ZARAGOZA. Octava del abono. Más de tres cuartos de entrada. Tres toros de Parladé (uno de ellos como sobrero), uno de Juan Pedro Domecq, otro de San Pelayo (2º) y otro de Las Ramblas (5º). Con desigual presentación –algunos impropios de una plaza de primera– y cortados por el patrón de la falta de raza y fondo. Manuel Jesús “El Cid” (de marino y oro), ovación y ovación tras aviso. Miguel A. Perera (de azul cobalto y oro), palmas y silencio. Daniel Luque (de verde manzana y oro), petición tras aviso y una oreja tras aviso
Dos horas y 50 minutos para ver salir por chiqueros hasta diez toros, que sin tres fueron para dentro, con más motivo pudieron ir otro par de ellos. Y es que al Presidente le dio un acelere al echar para atrás a los dos primeros y ya la tarde cogió carrerilla por ese carril. En la segunda mitad trató de frenar la dinámica, a base de darle mucha celeridad al primer tercio, pero aún así todavía tuvo que sacar una vez más el pañuelo verde. Entre eso y que es “el reloj de Pamplona” para repartir avisos, acabó siendo el protagonista, probablemente sin proponérselo, de la tarde.
No digo yo que no tuviera fundamento. Los toros que vinieron de la casa común de Domecq, desiguales de hechuras, carecían de fuerza y raza. El primer sobrero de los hierros de Capea, además de absolutamente impresentable, no se tenía de pie; y el que le sustituyó, tenía muchos parecidos con su hermano. El sobrero, en fin, de Las Ramblas, no quiso dejar mal a los demás criadores: fue otro infumable. Ahora que las materias primas cotizan al alza en los mercados, en Zaragoza ocurrió lo contrario. Por eso el Presidente tenía motivos para sacar el pañuelo verde; lo que ocurre es que si las cosas se hacen con cierta precipitación, nos metemos en una vorágine en la que en más de una ocasión ya no se sabe si no hubiera sido mejor dejar en el ruedo al devuelto. Menos mal que el público de Zaragoza debe ser muy partidario del santo Job y soportó la tarde con estoica ejemplaridad.
Junto a su trabajosa primera faena, con el cuarto El Cid nos dejó sobre el ruedo sus mejores momentos, en especial con su cantada mano izquierda. Uno muletazos verdaderamente buenos. Pero faltó la unidad necesaria y la posibilidad de someter más al toro. Con todo, ligó un trasteo aceptable, que si la espada le funciona mejor hasta podría haberle supuesto una oreja.
Imposible el lote de Perera. De hecho, la única pega que se le puede poner al torero extremeño es que se empeñara en sacar agua de un poco que estaba seco. Se agradece el esfuerzo, pero se ruega brevedad en tales casos. Y más tal como iba la tarde.
Sobre todo si se pone en relación con los toros que le correspondieron, buena tarde tuvo Daniel Luque. Hubo fases con su primero que tuvieron un gran sentido estético, en un conjunto que fue de menos a más. Volvió a dar la cara con el grandullón que hizo de sexto (en realidad, el décimo), en el que de nuevo hubo un par de series con la izquierda muy meritorias. En toda la tarde se mostró muy entregado.
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