►Pero cuando una personalidad tan relevante como Tristan Garel-Jones, político, ex Ministro para Europa del Reino Unido y gran conocedor de España, nos recordó algo que a veces olvidamos: "España no es un desastre; la contribución cultural, incluida la taurina, que ha hecho España es inmedible. Puede mirar sin complejos al mundo anglosajón”, estaba reclamando nuestro trabajo sin complejo alguno para mantener nuestro propio espacio en el mundo, porque en otro caso entraría en riesgo de desaparecer, la Tauromaquia también, para dar paso a otra cultur mayoritaria. Y eso exige dedicación, no sólo del Estado, también de cada uno de los integran el mundo del toro. ¿Estamos dispuestos a meter horas en esta tarea, en la que nada particular ganaremos, sino que trabajaremos por un ideal, por una aspiración nacional?
►Y cuando el Fiscal General del Estado de Ecuador, Galo Chiriboga Zambrana, hizo el llamamiento rotundo de que “ha llegado la hora para que cambiemos el concepto de aficionado por el de militante”, no hablaba de teorías, porque antes nos había recordado dos campos cruciales para el futuro. En primer término, la defensa de la integridad del toro y de su naturaleza, que concretó gráficamente en que el toro “debe morir en el ruedo defendiendo su casta y bravura". En segundo lugar, llamó la atención sobre el papel del Estado: no le corresponde invadir la competencia exclusiva de los padres a la hora de decidir lo que debe o no debe hacer un niño ante la Fiesta. No puede negarse que son dos realidades palpables en nuestros días. ¿Estamos los taurinos dispuestos a dar la cara y a realizar cuanto sea necesario para militar en esta defensa de elementos tan esenciales? Desde luego, quien asuma esta misión, que deberíamos ser todo, sabe de antemano que eso exige renunciar a mirarnos permanentemente nuestro propio ombligo, como si fuera el centro del Universo.
►En otro momento, un empresario tan reputado como José Javier Núñez, –ganadero de bravo, además–, además de preanuanciar la posibilidad de una nueva plataforma común, pidió que hiciéramos autocrítica porque ni el pasado ni el presente lo estamos haciendo todo bien. Y no hablaba por hablar. Se refería, por ejemplo, a la situación que atraviesa la Tauromaquia de base, cuando constituye el vivero natural para los grandes espectáculos y para la propia creación de afición, pero que sin embargo es la que más duramente sufre los efectos de la crisis y hasta de un cierto abandono. ¿Estamos todos realmente empeñados en ceder cada uno parte de nuestros derechos para salvar esta situación? Y son renuncias bien concretas, que van desde no desentendernos de todo esa realidad de la implantación popular del espectáculo taurino, hasta la propia modificación de sus exigencias reglamentarias y de las normativas sindicales.
►Nacho Lloret, el único empresario que dio la cara en Albacete, dijo con todas las letras una gran verdad en nuestros días: “la Tauromaquia debe ser gestionada con los criterios de la industria cultural, en el seno de una sociedad nueva”. No era una ocurrencia, era predicar un cambio copernicano de mentalidad, que exige renuncias a viejos hábitos, con la incomodidad que genera todo cambio de lo que constituye la rutina diaria. Sin duda, lo que Lloret pedía resulta exigente, porque encierra a la totalidad de las parcelas de la gestión taurina; pero, sobre todo, hoy resulta indispensable. ¿Estaríamos dispuestos a ceder cada cual lo que le corresponda, a renunciar a la comodidad de ese no pensar en esta nueva realidad, para alcanzar tal objetivo?
►Un intelectual reconocido como Andrés Amorós apuntó otra gran verdad: “En la Constitución Europea no hay nada que haga peligrar la Fiesta de los toros. La Tauromaquia dispone de todos los requisitos necesarios para entrar en la Unesco, igual que el flamenco y la cetrería. Eso sí, faltan dos cosas, trabajo y voluntad política". ¿Estamos dispuesto, aunque sea incómodo, a realizar ese trabajo y a exigir de nuestros representantes esa voluntad política, a la que tenemos derecho?
►Un experto de gran prestigio como José María O´Kean nos documentó sobre la necesidad de que el mundo del toro rompa su histórica trayectoria de sobrevivir, para cambiarla por una estrategia de ir a más, aplicando a las actividades taurinas las formas de trabajar que ya son usuales en otros sectores, porque las soluciones a futuro no vendrán de la mera formación de los oligopolios. Hacer las cosas de otra forma, cambiar unas mentalidades superadas, innovar en cuanto se necesario… Nada de eso es fácil en un mundo plagado de usos ancestrales. Pero el experto en el fondo venía a plantearnos un dilema ineludible: cambio o decadencia. ¿Seríamos capaces de renunciar a nuestro propio “yoismo” para que personalidades de esta experiencia fueran quienes nos asesoraran y marcaran el camino a seguir?
►Claro que para todo esto, primero se exige dar cumplimiento a la petición que nos dejó una personalidad como Muriel Feiner: “ruego que nos unamos todos, para defender y promocionar la fiesta de los toros, porque tiene unos valores comparables a cualquier otro arte en el mundo". Un llamamiento a la unidad reiterados en otros muchos momentos en Albacete. Sin embargo, la unidad no florece de la nada, ni siquiera de las buenas voluntades; se crea y se construye sobre la base de la cesión de parte de lo mío, por legítimo que sea, a favor del todo que es la Tauromaquia. ¿Apostamos hoy en la Fiesta por poner en práctica esas dos realidades?
No son teorías. Son realidades
Como queda de manifiesto con este manojo de casos concretos, como podrían ponerse otros, en Albacete no se dedicó el tiempo a contarse los unos a los otros las historias gloriosas de Joselito y de Belmonte, a rememorar aquella tarde que…, a repetir, en fin, las infinitas “historietas del abuelo”, que sólo sirven para exasperar a los nietos. Allí se habló de realidades, de soluciones, de futuro. Quien tenga la paciencia de localizar los mensajes fundamentales que dejaron muchas personalidades encima de la mesa, comprobará que allí se escribió más que un decálogo para afrontar el siglo XXI con la tranquilidad de que un futuro mejor es posible.
Nos encontramos, muy probablemente, en el tramo final de lo que ha sido la época más propicia, institucionalmente hablando, para abordar las grandes cuestiones de la Tauromaquia. Por más discutibles que puedan ser, ahí quedan dos leyes –una aún pendiente de concluir su trámite parlamentario– que blindan la Tauromaquia como nunca lo hizo el poder civil en España, queda una organismo con vocación de trabajar juntos, quedan las primeras medidas de promoción y protección de la Fiesta… En el fondo, queda todo aquello que hemos sido capaces de desarrollar entre todos. Ni más ni menos.
Incluso aunque con los procesos electorales que tenemos en el horizonte inmediato se mantuvieran en una suficiente proporción los hoy gobernantes, y nada digamos si se produce un vuelco institucional, parece poco probable que en el futuro inmediato tengamos una coyuntura tan favorable. Lo cual no debiera convertirse en el pórtico de la desesperanza, sino que debiera fraguar en una decisión –más firme conforme más adverso sea el entorno– de trabajar por la Fiesta. Pero trabajar nunca ha sido un genérico, que siempre haya que adjudicar al “otro”; es un verbo que se debe declinar en primera persona, tanto del singular como del plural. Tarea hay por delante. Albacete brindó la oportunidad de definirla en sus grandes líneas, pero también en lo concreto. Todo es cuestión de “saber leer” la dimensión de sus mensajes.
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